Para los que crecimos durante la guerra del Vietnam, sus imágenes nos evocan el horror. Si has conocido a veteranos de Nam, habrás observado que son particularmente reticentes a hablar sobre el tema.
Hace ahora cincuenta años que acabó la guerra del Vietnam. El 30 de marzo de 1973 salieron los últimos 4.300 soldados norteamericanos. Fue uno de los mayores fracasos militares para Estados Unidos y muy traumático para la sociedad civil, que vivió un sentimiento de derrota e impotencia ante la pérdida de tantos jóvenes. Fueron 58.159 bajas y más de 1.700 desaparecidos con el regreso de minusválidos, amputados, paralíticos y enfermos mentales que dejó a ciudades como Nueva York inmersas en una espiral de droga y violencia hasta principios de los años 80.
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Para los que crecimos durante la guerra del Vietnam, sus imágenes nos evocan el horror. Si has conocido a veteranos de Nam –yo he tratado hasta con misioneros que estuvieron allí en ese último reclutamiento obligatorio–, habrás observado que son particularmente reticentes a hablar sobre el tema. Estos hombres vivieron la deshonra del regreso a una nación horrorizada por las noticias de las brutalidades cometidas en masacres como la de My Lai, donde mujeres indefensas fueron disparadas con sus bebés, después de ser violadas.
No ha habido protestas como aquellas, desde entonces. La sociedad norteamericana se dividió con la guerra del Vietnam y nada ha vuelto a ser lo mismo desde entonces. El impacto de la guerra llegó a todo el mundo, no sólo por las noticias, sino también la música y el cine, que han hecho de su nombre sinónimo del horror de El corazón de las tinieblas de Conrad, evocado por Coppola en Apocalypse Now. Recuerdo la impresión que me produjo su estreno en un cine de la Gran Vía de Madrid desde las primeras imágenes de la jungla entre bombas de napalm con la torturada voz de Jim Morrison anunciando la llegada de “El fin” con el The End de los Doors.
[photo_footer]Hace ahora cincuenta años que acabó la guerra del Vietnam, el 30 de marzo de 1973, que salieron los últimos 4.300 soldados norteamericanos.[/photo_footer]
Los orígenes de esta guerra son particularmente complejos. Hay que ir hasta 1858, la ocupación francesa y las señales de advertencia que Estados Unidos debía haber captado. Cuando los franceses salieron de su antigua colonia en Indochina, derrotados en la batalla de Dien Bien Fu en 1954, se firmó un armisticio que dividió Vietnam en dos partes. Camboya y Laos fueron declarados independientes, mientras Francia deja que Estados Unidos intervenga en la más larga guerra, pero también la más impopular que ha tenido nunca fuera de sus fronteras.
Al principio del conflicto, los americanos lo veían como una prolongación de “la guerra fría”, que había llevado a la guerra de Corea en los 50. Según la “teoría del dominó” del general McArthur, lo que al principio no era más que una confrontación civil, se había convertido en una amenaza mundial. La idea era que, si un país asiático caía en manos comunistas, arrastraría a las naciones alrededor, como fichas de dominó. Tras enviar consejeros militares, Kennedy entra oficialmente en la guerra en 1965.
Cuando las tropas abandonan el país en 1975 con la caída de Saigon, tras años de vergonzosas derrotas, la conflagración había costado la vida de 58.209 norteamericanos. Los lisiados gravemente heridos eran 150.000 y 2.000 los desaparecidos. Lo peor de todo era que su media de edad era de 19 años. Casi nueve millones sufrieron los “daños colaterales”. Lo que explica el comienzo de las protestas.
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Los periodistas circulaban libremente por Vietnam, llenando los hogares estadounidenses de escenas terroríficas transmitidas por televisión a la hora de la cena. De ahí la expresión de McLuhan: “Vietnam se perdió en las salas de estar de los americanos, no en los campos de batallas del Vietnam”. Las autoridades aprendieron la lección. Al acabar con el mensajero, ya no hubo las grandes manifestaciones de entonces, cuando llegaron conflictos como el del Golfo, porque en la televisión no se veían ya más que luces de misiles en la noche, como un videojuego.
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A diferencia de la televisión, Hollywood era bastante reticente a tratar el tema de Vietnam. Aparte de alguna producción independiente, como la de los moteros de The Losers (1968) con Bill Smith, o el film patriótico de John Wayne, Boinas Verdes (1968), no se hizo ninguna película importante durante la guerra misma. No fue como en la Segunda Guerra Mundial, que el cine se usó como instrumento de propaganda. No es hasta finales de los 70 que se hace una película como Apocalypse now (1979). De hecho, el trauma se refleja más en El regreso (1978) y la desolación de personajes como Travis en Taxi Driver (1976). Ha sido la televisión pública estadounidense (PBS), conocida por su papel crítico en la sociedad norteamericana, la única cadena capaz de producir una serie documental como la de Ken Burns.
