El que Jesús se ofrezca como pan compartido nos muestra que no debe haber divisiones entre las personas.
¡Qué fácil de entender! El pan es para todos. Lo enseñó Jesús con su mesa compartida, sus comidas con pecadores, la multiplicación de los panes y los peces y, especialmente, ofreciéndose él mismo como pan.
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Esta última oferta, la de Jesús como pan, hace que el compartir este pan, el trabajar para que el pan sea para todos, alcanza una significación teológica y humana que convierte a la mesa compartida, al deseo de que el pan sea para todos, en un mensaje que supera lo estrictamente físico y temporal y nos eleva a lo trascendente. No. No puede haber auténtico culto ni ritual sin trabajar por la justicia que se apoya en que el pan es para todos.
A su vez, el que Jesús se ofrezca como pan compartido nos muestra que no debe haber divisiones entre las personas, que no hay puros ni impuros, que habría que eliminar la sima o separación egoísta entre ricos y pobres… porque Jesús mismo es el pan para todos. Él mismo se ofrece a ser compartido. Pan compartido, tanto el pan físico como la oferta de Jesús mismo como pan.
No quiero con esto espiritualizar el hecho de que el mundo debe trabajar para que el pan sea de todos, para que haya una mesa compartida, para que trabajemos por eliminar el hambre física del mundo. Esto es fundamental. Sin estos objetivos de trabajar por la justicia en el mundo, por un mejor reparto de los bienes del planeta tierra con más de mil millones de hambrientos y media humanidad en pobreza, no se puede dar la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Quizás se entiende el concepto de pan compartido, pero ¿por qué es un condicionante cúltico? Y es que para Jesús todo va mucho más allá. En la Biblia se marcan dos líneas: la horizontal y la vertical. La horizontal en relación con la projimidad y la vertical en la relación con Dios que fundamenta todo lo demás. Dar la espalda al prójimo necesitado y sufriente elimina toda posibilidad de relación con Dios, elimina la posibilidad del verdadero culto.
Dar de comer al hambriento, practicar la mesa compartida, hacer que el pan sea para todos, trabajar por la justicia en el mundo y contra el pecado de las acumulaciones desmedidas de bienes, máxime cuando lo hacemos en el nombre de Jesús y por amor a él y al prójimo, nos eleva y nos lleva mucho más allá del hecho físico de comer, cuestión que es necesario activar solidariamente en un mundo desigual. Ello nos traslada a aquello que nos trasciende. Nos hace contactar con la divinidad de un Dios que se configura también como pan compartido.
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No hay posibilidad de contacto con la divinidad desde la injusticia, desde el pecado de omisión de la ayuda, desde el egoísmo, desde la pasividad a la que, a veces, nos lanza el propio ritual. Leed a los profetas. Sin estas características de amor al prójimo, Dios no escucha ni nuestras oraciones, ni nuestras alabanzas, ni fiestas solemnes, a la vez que rechaza nuestras ofrendas y ritual.
Pan compartido como condicionante cúltico. No es extraño afirmar, fundamentalmente leyendo a los profetas y a Jesús mismo, que no puede haber verdadero culto de espaldas al dolor de los hombres, de espaldas a la pobreza y al hambre de tantos y tantos coetáneos nuestros. La búsqueda de la justicia, el hacer que el pan sea para todos, es como un condicionante esencial para el verdadero culto. Por eso, el afirmar que el pan ha de ser para todos y trabajar por ello buscando justicia y haciendo misericordia, es un condicionante para el culto, para el auténtico ritual.
Qué curioso es poder afirmar que, junto a nuestro trabajo por eliminar la pobreza en el mundo, por dar de comer y dignificar al hambriento, nosotros también podemos estar mirando a lo trascendente y dándonos también de alguna manera como pan para el mundo, pan y palabra compartida y siempre teniendo la certeza y confianza de que allí también se va a acercar Jesús como pan compartido, como pan de vida y como mano tendida a los sufrientes de la tierra.
Jesús quiere ser pan compartido entre los hambrientos, en los focos de conflicto en donde hay despojos y sufrimientos sin fin, en las calles, fuera de los templos, en las cárceles, en los albergues de marginados y excluidos, en los hospitales, entre los miembros de las iglesias que sufren porque ven que el pan no es de todos.
Con Jesús hay pan para todos, solo hace falta ser su seguidor y hacerse junto a él uno de los agentes liberadores del Reino que trabajan incluso para que los últimos lleguen a ser los primeros, para que los trabajadores más débiles a los que nadie quiere contratar sean contratados y pagados los primeros e igual que los fuertes y con herramientas eficaces para su trabajo.
Uno de los valores del Reino que trabajamos muy poco es el de considerar el que los últimos pueden llegar a ser los primeros. Trabajar para ello como un deber de amor al prójimo, como una característica de la projimidad que nos enseñó Jesús de una manera tan prioritaria que pudo afirmar que el amor a Dios y al prójimo están en relación de semejanza. Pues sí. El trabajar para que el pan sea para todos, trabajar por la justicia y por la práctica de la misericordia, puede ser uno de los condicionantes del culto a Dios. Porque Dios cierra sus oídos a nuestras alabanzas cuando no nos acercamos a él habiendo hecho justicia y practicado misericordia.
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