España pagana

Gracias a que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, al que nada se le escapa, también nosotros, sus criaturas, disponemos de esa potencia del alma que conocemos como memoria. No consiste la memoria sólo en guardar impresiones, sino en la facultad que tiene el espíritu de recordarlas y reproducir como presentes las cosas pasadas.

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Al morir el papa Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, el pasado 31 de diciembre, recordó a otro papa sobre el que escribí en varias ocasiones. Una de ellas para referirme a su visión del catolicismo español, al que calificó de neopagano. En un discurso a los obispos de las provincias eclesiásticas de Valencia y Valladolid el 23 de septiembre de 1991, Juan Pablo II los sermoneó por lo que él entendía como “preocupante fenómeno de descristianización” del pueblo español que le llevaba “a una existencia vivida como si no hubiera Dios”. Semejante situación de descreimiento fue calificada por aquel papa de “neopaganismo”.

Si España es pagana, ¿quién tiene la culpa? Cuarenta años de Gobierno del general Franco los obispos españoles han tenido en sus manos todos los resortes del poder. Luego el fracaso en la educación religiosa del país es de ellos. Todavía anda escrito por ahí el artículo II de la Ley de Principios del Movimiento Nacional, Ley promulgada el 17 de mayo de 1958. Dice: “La nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación”.

Hoy, 65 años después, el español no acata la Ley de Dios, ni la doctrina de la Iglesia católica, ni tiene fe, ni le importa la conciencia nacional.

Y no es que España se haya paganizado ahora. Esto viene ocurriendo desde hace siglos. Lo que se vivía durante la época de Franco no era catolicismo, ni mucho menos cristianismo, sino sometimiento forzoso a las exigencias de una dictadura no sólo política, también religiosa.

España es pagana hasta en sus símbolos. En pleno centro de Madrid tenemos una estatua dedicada al Diablo (el ángel caído) y otras dos a dioses paganos: Cibeles y Neptuno.

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Decía Benavente que “de un buen hijo nadie puede creer que ha tenido una mala madre” De manera que si el hijo sale torcido, si reniega de las enseñanzas recibidas de la madre, dedúzcanse las causas.