Uno de los más grandes privilegios que Dios nos otorga a sus hijos es su Espíritu Santo. No hay otro “espíritu guía” para el cristiano.
“Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre…” (J.14.1517, 26)
Hace poco más de 40 años, visitamos a un niño de unos 8 años con un tumor en el cerebro del tamaño del puño de una mano mediana que le sobresalía por encima de su cabecita. Los médicos lo habían desahuciado y enviado a casa para que pudiera estar con la familia y despedirle en paz. El niño murió al cabo de unos tres meses.
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Unos 18 años después, una chica de nuestra congregación estaba dando clases al niño de una mujer. Salió el tema de la fe y la mujer le contó que ella había adoptado como “espíritu guía” al espíritu de un hermanito suyo que murió con 8 años. Ella le dijo que ese espíritu era el que la dirigía, la guiaba y la guardaba en todo en su vida. Se veía muy segura en la forma de vida que ella había adoptado. Cuando la hermana de nuestra iglesia me contó aquello, me acordé de aquel niño que murió hacía casi veinte años.
Entonces le dije que le preguntara por algunos detalles. Así resultó ser el mismo niño que habíamos visitado, hacía tantos años. Por otra parte, no es la primera vez que, asistiendo a un funeral católico he escuchado a un sacerdote oficiante, el afirmar que “está bien hablar con los difuntos; yo lo hago con los míos”. Ciertamente, oír esa afirmación de parte de alguien que dice ser cristiano y además representar a Dios ante los fieles que le escuchan, es algo que me causó cierta tristeza; no solo por él, sino también por los que le escuchan, muchos de los cuales sin duda, buscarán imitarle. Y por supuesto, sin tener idea de los que enseña la Escritura, se olvidarán de lo poco que saben sobre acudir a Dios por medio de su Hijo Jesús. ¡Si es que saben algo!
Esa práctica de tener “relación” con los espíritus de los muertos no es nueva, sino bien antigua. Ya se practicaba en la antigüedad en la mayoría de las religiones paganas. Pero en el judaísmo estaba totalmente prohibida con este mandamiento:
“No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, si sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni mago, ni quien consulte a los muertos” (Dt. 18.10)
Casi todas esas prácticas, excepto la de “pasar a su hijo o hija por el fuego”, que hace referencia a los sacrificios humanos (aunque hay otras formas de “sacrificar” a los hijos) se practican en una sociedad moderna como es la de occidente. Pero además de las otras, la práctica de “consultar a los muertos” era algo que los primeros cristianos tenían asumido que estaba totalmente prohibida; y mucho más con la nueva y definitiva revelación recibida a través del Señor Jesucristo. La relación era con Dios el Padre, por medio de Cristo Jesús, a quien reconocían como “el único Mediador entre Dios y los hombres” (1ªTi.2.5). Eso es algo que se puede leer y “masticar” una y otra vez a lo largo y ancho de todos los escritos apostólicos en el Nuevo Testamento. Pero otra cosa era la de venerar el recuerdo de los cristianos quienes por su vida ejemplar sufrieron el martirio.
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Sin embargo, esa práctica de hablar y buscar relacionarse con los espíritus de los muertos jamás hubiera encontrado lugar en la Iglesia primitiva; por lo menos durante los dos primeros siglos. Después y poco a poco, se fue elaborando una teología ajena a las enseñanzas del Señor y los apóstoles y relacionada con nuevos “mediadores” e intercesores entre Dios y los hombres, como son los santos, santas y vírgenes, patronas y patrones a los cuales orar y solicitar todo tipo de favores. Así se fue desvirtuando la enseñanza clara del Nuevo Testamento sobre la oración, el carácter y la naturaleza de la misma, a quién debe hacerse, en el nombre de quién debe hacerse y de quién es la guía y el poder para realizarla. Así que, si podemos hablar a y con los santos y a las vírgenes, ¿por qué no vamos a hacerlo con nuestros seres fallecidos y tan queridos? Y cuando se comienza con un error, nunca se sabe dónde puede llevar, cuando no se tiene un punto de referencia que nos oriente.
Al respecto, conocemos a gente que nos dicen que ellos han adoptado como “guía” para sus vidas el espíritu de un difunto familiar: una madre, un padre, un hermanito, etc. Con él hablan, a él le piden consejo y le solicitan respuestas sobre su futuro, etc. Sin embargo, otros asisten a sesiones espiritistas con la actuación de un médium capacitado para “traer al espíritu del difunto” para hablar con él. Este sería un paso más en esa ocupación de “hablar con mis seres queridos, difuntos”.
