La verdadera riqueza de un país

Una de las cosas que demuestran la gran falta de educación de tantísima gente en nuestra sociedad es la manera en la cual dejan el servicio público cuando lo usan algunos, en los centros comerciales. Yo creo que nunca fueron educados a hacer las cosas de forma correcta: Orinar dentro y no fuera del Water; echar los papeles dentro de la papelera y no fuera de la misma, pulsar el dispositivo de la cisterna para limpiar el interior, limpiar el borde del water, etc. Pues nada. Da un verdadero asco entrar cuando algún mal educado ha entrado al servicio previamente.

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Uno se pregunta si en su casa actúan de la misma manera, porque es difícil que cuando se enseña a los niños desde pequeñitos a hacer las cosas bien, cuando son mayores, salvo excepciones, las hagan mal. Por otra parte si uno lo hace de esa manera, ¿a quién le toca limpiar su basura, a su esposa? Mucho nos tememos que es así.  A veces pienso que cuando se valora tan poco la responsabilidad en actos de este tipo, eso sería solo la punta de un gran iceberg de la maldad que esconde el corazón humano. Porque si la Biblia dice que “el que es fiel en lo poco lo será también en lo mucho”, se sigue que lo contrario también es verdad: “El que es infiel en lo poco, menos lo será en lo mucho”. Si tantísimo trabajo les cuesta hacer algunas cosas tan sencillas como las señaladas antes, ¡muchísimo más les costará hacer otras mayores! Mi maestro en joyería, me decía, repetidamente: “Cuando uno se acostumbra a hacer las cosas bien, ya nunca las hará mal; será algo que no se podrá consentir a sí mismo”. Y tenía mucha razón. Será por eso que la Biblia dice acerca de la educación de los hijos: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él” (Prov. 22.6). He leído en varias ocasiones, que los jesuitas decían: “Dadnos un niño hasta los siete años, y lo haremos nuestro para toda la vida”. Lo cual también habla de la influencia que los enseñadores tienen sobre la vida de los niños y niñas, en los primeros años de su vida.

¡Qué razón tenia mi suegra cuando decía, que “la educación hay que recibirla desde pequeño, porque si no, cuando se es mayor es muy difícil...” ¡Pero muy difícil!

Hace algunos días escuchaba a D. Antonio Escohotado (¡me encanta oírlo! Aunque no siempre estemos de acuerdo) que decía:

“La riqueza de un país no está en que sea rico en materias primas. No. Sino en que tenga educación. La riqueza de un país está en que cuando a una persona se le presenta la ocasión de robar, no roba. Sabe que no tiene que hacerlo y no lo hace; en que cuando una persona recibe cualquier servicio, por pequeño que sea, dice: “¡Gracias!”; cuando uno ve a una persona mayor que necesita se le dé el espacio que necesita, uno se aparta y se lo cede; cuando uno se equivoca aunque aparentemente no tenga mucha importancia, dice: ‘disculpe…’”

Y así siguió describiendo lo que es una persona verdaderamente educada. Él decía que “esa es la verdadera riqueza de un país”. Y lo decía con seriedad y solemnidad en el rostro.

Este planteamiento de don Antonio Escohotado me hizo pensar en todo lo que, como cristianos aprendemos del Señor y su Palabra; me hizo pensar  en que ser cristiano en sí mismo lleva implícita una forma de ser, una educación que no solo hace rica (¡en todos los sentidos!) a una persona, una familia, sino incluso una nación. Pero rica, primero en virtudes; sobre todo aquellas relacionadas con la honestidad, la integridad, la verdad, la responsabilidad, la insobornabilidad, la generosidad, la justicia, el amor, etc. Sin embargo, estas cosas son menospreciadas por mucha gente mal-educada.

Pensando en ello, en las dos últimas ocasiones que hubo elecciones generales, hice una reflexión sobre la posibilidad de encerrar a los políticos concurrentes a un retiro espiritual de unos cuantos días, solo con el capítulo 4.17-32 de la Epístola del Apóstol Pablo a los Efesios, para su reflexión. Al menos, y ya que sería difícil que la mayoría comprendiera lo que quiere decir “Creados en Cristo Jesús en la justicia y santidad de la verdad” (4.24) que consideran los aspectos éticos y morales que en tal capítulo se mencionan. A lo mejor, algo de bueno se les pegaría, a fin de ejercer como buenos administradores de los bienes públicos.

Pero volviendo a lo del comportamiento de ciertos ciudadanos mal educados, deberían inventar algún tipo de mecanismo que, sin atentar contra la intimidad de los usuarios, una vez que terminan de hacer sus guarrerías en el servicio y traten de salir, que no puedan abrir la puerta y que, una voz bien audible, se oyera diciendo:

“¡Atención! ¡Atención por favor! Usted no podrá salir de este lugar hasta que lo deje como se lo encontró cuando entró. Le rogamos que recoja los papeles que ha echado fuera de la papelera, pulse la cisterna, limpie el borde del wáter, así como el suelo que ha manchado con su orín. Usted debe entender que nadie tiene la obligación de hacerlo por usted. ¡Muchas gracias!”

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Aunque lo de, “muchas gracias”, me parece demasiado amable para lo que se merecen algunos (y según dice mi Lola, también “algunas”). Pero si ese invento fuera posible, algunos se lo pensarían dos veces antes de entrar a un servicio público. Digo yo.