No contribuyamos a ningún tipo de división que, con pretexto de guardar una unidad “más pura” al final será una falsa unidad creada y basada sobre un espíritu sectario.
“Ya vosotros estáis limpios, por la palabra que os he hablado” (J.15.3)
En la pasada exposición tratamos de la limpieza de los discípulos del deseo de tener poder y de “mandar”. En esta veremos como también fueron limpiados de su sectarismo. Este pecado pareciera que no tiene que ver con los discípulos en ese tiempo. El grupo de los primeros discípulos recién se había formado y la Iglesia todavía no se había fundado. El Señor todavía estaba con ellos. Ya habría tiempo en el que comenzarían las discusiones sobre los temas doctrinales acerca de la persona de Jesús, su muerte en la cruz, su resurrección, la salvación, el lugar de la Ley de Moisés en relación con el Nuevo Pacto, etc. Sin embargo a pesar de que el grupo de discípulos se había recién formado, ellos ya habían estado “tomando posiciones”: “Somos los escogidos del Señor”; “Tenemos al Señor con nosotros”; “A nosotros nos está revelando ‘los misterios del reino’” (Mt.13.11; Mrc. 4.11,34). “Jesús también nos ha enseñado a orar”, etc. (Mt.6.5.15; Lc.11.1-13); “Somos únicos”.
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Que el sectarismo es algo que forma parte del ser humano se ve desde el principio, en el grupo de los discípulos del Señor. Si antes se hubiera formado, antes hubiera aparecido el sectarismo en ellos. El texto citado aparece en el Evg., de Marcos y en el de Lucas. Dice así:
“Juan respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagros en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es por nosotros, contra nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”” (Mrc.9.38-41).
Con todo cuanto hemos dicho acerca de lo que pudo suponer que ellos fueran los primeros discípulos de Jesús, a ellos les costaba trabajo entender (porque, finalmente es una cuestión de entendimiento) que alguien que no formaba parte de “su grupo” pudiera hacer algo “en el nombre de Jesús”. Eso no les gustó a los discípulos. Por tanto, le salieron al paso y se lo prohibieron. La razón por la cual se comportaron así, fue… “porque no nos sigue”. “¡No puede ser!”; “¿Cómo es posible que no nos quiera seguir, siendo nosotros los elegidos directamente por el Maestro, a quien seguimos?” Ellos olvidaban que la fama de Jesús se había extendido por toda el área de la tierra de Israel (Lc.4.14-15; 6.17-19) y que algún otro que no fuera del grupo bien pudiera seguir sus enseñanzas, e incluso creyera que “en su Nombre” podría bendecir a los necesitados de sanidad y liberación, como Jesús mismo lo hacía. El hombre no hacía aquello en su propio nombre, sino en el nombre de Jesús. Sin embargo, en contraste con sus discípulos, Jesús tomó ese asunto con toda naturalidad, aceptando que alguien que no pertenecía al grupo que él mismo había formado con propósitos específicos actuara de esa manera. Las palabras de Jesús, “No se lo prohibáis…” con lo que añadió a esa corrección, fue suficiente para enseñar a aquellos primeros discípulos sectarios.
Pero, ¡cuántas y cuántas veces hemos visto también en este tiempo esa actitud de creyentes que creen que por pertenecer a una denominación prominente, a una Iglesia de carácter histórico o a una Iglesia X; o por creer estas o aquellas doctrinas que, con todo énfasis califican como “la sana doctrina”, que por eso son mejores; y en base a ese espíritu orgulloso pretenden “impedir” y “prohibir” a los demás el derecho que tienen en el Señor de usar Su Nombre, sus dones y ministerios a favor del mismo Jesús y del prójimo! Para este tipo de creyentes si alguien “lo siguen” entonces, “es de los nuestros” y “podemos tener comunión con él”. “Pero si no nos sigue, mejor que se quede lejos”. En el fondo piensan que aquellos nunca serán bendecidos como ellos, porque no es de su denominación; no es de su iglesia… no es de su línea doctrinal y teológica; no es de su forma de entender la iglesia, su gobierno, su organización, etc”. Esto ha llevado a muchos a crear la “cultura” de “la separación”i creyendo que esa es la mejor actitud y forma de entender la vida de relación con el Señor y con otros grupos de creyentes.
Algunos creen de verdad que Dios se apunta a ese juego sucio y que les bendecirá a ellos, mientras que a los que no son de “su denominación”, de “su línea teológica” o de “su iglesia” Dios no los tendrá en cuanta ni les va a prestar la misma atención. Sin embargo, están muy equivocados. Razón por la cual Jesús tuvo que “limpiar” de las mentes y de los corazones de sus discípulos esa actitud sectaria. Por eso les dijo:
“No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagros en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es por nosotros, contra nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mrc.9.38.41)
De esa manera Jesús puso las cosas en su debido lugar y los discípulos, en tanto oyeron esa enseñanza de Jesús y la recibieron en su corazón, fueron limpiados de su sectarismo. Fue por esa misma razón que el Apóstol Pablo, siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo, enseñó este principio: “Recibíos los unos a los otros como también Cristo os recibió, para la gloria de Dios” (Ro.15.7). Porque el rechazo, lo que crea son divisiones que no dan la gloria a Dios. De ahí la otra exhortación paulina: “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef.4.3)
Estas y otras recomendaciones del Señor, también nos ayudarán a nosotros a limpiar nuestro corazón de todo sectarismo y a mirar a todos los hermanos y hermanas, sean de la denominación o iglesia que sean, como hijos e hijas de Dios, santos y amados. Lo que nos salva, en definitiva, es la obra del Señor Jesucristo en la cruz del Calvario y su resurrección, no nuestra iglesia o nuestra denominación ni nuestro corpus doctrinal y teológico, con todo lo importante que es este. No contribuyamos a ningún tipo de división que, con pretexto de guardar una unidad “más pura” al final será una falsa unidad creada y basada sobre un espíritu sectario.
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Sin embargo, lo dicho no anula nuestro derecho y seria responsabilidad de discernir cuándo se está negando alguna de las doctrinas esenciales del cristianismo recogidas en el Credo Apostólico y ante lo cual hay que ser consecuentes. Agustin de Hipona decia aquello de: “En lo esencial, unidad; en lo secundario respeto; y en todo amor”. El problema es que en muchos casos, mucho de lo secundario se ha elevado a la categoría de esencial causando así divisiones innecesarias con el dolor y el mal testimonio que de ellas se derivan. Qué duda cabe de que, en torno a eso ha faltado comprensión de la verdad y amor; y los resultados en todos los casos han sido funestos. Quizás no hemos actuado como aquellos discípulos de Jesús, con un: “Te lo prohibimos” (¡faltaría más!); pero con la actitud y el comportamiento hemos mostrado lo mismo; y como siempre suele suceder, revestido con una apariencia de religiosidad y pretendida pero falsa espiritualidad.
Seguiremos con la próxima y última exposición.
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