El lugar propio de la evangelización era el interior del templo. Se hacían esfuerzos de invitación a los no creyentes o a los vecinos y amigos cuya asistencia siempre era escasa. Muchas veces no había nadie invitado de fuera, pero el culto seguía manteniendo sus características evangelizadoras, lo cual no era un error, pues la iglesia no evangelizada nunca puede ser evangelizadora.
Luego vi que en Madrid muchas iglesias tenían esta estructura… hasta que los cultos de la tarde comenzaron a fallar en muchas iglesias con los nuevos sistemas de vida que demandaban tiempo libre los domingos. Así, los cultos de evangelización sufrieron cierto abandono y pudiera parecer que hoy las iglesias se sienten menos evangelizadoras. Los cultos vespertinos de evangelización están llamados a desaparecer por muerte natural.
Mi propuesta va en la línea de aprovechar la nueva coyuntura y, aunque aparentemente negativa, convertirla en una renovación positiva de la vida evangelizadora de la iglesia. Hoy, en un sistema de libertades, no hay por qué recluirse en los templos para evangelizar. El internamiento en los locales de culto por la falta de libertades en tiempos políticos difíciles, que hacían que los evangélicos no pudieran llevar a cabo una evangelización inculturada en los diferentes ámbitos públicos, sociopolíticos, socioculturales y en otros focos de interés incrustados en las costumbres de los pueblos de España, debe haber terminado definitivamente. La iglesia no debe ser el único areópago existente. Hay que salir fuera de las cuatro paredes del templo para inculturar nuestra fe, para hacer una evangelización inculturada en la vida de los pueblos y ciudades. Los areópagos en los que podemos hacer una evangelización inculturada son infinitos.
El Evangelio tiene que ser, tenemos que convertirlo en un elemento transformador de las culturas, de las costumbres, de las formas de vida populares, de las creencias del pueblo, de los ambientes caciquiles, de los desequilibrios económicos insolidarios que se dan en los pueblos de España. El Evangelio tiene que entrar en pugna con los criterios de juicio de las poblaciones, con sus formas de vida y pensamiento, con sus modelos idolátricos en sus diferentes formas y modalidades, con sus religiosidades de rito y de folklore, rutinarias y festivas que reducen la religiosidad popular a costumbres semilúducas vividas más o menos trágicamente. Quizás sea el resultado del sentimiento trágico de la vida que tienen muchos españoles. Hay que presentar hoy en España un Evangelio vivo, liberador, revitalizador y transformador de la vida de los pueblos.
La iglesia local de los diferentes pueblos y ciudades, no tiene por qué apoyarse, de forma puntual, en los organismos más o menos profesionalizados de la evangelización que se invitan puntualmente y que los pueblos lo ven como algo foráneo. Es la iglesia local la que se debe convertir en evangelizadora de forma permanente y constituyendo su propio proceso evangelizador. La desaparición del culto de evangelización vespertino, debe convertirse en una toma de conciencia de la iglesia que ha de convertirse en evangelizadora inculturando su evangelio en todos los focos de interés de la vida sociocultural del pueblo y del mundo del trabajo. La iglesia debe formar a todos sus miembros para que sean testigos del Evangelio allí donde cada uno de ellos pueda tener un foco de influencia. La evangelización no es tarea de los organismos evangelistas profesionales, sino que es algo de todos, de los laicos, de los miembros de a pie. Entre todos hemos de transformar la sociedad con la fuerza del Evangelio. Sería una forma efectiva de cumplir con lo que llamamos el sacerdocio universal de todos los creyentes.
Los criterios evangelísticos de ampliación geográfica, de aumento del número de miembros y otras contabilidades curiosas de la evangelización, deben dar paso a una evangelización inculturada que haga sentir a las poblaciones la influencia del testimonio cristiano presente y actuante en medio de todos los focos de interés del pueblo o ciudad. Que se olviden de una vez los criterios misioneros extranjeros en España de dar estadísticas numéricas de la evangelización. El aumento del número, la extensión geográfica y el hecho de que las iglesias se llenen de nuevo, vendrá por sí solo como consecuencia del la fuerza del testimonio evangelizador.
Los pastores deben ser formadores y orientadores de los miembros en su evangelización y éstos deben plantearse a qué lugares estratégicos, tanto culturales, como sociales, como de la vida del trabajo, pueden llevar una evangelización contextualizada e inculturada que vaya siendo fermento de cambio. Los areópagos desde donde se pueden lanzar mensajes evangelísticos se pueden multiplicar y podremos así unir a nuestro anuncio nuestra denuncia que destrone los ídolos de los falsos dioses en donde se apoya tanta religiosidad popular, que destrone los falsos modelos de vida inspirados por estos dioses falsos o viejos demonios que degradan la vida, la vivencia de la espiritualidad cristiana y aumentan el sufrimiento del mundo.
Los valores del Evangelio pueden cambiar las estructuras culturales, los criterios de enjuiciamiento de la vida y las costumbres, pueden confrontar las realidades sociales y renovar la vida pública con los valores de justicia y verdad, de libertad, paz y amor que emanan del Evangelio. Intentar que haya, realmente, un intercambio entre la iglesia y la cultura. Que la iglesia tome conciencia de su función evangelizadora extramuros del templo, que sepamos trasladar la luz y la fuerza del Evangelio a todos los ámbitos socioculturales como elementos transformadores de la realidad. Que la iglesia sepa, realmente, compartir la vida, el pan y la Palabra mezclándose en la vida y dinámica de las poblaciones transformándolas desde su interior. Que la Palabra no parezca lejana e incomprensible a la vida de las poblaciones.
Animo a las iglesias a que piensen en cómo orientar sus procesos evangelizadores que se deben dar de forma continua y no en campañas puntuales, aunque, a veces, se puedan usar éstas si se cree conveniente, pero sólo como un medio de apoyo a la evangelización extramuros del templo que ya está haciendo la iglesia. Debemos sacar, así, la fuerza renovadora del Evangelio al seno de la sociedad y a los ámbitos en donde actúan las diferentes formas culturales.
Quizás, los pastores y líderes cristianos deberían convertirse en los orientadores de estos procesos, pero la tarea es de todos y cada uno de los miembros en sus respectivos ámbitos de influencia, sin olvidar nunca los posicionamientos de Jesús al lado de los pobres y los sufrientes del mundo. Porque si somos consecuentes, al compartir la Palabra no tendremos más remedio que compartir el pan y la vida en compromiso social y evangelizador con los pobres y sufrientes del mundo. Como cosa de todos. Nuestro sacerdocio universal aplicado a la evangelización.
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