Árabes e israelitas podrían vivir juntos, conteniendo sus diferencias, pero musulmanes y hebreos lo tienen muy difícil.
El conflicto árabe-israelí, que trae al mundo de cabeza, se inició hace cuarenta siglos, unos dos mil años antes de Cristo, cuando Isaac echó de la casa paterna a su medio hermano Ismael.
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Isaac quedó al calor del hogar, confortablemente instalado, heredero de una gran riqueza, dueño de criados y mimado por todos.
Ismael anduvo perdido por el desierto inhabitado, sometido a la aridez del terreno y su morfología, sin otra ayuda que las buenas intenciones de una madre maltratada. Tratada mal.
El hijo del hebreo manejaba los artilugios de caza, las armas a su disposición. El padre de los árabes sólo disponía de piedras, las piedras del desierto. Igual que ahora.
Desde aquella época remota hasta los días de hoy, árabes y judíos han estado enfrentados en conflictos interminables, algunos de los cuales se recogen en las páginas del Antiguo Testamento.
Siempre han peleado por motivos raciales y geográficos. Cuando Mahoma irrumpe en la Historia hacia finales del siglo VI y principios del VII, enciende un nuevo fuego en la ya violenta hoguera árabe-israelí. Mahoma se apropia descaradamente de una gran parte de la historia judía; plagia, deforma y acomoda a sus intenciones episodios y preceptos del Antiguo Testamento; arrebaña lo que puede del Nuevo Testamento y de la historia del cristianismo primitivo y compone el Corán.
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Con la aparición del Corán, el eterno conflicto racial y geográfico entre árabes y judíos se amplía a un conflicto religioso de proporciones gigantescas.
Cuando en 1948 las Naciones Unidas decretan la expulsión del pueblo palestino y la creación del estado de Israel en aquellas tierras, no tiene en cuenta este detalle.
Árabes e israelitas podrían vivir juntos, conteniendo sus diferencias, pero musulmanes y hebreos lo tienen muy difícil. Los odios religiosos son los peores odios que existen.
Muchos palestinos musulmanes se han inmolado en los últimos años. ¿Cuántos hebreos lo han hecho? ¿Se piensa en esto? Ni uno. Ni un judío se ha puesto al volante de un coche bomba para matar a palestinos. ¿Por qué? ¿Acaso el judío es cobarde? En absoluto. No es una cuestión de cobardía o de valentía. Es una cuestión de fe. De fe religiosa.
En ningún lugar del Antiguo Testamento se le dice al hebreo que si muere en defensa de su fe va directamente al cielo. Y aunque lo dijera, tampoco lo creería, porque el israelita de hoy presta muy poca atención a la Biblia.
En cambio el Corán sí lo dice al musulmán. Y el fiel musulmán lo cree sin un átomo de duda. Léanse estos textos:
“Los elegidos tendrán un hermoso lugar de retorno: los jardines del Edén tendrán las puertas abiertas; recostados, en ellos pedirán múltiples frutos y bebida y junto a ellos estarán las vírgenes de mirada recatada, de su misma edad. Esto es lo que se os prometió para el día de la Cuenta” (Corán 38-50-52).
“... En él habrá ríos de agua incorrupta, ríos de leche de composición inalterable...” (Corán 47:16).
“ ... Tendrán las frutas que escojan y la carne de pájaro que deseen; mujeres de ojos rasgados, parecidos a la perla semioculta, en la recompensa de lo que haya hecho” (Corán 56:20-23).
¿Cree el hebreo que si muere en defensa de su fe irá directamente a un lugar celestial como el descrito? En absoluto.
El paraíso cristiano que se muestra en el Apocalipsis tiene alguna semejanza, exceptuando a las mujeres y a los pájaros, pero no creo que en estos tiempos haya cristianos dispuestos al martirio pensando en la recompensa eterna.
El musulmán sí. Y en esto lleva ventajas al hebreo y al cristiano. El musulmán lo cree firmemente, con el alma, y está seguro de que si entrega la vida al servicio de su religión la recompensa inmediata que le aguarda es de un goce indescriptible. ¡De infarto!
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