Y no es que esto sea un error en sí, pues lógicamente es necesario que el hombre se reconozca pecador para proceder al arrepentimiento. El error de esta evangelización estaría si se hace de forma excluyente, marginante y olvidadiza de otros conceptos que también abarca la evangelización del mundo.
Algunos han pensado que la moral de sufrimiento que implica el cristianismo y la gran cantidad de valores que éste aporta en solidaridad con los sufrientes del mundo, ha sido transmutada o cambiada por una moral del pecado que, además, está extraordinariamente individualizada. Quizás una moral de pecado no solidaria con el sufrimiento del mundo, con los despojados y oprimidos, con los enfermos y débiles del mundo. Sin embargo, yo creo que, también, si reducimos el cristianismo a una moral del sufrimiento, una moral solidaria con los sufrientes del mundo y que creara líneas de servicio de ayuda a estos prójimos sufrientes, también quedaría un cristianismo alicortado. La evangelización, y el cristianismo en general, debe ser integral y asumir tanto los conceptos de pecado y culpa, como los conceptos de sufrimiento y de solidaridad con los sufrientes del mundo en búsqueda de justicia y liberación.
Una evangelización que bascula hacia conceptos tan importantes como el de culpa y pecado y se queda congelada en ello, va a carecer de la suficiente empatía y sensibilidad hacia algo que fue central en la evangelización de Jesús: el sufrimiento de los proscritos, los excluidos, los oprimidos, los tildados de pecadores, los injustamente tratados, los quebrantados, los pobres y los enfermos. Sería trabajar una evangelización de liberación personal de la culpa, pero que no habilita para ser manos tendidas, agentes de liberación en medio de un mundo de dolor.
Cuando uno en la evangelización aplica frases bíblicas como “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”, no hemos de pensar en un concepto de salvación metahistórica e individualista que nos sume en el gozo insolidario, sino en el hecho de que ser salvo implica, también y de modo necesario, caminar por el mundo como nuevas criaturas capaces de acercar al mundo el Reino de Dios y su justicia. Somos salvos también para trazar líneas de servicio y de projimidad. De ahí que personas como el Buen Samaritano que entraron por líneas solidarias de misericordia, se encontraron también con la aprobación de Dios que les reconoce como buenos prójimos y ciudadanos del Reino, mientras que a otros religiosos quizás preocupados, exclusiva e insolidariamente, por el pecado y la culpa, los deja fuera tirados en la práctica de su ritual insolidario y vacío.
Es por eso que se puede hablar con propiedad de que la evangelización entraña también la promoción humana, las líneas solidarias de projimidad, líneas de búsqueda de justicia y de liberación del sufrimiento. Es por eso, también, que podemos hablar de la acción social evangelizadora, es por eso que la evangelización puede asumir de forma clara y contundente toda la denuncia profética que Jesús también asume en su ministerio evangelizador.
Una evangelización de este tipo, integral y que asume tanto los conceptos de pecado y culpa como los de sufrimiento y búsqueda de la justicia, es la que puede liberar y limpiar el concepto que de la religión o de la vivencia de la espiritualidad cristiana se tiene en muchos ámbitos, al pensar que el recluirse en los templos de espaldas al dolor de los hombres, tendiendo al grupo de pureza y no contaminado, es lo ideal para sentirse inocente ante las problemáticas e injusticia del mundo. Ahí, en esta forma de vivir el cristianismo intramuros y de espaldas al dolor de los hombres, no hay neutralidad ni inocencia ante las injusticias humanas, ante la falta de práctica de projimidad. En estas líneas de reclusión y búsqueda de ámbitos de pureza, puede haber y puede reinar el denominado pecado de omisión. Omisión de la ayuda, el pasar de largo sin sentirse llamados a misericordia. Es repetir los comportamientos que condena Jesús en las personas del sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano que, pendientes de la práctica del ritual, no fueron capaces de pararse al lado del herido, de sentirse movidos a misericordia y de mancharse sus manos en la práctica de la solidaridad y la projimidad.
No somos salvos solamente para una relación vertical con Dios, sino que somos salvos, de igual forma, para la práctica de la projimidad, para la reconciliación con el hombre que es la otra línea en semejanza con la reconciliación con Dios. La evangelización tiene que abarcar las dos líneas fundamentales de la espiritualidad cristiana: el amor a Dios y lo que es su semejante: el amor al prójimo.
Si la evangelización no la encarrilamos por estas líneas integrales y totales, podemos estar haciendo una evangelización para que el Reino de Dios y sus valores solidarios no lleguen al mundo y las cosas sigan como están, sin que se note en el mundo la influencia liberadora de los cristianos. Así, la evangelización no tiene que poner sólo a Dios en su punto de mira y predicar solamente los conceptos de culpa y de pecado, sino también debe poner en su punto de mira al hombre y predicar ideas de liberación, de búsqueda de justicia, de projimidad, de proximidad al despojado y apaleado del mundo, de integración de los que están tirados al lado del camino, líneas de servicio y de sentirse movidos a misericordia. No sea que nuestra evangelización se dedique a hacer confesos atrapados en rituales vanos e inmisericordes.
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