Ordine incide en la importancia de adquirir educación y saber como un fin en sí mismo y no tan solo como un modo de enriquecerse materialmente.
Me enteraba de la concesión del premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2023, a Nuccio Ordine por medio de un buen amigo Pedro Tarquis. En el acta del jurado que ha concedido el premio se dice que en sus obras “reflexiona sobre la situación marginal de las humanidades en el mundo actual y las reivindica como disciplinas necesarias en la formación cívica del ser humano y en la creación de un pensamiento crítico fundamental para el desarrollo y el bienestar social”.
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Curiosamente unas semanas antes había sacado de la biblioteca municipal de Alcázar de San Juan una de las obras de Ordine Los Hombres no son Islas que lleva este subtítulo Los Clásicos nos ayudan a vivir. Este libro, en palabras del mismo Ordine, sigue en “la estela” de otro anterior suyo de 2017, titulado Clásicos para la vida con este subtítulo: Una pequeña biblioteca ideal. Nuccio Ordine se dio a conocer con La utilidad de los inútil que apareció en 2013. Los tres libros son una suerte de trilogía en la que el hilo conductor reside en la importancia de adquirir educación y saber como un fin en sí mismo y no tan solo como un modo de enriquecerse materialmente.
Toda la obra de Ordine en español ha sido publicada aquí entre nosotros por la editorial Acantilado. El título Los Hombres no son Islas, de este autor italiano nacido en Diamante en 1958, alude a una célebre composición poética de John Donne que contiene esta línea: “ así nunca pidas a alguien que pregunte por quién doblan las campanas; doblan por ti”. Esta frase no es popularmente conocida por ser del poeta metafísico inglés Donne sino por ser el título de una novela de Hemingway de 1940, de la que se hizo una célebre película en 1943 protagonizada por Ingrid Bergman y Gary Cooper. Hemingway plasma en su novela sus impresiones, de primera mano, de la guerra civil española. Tanto la novela como la película tratan sobre todo el tema del amor y de la muerte, pero sobre todo sobre la urdimbre que aúna a todos los seres humanos. El contexto de esta frase que es el que proporciona el título al libro de Ordine tiene esa clara referencia. Dice Donne: “Ningún hombre es una isla, ni se basta a sí mismo … la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad; así, nunca pidas a alguien que pregunte por quién doblas las campanas; doblan por ti”. Ordine entiende que, en estas palabras de Donne encontramos “la negación del hombre-isla, en un himno a la fraternidad, en un elogio de la humanidad concebida como el entrecruzamiento inextricable de una multitud de vidas”.
Este llamamiento que nos hace Ordine usando a John Donne es solo la primera de múltiples citas a autores del pasado que, de un modo u otro, nos enseñan a lo que Ordine describe como “vivir para los otros”. Este profesor de Literatura Italiana en la universidad de Calabria y que ha ejercido su magisterio en lugares como Yale, la Sorbonne o Berlín, acude a varios textos escogidos para mostrar la solidaridad humana en la literatura. Por estas páginas desfilan fragmentos escogidos de autores muy reconocidos como Aristóteles, Séneca o Dante, entre otros muchos, y otros no tan reconocidos como Plutarco o Luciano de Samosata. Me gusta que haya seleccionado escritores de muchos lugares distintos: hay italianos, por supuesto, pero también españoles como Bartolomé de las Casas, portugueses como Luís Vaz de Camoes, franceses como Madame de Lafayette y Albert Camus y americanos como Emily Dickinson y Juan Rulfo. Me gusta mucho que los fragmentos seleccionados se reproduzcan primero en los idiomas originales, para después ser traducidos al castellano y comentados ampliamente por Urdine. La idea de este profesor es que estos textos, a modo de cata, nos incentiven a leer las obras de esos autores con el fin de que nos ayuden a vivir.