¿Quién mejor que alguien que ha traspasado la barrera de esta dimensión y ha pasado a la otra, nos podrá dar algunas certezas respecto de las cosas de este mundo vistas desde afuera y con una mayor y mejor visión? Así, estas personas llegan a tener cierta “seguridad” y “confianza” respecto del camino que han de seguir. Eso no es nada nuevo. Por poner un ejemplo, en la película titulada Gladiator se ve al protagonista con unos “muñequitos” pequeños que representaban a sus familiares y antepasados. Él se los ponía delante y oraba a los espíritus de ellos, para que le guardaran en todo. Esa práctica es la misma que esto que comentamos, solo que en este caso tal práctica se ha “cristianizado”.
Hará más de 50 años alguien nos contó de una madre que al perder a su hijo mayor que tenía varios hijos, le afectó tanto que ella se iba al cementerio de su ciudad, se sentaba en la tumba de su hijo y le hablaba. A ella le parecía que su hijo también le hablaba. Alguien le dijo que fuera a una comunidad autónoma del norte, porque allí había una persona que ayudaba a la gente a ponerse al habla con sus seres queridos, fallecidos. La mujer hizo ese viaje, esperando poder hablar con su hijo de una forma más real. Cuando entraron a llamar al espíritu de su hijo, el que apareció no fue él, sino el de su cuñado, que hacía años había fallecido. Pero no solo se presentó como su cuñado, sino que ¡era la voz de su cuñado!
¿Cómo sabía ese “espíritu” que ella tenía un cuñado y con aquella voz? La mujer se asustó y se impresionó mucho. Entre otras cosas, porque su presunto “cuñado” le dijo que estaba angustiado y con falta de paz. No recuerdo en qué quedó todo aquello. La persona solo resaltó aquella sorpresa que tanto impactó a aquella madre desconsolada y tan desorientada. ¡Qué bien le hubiera hecho el conocer el Evangelio de Jesús!
Pero ese tipo de prácticas nada tiene que ver con el cristianismo. El cristianismo se basa en la persona, la obra y las enseñanzas de Jesucristo. Él era y es la máxima revelación de Dios (J.1.1-18; Heb. 1.1-3). De ahí la importancia de conocerle a Él como Señor y Salvador personal y recibir su Palabra y aquellas instrucciones por medio de las cuales podemos ser liberados de todo temor y llenos de la paz y la esperanza que viene, no de ningún “espíritu guía”, sino de Dios mismo, a través de su Hijo-Jesús. ¡Él es el único Mediador entre Dios y los hombres! (1ªTi.2.5). Y cuando se experimenta esa realidad, uno puede comprender las palabras del Apóstol Pablo acerca de los hermanos y hermanas que ya fallecieron. Él dijo:
“Porque no quiero que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza” (1ªTs.4.13-16)
Lo que quiere decir es que si bien es lógico sentir cierta tristeza por cualquier pérdida de un ser querido, la esperanza recibida de parte de nuestro Dios es mucho más real, cierta, viva y permanente que la tristeza, y trasciende a esta vida nuestra. Pero esa experiencia jamás podrá suceder a menos que nos reconozcamos pecadores perdidos por los cuales Jesús, el Hijo de Dios murió y resucitó. Así pasamos de ser criaturas de Dios a ser “hechos hijos de Dios” con todos los privilegios que él nos concede (J.1.12-13). Y en todo ese proceso, se queda fuera todo “lo viejo” y “engañoso” y todo cuanto no esté de acuerdo, con su Palabra.
Ahora bien, volviendo al tema de nuestra exposición, uno de los más grandes privilegios que Dios nos otorga a sus hijos es su Espíritu Santo. No hay otro “espíritu guía” para el cristiano. De él dijo el Señor Jesús:
“Él estará con vosotros para siempre”; “Él os enseñará todas las cosas… Él os guiará a toda la verdad” (J.14.26; 16.13).
El Espíritu glorificará/honrará al Señor Jesucristo, transmitiéndonos de su Palabra para nuestra enseñanza y guía. Todos los demás “espíritus” que pudiéramos adoptar, son falsos y por tanto, terminantemente prohibidos para el cristiano. Además, si tenemos al Espíritu de Dios morando dentro de nosotros y a su Palabra como fundamento de nuestra vida, no necesitamos de ningún otro “espíritu guía”. La Biblia nos advierte, seriamente, que fuera de su enseñanza solo podemos encontrar "espíritus engañadores" con la perversa intención de apartarnos de la verdad y llevarnos por el camino del engaño y hacia la perdición.
Entonces, si realmente en la Biblia encontramos la Revelación de Dios para nosotros, y no nos cabe la menor duda de que lo es, no hemos de menospreciarla, dado que está en juego nuestra salvación y nuestro destino eterno.
¡Que el Señor nos bendiga!
(También se aconseja leer: Juan.7.37-39; 14.15-17,26; 15.26-27; 16.7-15, con 2Co.11.1-15)
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