Hace más de veinte años escribí una de mis primeros artículos para mi blog Weekly Word desde la ciudad más oriental de Europa, en el corazón de Rusia, Perm. Hoy en día, Rusia está en los libros malos de la mayoría de la gente. Sin embargo, la transformación a largo plazo de esa nación debe seguir siendo una prioridad para el pueblo de Dios.

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Perm es una megaciudad, más poblada que Ámsterdam, construida a orillas del ancho y serpenteante río Kama, a 1.400 km al este de Moscú. Los llamados montes Urales, que me sorprendió descubrir que en su mayor parte eran colinas bajas al este, marcan la frontera con Asia.

Perm era, por tanto, la “puerta de Siberia” para muchos exiliados -Dostoievski entre ellos- que iniciaban su camino hacia el este, hacia un destino desconocido, por la carretera de Siberia, que comenzaba en el centro de la ciudad, a orillas del río. Perm fue también la última ciudad que vieron los prisioneros antes de ser conducidos al norte, a las docenas de campos de prisioneros repartidos por toda la provincia de Perm. Algunos han llamado a esta zona el “basurero de la humanidad”.

El secreto había envuelto esta ciudad, cerrada a los extranjeros hasta pocos años antes de mi visita. Ni siquiera los trabajadores de la gigantesca fábrica de armamento podían saber qué fabricaban. Hace dos décadas, y sospecho que todavía hoy, se fabricaban allí cohetes espaciales, lanzacohetes y motores de avión. Sin embargo, a pesar de la sofisticación de su industria, barrios enteros de cabañas de madera como casas siguen confiriendo a la ciudad un ambiente “fronterizo”.

Trampolín

Dos años antes de mi visita, una joven pareja no rusa de nuestra misión había empezado a trabajar en Perm, creando un trampolín para los equipos pastorales que se dirigían al norte para trabajar con los presos y establecer comunidades en aldeas remotas; para atender a los tártaros río abajo y a los pueblos no alcanzados, como los khanty-mansi de los Urales, en Siberia.

Yo estaba allí en ese momento para hablar en un primer encuentro celebrado en la región de los Urales, con un grupo agudo de estudiantes principalmente rusos y tártaros. Una joven ucraniana muy capaz dirigía la escuela, mientras que uno de los primeros uzbekos que se unió a nuestra misión era mi traductor. Era consciente de los fundamentos históricos que esta escuela estaba sentando para la futura multiplicación de obreros que se extenderían por esta vasta y desafiante región, y más allá.

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¿Qué ha sido de la red de bases y escuelas abiertas a lo largo de los años desde la implosión del comunismo? Al Akimoff, que ha recorrido todo el antiguo mundo soviético más que nadie en nuestra misión, se mantiene en contacto a diario con nuestros trabajadores en ese mundo.

Hace unos meses escribió sobre los cientos de miles de jóvenes rusos que huían a través de cualquier frontera que podían para escapar del reclutamiento para la “operación especial” en Ucrania. Muchos de nuestros trabajadores también tuvieron que abandonar el país, algunos se fueron a Europa, Estados Unidos y Brasil; otros, a los cercanos países de Asia Central. Sin embargo, muchos optaron por quedarse y seguir sirviendo en Rusia. A pesar de la crisis, los cursos de discipulado y los alcances han continuado en Rusia durante estos meses.

Nuevo territorio

Toda una escuela y su personal de cuarenta personas consiguieron cruzar a un país vecino para continuar su curso. Ahora se dedican a la evangelización y van a algunos de los países menos alcanzados, como Nepal, Turquía y países de África y Asia Central.

Otra escuela para indígenas en el Ártico está enviando equipos a los no alcanzados en la Tundra. Se trata de una operación totalmente no extranjera, y Al informa de que estos jóvenes indígenas del Ártico están abriendo nuevos territorios, viajando con motos de nieve para relacionarse con pueblos remotos.

La vida no es fácil para estos equipos pioneros, nos recuerda Al. Hace unos años, un oso mató a uno de nuestros jóvenes líderes en el Ártico, dejando a su mujer al frente de los programas de discipulado y las actividades de divulgación.

Mientras oramos por la paz y la libertad de Ucrania, Al pregunta: ¿podemos orar por lo mismo para Rusia? Oremos para que sean liberados en su destino, cumpliendo su sueño de ser misioneros en el mundo.

Jeff Fountain, Director del Centro Schuman de Estudios Europeos. Este artículo se publicó por primera vez en el blog del autor, Weekly Word.