Michael Cimino (1939-2016) fue el autor de la primera gran película sobre Vietnam. Como protagonista, Cimino contó con Robert De Niro, que había hecho de veterano del Vietnam en Taxi Driver, aunque el Oscar fue para Christopher Walken como actor secundario. Es él quien descubrió en una obra de teatro a Meryl Streep, cuando trabajaba de camarera para pagar sus estudios en Yale. La maravillosa actriz estaba unida sentimentalmente desde hacía tres años a John Cazale, que había actuado con De Niro en El Padrino. Tras hacer de Fredo, acompaña a Streep en El cazador, y es cuando se le diagnóstica un cáncer en estado terminal.
[photo_footer]En masacres como la de My Lai, mujeres indefensas fueron disparadas con sus bebés, después de ser violadas.[/photo_footer]
Nadie que haya visto El cazador (1978) olvidará la locura de las escenas de “la ruleta rusa”. Bastantes han cuestionado la verosimilitud de semejante práctica, pero él leyó sobre ella en recortes de prensa en Singapur. No ayudó que diera la impresión de que era una historia autobiográfica, ya que dijo al New York Times que había estado con los Boinas Verdes en la ofensiva del Tet en 1968, cuando estuvo en la reserva como estudiante de Yale. Cuando le preguntaron a Cimino por qué utilizó “la ruleta rusa”, él explicó que es la dramatización de la espera que significa la guerra. Pocas veces en la vida uno es tan consciente de la inminencia de la muerte como en la enfermedad y en la guerra.
Los creadores de El cazador se enfrentaban a ambas realidades, por el cáncer de Cazale y por la cercanía del Vietnam. Como “actores del método” –el sistema de interpretación por el que uno se identifica con su personaje hasta imitar su estilo de vida o relacionarlos con tus propios traumas emocionales– De Niro pidió hacer la primera escena de “la ruleta rusa” con una bala real, a lo que Cazale accedió. Cimino ordenó a los tres que no se cambiaran la ropa, ni se lavasen, durante el tiempo de rodaje en Tailandia. El propio director los acompañaba vestido de uniforme en un helicóptero que estuvo a punto de chocarse cuando se enganchó con el cable de un puente de bambú. Luego, casi se ahogaron en el río Kwai, cuando se tiraron al agua –ellos mismos, no extras–.
La película comienza con una boda y acaba con la soledad que produce la muerte, ante la que se busca el consuelo de una relación en la que ya no hay pasión alguna. En la fotografía del húngaro Vilmos Zsigmond, los interiores son íntimos y cálidos, mientras que los exteriores son inmensos, fríos y grises. Hay un realismo casi documental en la forma como vemos a estos obreros trabajar en los hornos de acero de Pensilvania, a la vez que asistimos a las ceremonias religiosas de esta comunidad eslava de procedencia lituana. Llegamos a la mitad de la película y todavía no hemos llegado al Vietnam. Es como la angustia de la espera de una muerte anunciada.
[photo_footer]Nadie que haya visto 'El cazador' (1978) olvidará la locura de las escenas de la ruleta rusa.[/photo_footer]
Una de las imágenes más conocidas del Vietnam es la de niña que huye desnuda, abrasada por una bomba de napalm, con los brazos extendidos en un gesto de agonía que conmovió a todo el mundo. La chica de la foto que tuvo el Premio Pulitzer en 1972, Phan Thi Kim Phúc, recibió tratamiento por las quemaduras, pero cuando los médicos la atendieron entonces, no le dieron ninguna esperanza de vida. A los 9 años, su cuerpo fue dejado en la morgue, durante tres días. Es allí donde la encontraron sus padres. Hoy vive todavía, tras 17 operaciones de injerto de piel. Tiene 59 años.
Criada en la religión politeísta, trató de buscar paz interior, sin éxito, hasta que a los 19 años encontró una Biblia, que “no podía dejar de leer”. Ese año, 1982, creyó en Jesucristo, recibiendo el Evangelio. Pidió perdón por sus pecados y rogó a Dios que pudiera perdonar incluso a los que lanzaron la bomba que produjo sus heridas. En 1986 fue a la Universidad de La Habana, donde se casó con un vietnamita, Toan Huy. Al ir de luna de miel a Moscú, el avión hizo escala en Canadá, donde pidieron asilo y se hicieron miembros de una iglesia bautista. Ahora tienen dos hijos.
[photo_footer]Una de las imágenes más conocidas del Vietnam es la de niña que huye desnuda, abrasada por una bomba de napalm, que convertida ahora al cristianismo, habla de la fe y el perdón.[/photo_footer]
En 1996 salió a la opinión pública, cuando el Día de los Veteranos en Estados Unidos habló a los soldados que habían participado en la guerra, expresando su perdón. El momento más emotivo fue cuando uno de los implicados en el bombardeo de su pueblo, Trang Bang, la pidió perdón y lloraron, abrazados.
“Estaba llena de odio, amargura e ira, hasta que llegué a ser cristiana y encontré paz en mi corazón –dice Kim Phúc–. La imagen y las palabras de Jesucristo, puesto en la cruz, cuando le van a matar, rogando ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’, me ayuda a hacer lo mismo. Cuanto más oro por mis enemigos, más se ablanda mi corazón.” Es la paz que sólo Dios puede dar (Juan 14:27), por medio de Cristo Jesús.
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