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Lidiando con el resentimiento

En nuestro país hace falta lo que la oración del Padrenuestro nos enseña. El perdón y la reconciliación es una asignatura mucho más que pendiente.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 01 DE FEBRERO DE 2023 12:54 h
Imagen de [link]Matthew Henry[/link] en Unsplash.

En la oración del Padrenuestro hay una parte dedicada al perdón; el perdón que recibimos de Dios y el perdón que nosotros dispensamos a los que nos ofenden así como el perdón que nos dispensan aquellos a los cuales hemos ofendidos. Esa parte, dice así: “Y perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…” (Mt.6.9-13). Después, al referirse Jesús a la oración, vuelve a incidir sobre lo mismo:



Y cuando estéis orando perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas" (Mcr.11.22-26)



Creo, firmente, que en la intención de Dios está no solo que seamos como Él, sino que transmitamos a los demás esa forma de ser, en vista de que las relaciones humanas se rompen con tanta frecuencia. Entonces, Él quiere que se lleve a cabo entre los seres humanos aquella reconciliación que de forma tan elocuente nos mostró en el momento de la crucifixión de su Hijo Jesús, cuando estando en la cruz, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23.34; ver Tamb. 2ªCo.6.18-19). Así, cada vez que nos presentamos delante de Dios para conversar con Él, hemos de revisar cuál es el estado de nuestras relaciones con nuestro prójimo, y proceder acorde con lo que el Señor nos enseñó (Mt.5.23-24)



Al respecto del tema del perdón, estoy firmemente convencido de que todos los que estamos ejerciendo el ministerio pastoral, a veces nos hemos encontrado con personas infelices, principalmente, a causa del resentimiento que anidaba en su corazón. Pero también hemos visto el milagro de la gracia y el poder de Dios liberando a las personas de su resentimiento e incluso de las consecuencias del mismo que, entre otras, es la amargura. Las personas que viven con esos sentimientos difícilmente pueden tener paz; pero tampoco suelen contribuir a que la tengan los que viven a su alrededor. Esto se puede ver, tanto desde el ejercicio pastoral como desde cualquier tipo de “atalaya” y sin necesidad de ser cristiano. Tal y cómo apunta el autor de la epístola a los Hebreos, el resentido y/o amargado suele “contaminar” a los que están a su alrededor, de una manera o de otra. Él pone como ejemplo a Esaú quien con su resentimiento y amargura hacia su hermano Jacob, contaminó a toda su familia y su descendencia por espacio de 1000 años (Gé.27.41; Nú.20.14-21; Abdías 10-18):



Mirad bien, no sea que alguno se rezague y no llegue a alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y que por ella muchos sean contaminados” (Hb.12.14-16)



Esa realidad la hemos constatado varias veces a lo largo de nuestro ministerio. Y a veces la solución llega a tiempo cuando la persona es joven y le falta muchos años de vida por delante; para otros, sin embargo, la solución la encuentran después, incluso cuando son ya mayores y han probado sobradamente los frutos del dolor, la tristeza, la amargura e incluso el odio. Pero es en el seno de la comunidad cristiana que muchos de los males emocionales que traíamos de nuestras casas, se solucionan por la gracia y el poder del Evangelio de Jesucristo. A continuación pongo tres ejemplos de esa realidad, por si pueden ayudar a algún lector.i



El primero, un joven quien, en un grupo pequeño y durante una reflexión sobre la oración del Padrenuestro y la parte que habla del perdón divino y que Dios demanda de cada uno de nosotros hacia los demás, fue tocado profundamente por la Palabra. Él dijo delante de todos que había sido un hijo no deseado y que incluso su mamá le dijo que quiso abortar cuando estaba en su vientre. Eso, juntamente con otras experiencias muy negativas en el seno de la familia, hizo que tuviera y alimentara un rechazo hacia sus mayores y una falta de aprecio hacia sí mismo. No hubo que explicarle mucho, excepto la necesidad de perdonar, tal y cómo nos enseñó el Señor Jesús. Él se encargaría de sus sentimientos. Así, en una oración sencilla, la persona expresó su perdón, mientras que el pastor oró a su favor. Así acabaron tanto sus sentimientos internos de rechazo como su falta de paz y de sufrimiento interno, dando paso a la sanidad interior y la paz que solamente Dios puede dar. Como bien dijo Santiago: “Confesaos vuestros pecados los unos a los otros, y orad unos por otros para que seáis sanados” (St.5.16). Dicho sea de paso, Santiago hace referencia, no a una confesión auricular hecha a los pies de un sacerdote, ni a un pastor, sino a una confesión mutua, de “los unos a los otros”, en cuya acción hay tanta eficacia como en aquella que se hace a un pastor.



El segundo caso, tiene que ver con una persona mayor que, por haber vivido antes, durante y después de la guerra civil, vivía una verdadera tragedia en su interior a causa del resentimiento y la amargura que la llenaban y la controlaban. Era tanta la tensión que vivía que a punto estuvo de cometer alguna locura. En ese estado de permanente angustia por las cadenas que la tenían esclavizada, buscó a un pastor. Le contó lo que le pasaba y el origen de todo lo que estaba sufriendo. El pastor la guió a repetir la oración del Padrenuestro. Cuando llegaron al punto donde dice: “perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…” el pastor guió a esa persona a la necesidad de perdonar a los que le habían hecho mal. Eso no lo entendió, pero el pastor le dijo que ella lo único que tenía que hacer era obedecer de corazón las instrucciones divinas sobre el perdón y que confiara en que el Señor haría el resto. Así lo hizo; luego el pastor oró a favor de la persona, y ésta se fue. A la semana, esa persona fue a buscar al pastor para decirle que toda la angustia, el resentimiento y la amargura que la llenaban desde hacía décadas, se le habían ido. ¡Estaba libre y había sido liberada y sanada!