La selección de autores que hace Nuccio Ordine me recuerda a la de otro empedernido lector, C.S. Lewis. El famoso autor de Las Crónicas de Narnia y las Cartas del Diablo a su Sobrino entre otras muchas obras, aconsejaba igualmente a leer a los autores clásicos. De hecho, Lewis aminaba a leer, después de un libro actual, uno antiguo, un clásico. De este modo, decía Lewis, podemos combatir de algún modo, esta agudizada tendencia a estar ciegos ante los errores de nuestra propia época. Esta es asimismo la idea de Ordine. Entre las aberraciones de nuestros días, nos dice Ordine, estaría la lenta erosión de la fraternidad humana: la idea de Donne en su poema y que refleja muy bien la magnífica canción de Paul Simon I am a rock:
Estoy protegido en mi armadura
Escondido en mi habitación a salvo dentro de mi matriz
No toco a nadie y nadie me toca
soy una roca, soy una isla
Y una roca no siente dolor
Y una isla nunca llora
No solo nos sentimos solos y desamparados sino que no queremos ayudar a los que lo están, lo cual es aún peor. No queremos ser molestados. Contra tamaña inhumanidad levanta Ordine su magnífico desafío. En este sentido, resulta significativo que recurra a autores como el gran Francis Bacon para apuntalar su exhortación a la fraternidad humana. Y es que el gran filósofo inglés, cuya madre era una ferviente puritana nos recuerda que ayudar a otros seres humanos es, en realidad bondad: “siendo ésta , de todas las verdades y dignidades del espíritu, la más grande y la característica de la deidad; y sin ella, el hombre resulta un ser atareado, despreciable y miserable, no mejor que cualquier clase gusano. La bondad responde a la virtud teológica del amor, y no admite exceso, sino error”. Notemos como la primera gran manifestación del pecado humano consiste en desentenderse del prójimo: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” le responde Caín a Dios cuando le pregunta por Abel, al que el mismo Caín acababa de asesinar, Génesis 4.9.
El cristianismo, por el contrario, restaura en el ser humano ese anhelo de ser bondadoso con todos, no solo con los de mi tribu, o con los de mi manera de pensar o actuar, sino con todo ser humano, incluidos mis enemigos. Y es que los cristianos somos llamados por Jesús a ser “hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”, Mateo 5.45.
Por otro lado, me encanta la apelación de Ordine a leer los clásicos, en particular los de Grecia y Roma. Todavía recuerdo el enorme impacto intelectual y emocional que me causó la lectura de El Banquete de Platón. Pero en esta llamada a los clásicos, nosotros no nos podemos olvidar del gran clásico: La Biblia. Así lo expresa el reformador de Ginebra, Juan Calvino:“leed a Demóstenes o a Cicerón; leed a Platón o a Aristóteles, o cualquiera otros autores profanos. Confieso que nos atraerán grandemente, que nos deleitarán, nos moverán y transportarán; pero si de ello pasamos a leer la Santa Escritura, queramos o no, de tal manera nos conmoverá y penetrará en nuestros corazones, de tal suerte se aposentará en la médula misma, que toda la fuerza de los retóricos y filósofos, en comparación de la eficacia del sentimiento de la Escritura, no es más que humo de pajas. De lo cual es fácil concluir que la Sagrada Escritura tiene en sí cierta virtud divina, pues tanto y con tan gran ventaja supera toda la gracia del arte humano”.
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Por si fuera poco, los cristianos de habla hispana tenemos el enorme privilegio de leer la Biblia en un lenguaje clásico, el del Siglo de Oro español de la mano de nuestros Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. Ordine cita a otro gran poeta italiano Francesco Petrarca que dijo: “He leído todo lo que se dice en Virgilio, Horacio, Boecio y Cicerón y no solo una vez sino mil, y no de pasada si no reflexionando, y recreándome con toda la atención mental posible. Es decir, me he alimentado por la mañana de lo que debía digerir por la noche y he consumido de joven todo lo que debía absorber a edad más avanzada”. Me pregunto si los mismos cristianos podemos decir que leemos la Biblia como Petrarca leía a los clásicos de Roma, con ese afán, dedicación e interés. Como dice el salmista: “¡Oh cuanto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”, Salmo 119.97.
Me planteo si leemos las Escrituras hoy como deberíamos, no solo como gran literatura, que lo es, sino como el libro que tiene poder para salvarnos y cambiarnos. Recordemos la admonición de Pablo a Timoteo: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”, 2ª Timoteo 3.14-17. Si somos cristianos somos llamados a leer la Biblia regular y asiduamente para oír la voz de nuestro Padre celestial que por medio de su Espíritu nos llama diariamente a recibir a su Hijo como nuestro Señor y Salvador para ser así conformados crecientemente a su imagen, Romanos 8.29. Solo la Palabra de Dios es la que puede transformarnos. Por eso este clásico nunca pasará de moda.
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