Aroma amigo

Si caen, el uno levanta al otro.

¡Ay del que cae

y no tiene quien lo levante! (Ecl 4:10)

Te estimo no solo por lo que eres, sino por lo que yo soy cuando estoy contigo.

Las escenas aparentemente insignificantes. Los sonidos comunes pero portadores de una musicalidad que te inunda de alegría. Las imágenes que se quedan pegadas a las pupilas y centellean en la memoria cuando reconoces el aroma amigo.

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Te presentas ante mí modificando el presente, haciéndome una visita inesperada y matizando los colores que vestíamos en un pasado compartido.

¡Por fin nos vemos! Tras un largo periodo de ausencia, volvemos a encontrarnos.

Nos damos mutuamente la bienvenida al hogar-corazón escenificándolo con un prolongado abrazo. Al mostrar las credenciales de nuestra amistad nos reconocemos al instante y aunque ya no somos las que fuimos, aún seguimos siendo nosotras.

Pausas al hablar. Detenidas palabras que posan para la foto. Una instantánea perfecta que inmortalizará un momento ansiado por ambas.

Miradas de complicidad. Surgen preguntas, se desnudan sentimientos, emergen las dudas. Todo ello se expone en el tapiz de la charla con la delicadeza de quien compone un puzle con piezas de gran valor; esta pieza encaja aquí, esta otra allí y esta sobra.

Y así, sin apenas darnos cuenta, sin tan siquiera pretenderlo, vamos dando forma a un diálogo que, postergado, arrinconado, desatendido, de pronto ve la luz.

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Hoy como ayer te encuentro hermosa. Con tibieza en la mirada, con el corazón arrebolado y radiante, con los labios arqueados dibujando una sonrisa aliada.

No debiéramos dejar pasar tanto tiempo. No debiéramos permitir que nos interrogue el silencio.

Hoy, como ayer, exhalo el perfume que desprendes y cerrando los ojos sigo creyendo en la palabra amistad.