El tercer caso, hace casi 40 años teníamos una reunión en casa para un estudio bíblico. Nos reuníamos unas siete personas. Una mujer que asistía a dicha reunión, trajo a una amiga, vecina suya. La mujer que nos visitaba venía toda vestida de negro y aun su cara expresaba la tristeza más profunda.



Cuando le pregunté por quién llevaba luto, se echó a llorar y dijo que su marido había muerto hacía unos tres años. Pero no era ese el mayor motivo de su luto. Ella añadió, con más llanto todavía, que hacía tres años su hijo de unos 26 años había tenido una discusión en el bar del pueblo de dónde eran con un hombre de unos 56 años. Cuando acabó la discusión aquel hombre se fue del bar. Al cabo de una media hora, el hijo de esta señora salió del bar para irse a su casa y para su sorpresa, el otro le estaba esperando afuera, con una escopeta que le disparó a boca jarro, dejándole muerto en el acto.



Escuchar el testimonio de esa mujer y verla, fue muy doloroso para los presentes. La impresión que me dio es que si Dios no hacía un milagro en su vida, se iría a la tumba con un profundo dolor expresado por aquel riguroso luto, tanto por medio de su vestimenta como por la expresión de su rostro.



Personalmente traté de identificarme con ella, en su dolor -hasta dónde me fue posible entenderlo- y le dije con temor y temblor y sabiendo que era el único camino a su liberación: “¿Sabe usted la oración del Padrenuestro?” Entre lágrimas me dijo que sí. Entonces la invité a decirla juntos. Comenzamos, y llegamos a la frase donde dice:



“Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…”



Paré en ese momento, y le dije: “¿Podrá perdonar a ese hombre que hizo “eso” con su hijo?” Ahora lloró más todavía a la vez que manifestaba la imposibilidad de que eso pudiera suceder: “¡No, no! ¡Yo no puedo, yo no puedo…!” repetía una y otra vez. “Es cierto, usted no puede –le dije- y yo tampoco podría. Pero Dios sí puede hacerlo en usted. Dios nos manda que perdonemos, no que cambiemos nuestros sentimientos; eso no podemos hacerlo nosotros; de eso se encarga él. Él lo único que nos pide es que seamos obedientes a su voluntad y perdonemos a aquellos que nos han hecho mal…”



Cuando entendió lo que le explicaba, aquella noble mujer hizo una oración, entre lágrimas: “yo perdono a… en el nombre de Jesús”. Ese fue el momento más difícil para ella. Después rogué al Señor la bendición sobre su vida. ¡Qué fuerza tiene el nombre de Jesucristo, cuando se usa de acuerdo a Su voluntad!



Nadie dijo nada más. Aquel día se cambió el orden y la orientación de nuestro "estudio bíblico". Luego, antes de que acabara la semana y sin que nadie le dijera nada, ella se había quitado el luto externo, porque el de adentro… se le había ido del todo: Su rostro era otro, y la paz y el gozo del Señor la había llenado y se había apoderado de su ser.



Después, nuestra querida hermana tuvo la oportunidad de dar testimonio públicamente en distintos lugares y para asombro de muchos, cómo, por haber perdonado y reconocido al Señor en su vida fue, liberada de la esclavitud del dolor, la tristeza y la amargura que la atenazaban y que la hubieran llevado a la tumba de forma prematura y quizás, enferma del alma y del cuerpo.



Ahora ya hace unos cuantos años que las dos últimas personas mencionadas están gozando de la presencia del Señor, mientras que el primero vive todavía, después de unos 40 años de vida cristiana.



Termino diciendo que en nuestro país hace falta mucho de lo que la oración del Padrenuestro nos enseña, y se cumpla; y no solamente lo relacionado con el perdón, sino con todo lo demás; pero el perdón y la reconciliación es una asignatura mucho más que pendiente. Será, entonces, por medio del Evangelio de Jesucristo que somos llamados a proclamar el perdón de Dios entre nuestros conciudadanos. ¿No es eso lo que dijo Jesús que deberían ser sus discípulos?: “Bienaventurados los pacificadores (“constructores de la paz”) porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt.5.9). Porque ese perdón que es sanador y restaurador de unas verdaderas relaciones con Dios y con los hombres, no vendrá de la mano de la política ni de ningún gobierno, sea de un signo o de otro.





Notas




i Los datos de los dos primeros casos han sido cambiados. Pero el tercero ha sido publicado con el permiso de la familia.



 

 


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COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 

Angel
13/02/2023
17:28 h
2
 
José Manuel Marín, con todo respeto, estamos tan acostumbrados a dividir y sistematizar la experiencia cristiana que nos cuesta trabajo creer que todo se dé de manera diferente a cómo nosotros creemos que debe darse. No pensamos que Dios, que sigue siendo Dios, puede invertir el orden. Solo es cuestión de ver que Jesús en sus encuentros con personas, nunca los trató siguiendo "un mismo orden". Además, en todos los casos que menciono, todos recibieron a Jesús en su corazón. ¿Entonces?
 

Jose Manuel Marin
05/02/2023
12:22 h
1
 
Creo que uno de nuestros mayores errores es la aplicación del PERDON... Dios nunca lo hace como describe su artículo, siempre requiere de nuestro arrepentimiento y confesión para obtener Su Perdón. ¿Entonces si perdono como usted dice, creo que seré más bueno que mi Dios? ... Así creo que aplicaríamos la salvación Universal como predican los católicos. Creo que el perdón debemos otorgarlo como explica Jesús... Y como ejemplo los dos casos de Mateo 18 a partir del verso 15. Bendiciones
 



 
 
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