No cabe duda de que Jesús unió estas dos facetas: nos dejó un Evangelio aferrado a lo divino, pero también nos dejó un Evangelio humano y humanizador.
Humanizar, hacer promoción humana desde la evangelización, no es nada opuesto a lo divino. No cabe duda de que Jesús unió estas dos facetas: nos dejó un Evangelio aferrado a lo divino, pero también nos dejó un Evangelio humano y humanizador. El fallo de la evangelización será si la hacemos unidireccional, mirando solo a Dios, a lo metahistórico, a lo que está desarraigado de lo terrestre y olvidando todas aquellas facetas que afectan al ser humano en el aquí y el ahora que nos ha tocado vivir.
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No olvidemos nunca el Evangelio del Hijo del Hombre, el que podríamos llamar también el Evangelio del Humano, pone como centro al hombre integral destinado para la eternidad, pero del que Dios se preocupa en nuestra situación presente con sus problemáticas humanas en torno a la opresión, las injusticias humanas, la falta de práctica de la misericordia, los abusos de los débiles. Todos ellos temas proféticos a los que Jesús avaló como si, de alguna forma, entroncara con los profetas, como si fuera el último y más importante de todos ellos.
Lo que pasa es que para muchos llamados cristianos puede ser más bonito y agradable centrarse exclusivamente en lo espiritual, en el Jesús ya glorificado y sentado a la diestra del Padre, olvidando un poco al Jesús de la historia con sus compromisos, enseñanzas y estilos de vida. A veces ponemos tanto la mirada en el más allá y en los temas salvíficos de la eternidad que acabamos olvidando al hombre en su aquí y su ahora. Predicamos, así, un evangelio desarraigado del mundo, arrancado de la historia del hombre en medio de tantas y tantas presiones que le oprimen.
En ocasiones, en nuestra evangelización no hay nada de promoción humana, no hay ni un ápice de denuncia contra la injusticia o la opresión, no abundamos en la importancia de la llamada a la práctica de la misericordia, y podemos caer en el error de hacer una evangelización de espaldas al grito de los hombres, olvidando nuestro llamamiento evangelístico humano para hacer y buscar justicia, mejorar la vida de los hombres, rescatar a los humillados y ofendidos, a los robados de dignidad, a los hambrientos, a los que viven en el no ser de la marginación y pobreza, a los que están en la antivida del sufrimiento. Así no se puede evangelizar. Mejor sería abstenerse.
Una llamada o una oración: Jesús, Hijo del Hombre, ayúdanos a que no te opongamos nunca a lo humano, aunque seas el Hijo de Dios. Que nuestra evangelización pueda aunar esas dos facetas, la verticalidad y la horizontalidad del Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios. Que nuestra predisposición como anunciadores del Evangelio asuma tanto la predicación del mensaje de lo divino como el Evangelio del Humano, ese Jesús hombre que anduvo por el mundo haciendo bienes, anunciando el Evangelio del Hijo del Hombre.
No. Salir a evangelizar no es nunca ponerse el manto de lo divino, el calzado de lo ultramundano, el velo que potencie una mirada puesta en un más allá metahistórico que da la espalda al dolor de los hombres. Evangelizar no es solo comunicar mensajes salvíficos para después de la muerte y solo buscando salvación para el más allá. Olvidamos muchas veces la salvación del hombre en nuestro aquí y nuestro ahora que puede asumir formas de liberación de la maldad, de la injusticia, del desprecio a los débiles o diferentes, la evangelización que no distingue clases sociales y, al haberlas, se sitúa al lado de los despojados y oprimidos. Como hiciste tú, Señor.
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¡Qué responsabilidad para el hombre es el hecho de que se haya dejado en sus manos la responsabilidad de la evangelización! Ésta no la hacen ni ángeles ni arcángeles, sino que debe hacerla el hombre sin olvidar nunca la situación social y de sufrimiento en la que viven muchos de sus congéneres. La evangelización no debe trabajar solamente tocando el cielo, lo metahistórico, sino que debe estar arraigada también en nuestro suelo.
[destacate]Sigamos siendo en nuestra evangelización seres profundamente humanos como lo fue Jesús.[/destacate]Es por eso que algunas veces hemos hablado del Reino de los Suelos que, de alguna manera es un recurso para que no olvidemos nunca en nuestra evangelización el compromiso de projimidad que el Señor nos ha dejado. El amor al prójimo semejante al amor a Dios supera toda enseñanza a favor de los hombres en su situación en el aquí abajo, en el aquí y el ahora, en el aquí en donde reina tanto sufrimiento, opresión, despojo y desprecio a los más débiles de este mundo a los que Jesús amó y nunca olvidó ni dio la espalda a su grito de desesperanza y dolor.
Sigamos siendo en nuestra evangelización seres profundamente humanos como lo fue Jesús, manos tendidas que ofrecen no solo salvación para el más allá, sino también redención, liberación y salvación en el momento en el que nos ha tocado vivir junto a ellos. El ser tan humanos con el prójimo en nuestra evangelización, siguiendo el ejemplo de Jesús, será lo que nos pueda acercar de una forma profunda y de calidad a lo divino.
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