El maestro del thriller de los 70 quiso hacer una “parábola para el siglo XX” que “pretende ser una obra moral que refleje la lucha entre el bien y el mal”.
Todo empezó con un libro. William Peter Blatty (1928-2017) no quería hacer una novela, sino un reportaje periodístico sobre el caso que conoció mientras estudiaba en la universidad jesuita de Georgetown. El autor de El exorcista era hijo de una mujer profundamente católica, que había sido abandonada por su padre, cuando él tenía siete años. El fallecido escritor tenía tanto interés en la religión, que había pensado ser sacerdote. Presentó el tema a un editor con cartas larguísimas, llenas de divagaciones religiosas sobre su convicción de que la posesión diabólica era en cierto modo una prueba de fe. El libro se publicó con mucho éxito en 1971, siendo llevado al cine por Willian Friedkin en 1973.
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El maestro del thriller de los 70 quiso hacer una “parábola para el siglo XX” que “pretende ser una obra moral que refleje la lucha entre el bien y el mal, tomando en serio el mal, en vez de racionalizarlo”. La historia está basada en un suceso real ocurrido en 1949 con un chico de catorce años –en vez de una niña de doce– en Mount Rainier (Maryland, EE.UU.). El muchacho había pasado por varios hospitales a causa de unos violentos ataques nerviosos. Como los centros sanitarios estaban gestionados por jesuitas, aconsejaron a los padres visitar a un sacerdote, pero ellos eran luteranos y no creían en la posesión diabólica.
Al morir la tía del niño, que era muy aficionada a la ouija –la tabla con la que se intenta mantener contacto con los espíritus–, el muchacho empezó a mostrar comportamientos histéricos. Un pastor luterano pasó una noche en su casa y dio testimonio de los extraños fenómenos. Recurrieron sin embargo a un cura, que recibió la aprobación de sus superiores para celebrar un exorcismo en el hospital jesuita de Georgetown. Este no muere –como el padre Merrin (Max von Sydow) en la película–, pero fue lesionado por los golpes que le dio el niño con una madera, siendo sustituido por otros dos sacerdotes.
Blatty conoció la historia más de dos décadas después de que ocurriera, cuando un sacerdote le contó el caso en la universidad. Le obsesionó de tal manera que no paró hasta escribir el libro. Su interés era religioso, como se puede ver en las entrevistas que hizo en televisión, tras publicar el libro. Habló en el programa nocturno de Dick Cavett, durante tres cuartos de hora sobre la teología católica, los demonios y el exorcismo.
[photo_footer]La historia está basada en un suceso real ocurrido en 1949 con un chico de 14 años, en vez de una niña de 12.[/photo_footer]
Es una obra muy personal, como podemos ver en el papel que juegan las pesadillas del padre Karras (Jason Miller) con su madre, que muere abandonada, evocando claramente la experiencia del autor. Su familia era libanesa, no griega como Karras. Lo que encaja más con el catolicismo del cura, ya que los griegos suelen ser ortodoxos. Era el hijo menor de los cinco que tuvo su madre, una mujer de mucho carácter que vendía dulce de membrillo en las calles de Manhattan. Como no podían pagar el alquiler, les echaban cada dos o tres meses, teniendo que mudar de casa constantemente.
[photo_footer]Friendkin cree que la realidad del diablo es una prueba de la existencia de Dios.[/photo_footer]
La difícil relación de Blatty con su madre, se refleja en la historia de El exorcista. El problema de la culpa es clave para entender la crisis de fe del personaje. Su base está en el carácter bíblico del diablo como Acusador. El demonio que domina a la muchacha, apela al sentimiento de culpa de este cura que vive atormentado por la forma cómo ha tratado a su madre. Se convierte así en ella, adquiriendo su voz, para recriminarle sus faltas, sumiéndole en un terrible mar de dudas.
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Satanás es presentado en la profecía de Zacarías 3 como el adversario del sumo sacerdote Josué –que es el mismo nombre que Jesús en hebreo–. Su estrategia es acusarle a él y a su pueblo, siendo respondido por Dios mismo (v. 2). “El acusador de los hermanos” (Apocalipsis 12:10) actúa así contra el creyente noche y día, mostrándole su culpa, frente a Dios. El diablo hace así dudar al creyente de tres maneras. Primero, procura que esté siempre preocupado por su pecado. Hace así, en segundo lugar, que se deprima, sintiéndose miserable e inútil. Y le hace dudar finalmente de su salvación, mostrándole la ausencia de evidencias de su fe.
El exorcista nos dice que la única forma de vencer al diablo es creyendo en él. Sin embargo lo único que hacen estos curas son rituales con crucifijos, estampas, agua bendita, velas, conjuraciones y rosarios. Nada de esto tiene poder contra el diablo, según la Escritura.
[photo_footer]El problema de la culpa es clave para entender la crisis de fe del personaje, basada en el carácter bíblico del diablo como Acusador.[/photo_footer]
Jesucristo y los apóstoles se enfrentan con demonios, pero no recurren a ninguna fórmula para dominarlos. El interés del exorcista en averiguar los nombres de los demonios –tanto en la versión católica de esta historia, como en la oración de guerra espiritual que encontramos en algunos círculos evangélicos– tiene más que ver con el pensamiento mágico que cree en el poder de la pronunciación de las palabras, que en la visión bíblica de la fe liberadora, que se basa en la Palabra de Dios.
La mera sugerencia de que un creyente puede ser poseído por los demonios, está en contra la enseñanza bíblica, porque un cristiano está poseído por Dios (1 Corintios 6:19-20). Podemos ser atormentados y tentados, pero no poseídos.
Cuando somos unidos a Cristo por medio de la fe, recibimos al Espíritu Santo dentro de nosotros. Ningún demonio puede poseernos, por nuestra victoria en Jesús; “porque mayor es el que está en nosotros, que él que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
[photo_footer]'El Exorcista' nos dice que la única forma de vencer al diablo, es creyendo en él.[/photo_footer]
Si somos salvos por la obra de Cristo, somos librados de la potestad de las tinieblas (Colosenses 1:13-14). Somos atacados por el diablo, pero tenemos seguridad en Cristo (Romanos 8:37). El Maligno no puede tocar a un hijo de Dios (1 Juan 5:18), porque no puede deshacer su obra. El Señor nos protege con su fidelidad (2 Tesalonicenses 3:3).
Si quieres ser libre de toda amenaza espiritual, ¡confía en la obra de Jesucristo, que da la victoria frente al mal! Ya que “despojando a los principados y las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). La victoria no es por la fuerza de un ritual, sino por la obra de Cristo Jesús, que ha vencido en la cruz.
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