Los tiempos inciertos que corren para la sociedad europea exigen un rápido cambio de nuestra percepción colectiva desde su modo reaccionario. Un artículo de Valeria Petrechkiv.
La última década ha convertido los términos “migrantes” y “refugiados” en palabras de uso frecuente.
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La guerra ruso-ucraniana, el derrocamiento del régimen afgano, el aumento de la inflación, el cambio climático, hacen que la lista de los procesos que empujan a la gente a abandonar sus países sea prácticamente interminable.
En medio de esta realidad, el continente europeo sigue siendo conocido por su reputación de aversión a la inmigración, con histeria mediática, sentimientos populistas y casi la mitad de la sociedad condenando a los inmigrantes o diferenciando entre las categorías de bienvenidos y no bienvenidos de los recién llegados.
La etiqueta de ser vilipendiado porque amenaza los valores liberales europeos, roba puestos de trabajo y grava el bienestar del Estado, persigue al migrante típico.
Al ser yo misma una refugiada, siento la necesidad de disipar algunas ideas erróneas sobre los migrantes. Os invito a un viaje de cambio de lentes en el que el migrante es vuestro amigo en la construcción de una Europa económica y culturalmente más fuerte.
En un mundo preocupado por los dogmas capitalistas, todos tenemos la tentación de aplicar cálculos racionales de coste-beneficio para medir la valía de un inmigrante.
Permitidme tranquilizaros: los inmigrantes resisten bien esta prueba. Con un aumento anual estimado del 1% en la tasa de crecimiento económico de la UE atribuido a la afluencia de mano de obra procedente del extranjero, la inmigración es una poderosa fuerza complementaria de las economías occidentales.
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Sólo echemos un rápido vistazo al número de representantes de países de Eurovisión o de EEFA (Escala de Expectativas de Futuro en la Adolescencia) de origen inmigrante, rindamos homenaje a la aportación de muchos médicos y enfermeras de países en desarrollo durante la pandemia de Covid-19, o reflexionemos sobre el número cada vez mayor de empresas propiedad de inmigrantes, el potencial innovador de los cuales es difícil de negar.
No olvidemos que los costes de la inmigración son un filtro viable para que sólo las personas más formadas y prometedoras lleguen a Europa y, por tanto, mejoren nuestras vidas en común.
Aunque esas historias de éxito parecen seductoras, ¿deberíamos entonces hacer la vista gorda ante la afluencia de migrantes poco cualificados que invaden el escenario europeo?
Me atrevo a sugerir que Europa necesita exactamente este tipo de mano de obra. Tomemos como ejemplo el Reino Unido como una demostración vívida pero dolorosa. El país post-Brexit aún se está recuperando de la escasez de mano de obra en los sectores que tradicionalmente dependían de la mano de obra inmigrante.
Dado que la mayoría de los países europeos son víctimas del mismo problema, nos conviene dejar que el mercado haga su trabajo atrayendo inmigrantes para ocupar los empleos tradicionalmente considerados de poco prestigio y omitidos por los nativos.
Por el lado de la demanda del mercado, animo igualmente a la gente a recordar la creciente esperanza de vida del continente europeo. Aunque sea motivo de celebración, la realidad no debe escapársenos.
La gente envejece. La mano de obra cualificada escasea. Los fondos de pensiones se reducen y la carga de los cuidadores puede acabar siendo incompatible.
Dado que el inmigrante medio tiene menos de 29 años, los canales migratorios aparecen como la solución más adecuada para atraer a la cohorte de edad con más probabilidades de incorporarse a la población activa con poca dependencia de la asistencia social nacional.
Por último, en medio del creciente nivel de violencia en todo el mundo y del miedo cada vez mayor al islamismo, estoy firmemente convencida de que una perspectiva abierta hacia los inmigrantes es vital para poner a prueba la viabilidad de nuestras democracias liberales y alimentar la unidad europea.
El alma de Europa está establecida en la tradición judeocristiana y los valores como la libertad incontestable y el recurso efectivo de todos los seres humanos componen la base de las constituciones estatales, las leyes, el orden social y la estructura de la propia Unión Europea.
La enseñanza bíblica se centra precisamente en este mensaje de compasión y dignidad humana como un recordatorio crucial sobre la importancia de mostrar misericordia al forastero, al extranjero o a cualquier persona necesitada.
En medio de tiempos inciertos para la sociedad europea, los inmigrantes no son el problema enojoso sino más bien las soluciones innovadoras que hemos estado buscando.
Pero, ¿cómo equilibrar los derechos humanos de los inmigrantes y los problemas de seguridad sin llegar a ser víctimas de nuestra hospitalidad? ¿Cómo convertimos a los recién llegados en ciudadanos valiosos? Y lo que es más importante, ¿cómo coordinamos el patrimonio cultural traído del extranjero con lo que defendemos como sociedad?
La respuesta está en la mentalidad de la política de integración, que promueva una mayor participación de los inmigrantes en los procesos democráticos de sus países de acogida y un contacto más sustancial entre nativos y recién llegados.
El momento exige un rápido cambio de nuestra percepción colectiva, que abandonemos el modo reaccionario y nos opongamos decididamente a una agenda populista excesivamente manipulada.
Por fin, ¡qué gran oportunidad para fortalecer la economía al tiempo que ponemos a prueba la misericordia de nuestros corazones!
Valeria Petrechkiv es una activista ucraniana que aprovecha su experiencia de estudio en múltiples contextos culturales para mejorar y dar respuesta a las políticas públicas.
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