Esta historia nos muestra también las inquietudes espirituales de una generación hambrienta de redención.
Este fin de semana se estrena la segunda parte de Avatar, la película más taquillera de todos los tiempos. La primera la hizo James Cameron, tras el éxito de Titanic en 1997. La historia del planeta Pandora se anunció desde el principio como una trilogía. Al principio abrió una caja de la que salieron todo tipo de males, al perderse la inocencia en el Edén perdido con la entrada del mal por el ser humano, pero solo un hombre será capaz de salvarlo, aunque para eso tiene que encarnarse en una de las criaturas que habitan en este mundo.
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Para entender el fenómeno que fue Avatar, hay que ir más allá de la impresión de volver a ver los cines llenos de gente con gafas, para lograr el efecto de tres dimensiones. No era un simple regreso a los orígenes de un espectáculo de atracción de feria. Es cierto que el sistema se conoce desde 1922, que se proyectó en Los Ángeles, The Power Of Love, pero su uso de las imágenes digitales integradas a una acción real, sea en una, dos o tres dimensiones, nos revela una historia que va más allá de los tópicos del western o la ciencia-ficción, que la película evidentemente evoca.
Nos encontramos con ecos de la Gran Historia que no podemos olvidar. Es cierto que este es un relato influido por una mística pagana entre el orientalismo y la New Age, que los cristianos hacen bien en rechazar, pero esta historia nos muestra también las inquietudes espirituales de una generación hambrienta de redención. Como el protagonista, todos ansiamos la liberación de un cuerpo que nos limita, pero esto solo será posible por el asombro de la Encarnación.
[photo_footer]Avatar nos enfrenta al misterio de la Encarnación.[/photo_footer]
Jake Sully es un ex-marine parapléjico que vive en la era espacial. Su hermano Tommy le convence para ir a una misión en un planeta legendario y peligroso llamado Pandora. “Todo lo que quería es una causa, por la que mereciera la pena luchar”, dice. Su trabajo es conducir su avatar, una mezcla de su ADN con el de la especie indígena que habita este mundo, los primitivos “na′vi”, por un enlace del sistema nervioso.
Esta raza tiene su propia cultura, relacionada con la historia del planeta y sus creencias religiosas, que ven a sus habitantes conectados con la Naturaleza, unos con otros y finalmente con el Ser que los ha creado. En su inmersión en la cultura “na′vi”, Jake comienza a establecer relación con este pueblo y la hermosa Naytiri, encargada de su formación. El amor que ahora siente por estos habitantes azulados de la jungla entra enseguida en conflicto con los intereses de la compañía encargada de la investigación. Ya que la misión no tiene una función meramente científica. Lo que busca es explotar la zona por su riqueza mineral. La importancia que tiene la Naturaleza en esta historia sugiere, para muchos, una parábola ecológica.
[photo_footer]El director dijo en el estreno de la película en Londres que trata del poder de la codicia y el deseo, que hace que tengamos la tendencia de apropiarnos de lo que queramos.[/photo_footer]
Otros van aún más allá, y hacen incluso una lectura política de su uso de la “guerra contra el terror” para lograr más recursos naturales, aunque la utilización de la violencia para predicar la no-violencia está ya en otras películas de Cameron, como Terminator 2: El juicio final, Aliens: el regreso o The Abyss. El director parece, sin embargo, pensar en algo más general en el ser humano, a la luz de sus declaraciones, durante su estreno en Londres, como es el poder de la codicia y el deseo, que hace que “tengamos la tendencia de apropiarnos de lo que queramos”.
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El deseo del hombre por este Edén perdido nos lleva al aspecto indudablemente espiritual de esta historia. ‘Avatar’ es una palabra en sánscrito que significa “bajada o descenso”. En la religión hindú sirve para designar las encarnaciones de Vishnu, el dios de la preservación y la bondad. Los “na′vi” adoran el mundo natural. Creen que todo el planeta está conectado y con vida por una energía. Su mística nos recuerda el culto a la Madre Naturaleza, que se presenta como una divinidad femenina invisible, reverenciada con rituales y oraciones.
No hay duda de que nuestra vida es incomprensible sin esa realidad espiritual invisible. La Naturaleza sin embargo, no adquiere su valor por su carácter sagrado, sino porque como Creación refleja una majestad y esplendor, que se puede percibir incluso sin gafas en tres dimensiones. El mundo revela una Deidad cuyo testimonio está ahí, aunque como en Avatar, muchos no vean más que su realidad biológica.
Vivimos en un mundo como el de la película, orgulloso de su ciencia y tecnología, pero incapaz de dominar su avaricia y egoísmo. Aunque anhelamos, como el protagonista, la inocencia perdida. La Biblia nos enseña que la destrucción del planeta no es la raíz del problema, sino el síntoma de un mal mayor, que produce esa esclavitud de corrupción (Romanos 8:19). A causa de ella el mundo gime (v. 22). Ya que la Naturaleza no es Dios, sino creación (vv. 19-20). La pregunta entonces es: ¿dónde está el Creador mientras su creación sufre?
[photo_footer]Al perderse la inocencia en el Edén perdido con la entrada del mal por el ser humano, solo un hombre será capaz de salvarlo, encarnado en una de sus criaturas.[/photo_footer]
Avatar nos enfrenta al misterio de la Encarnación (¡no es casualidad que se vayan a estrenar, las tres, en navidades!). La doctora Grace Augustine (¿evoca su nombre a Agustín y la gracia, o a su idea de la guerra justa?), interpretada por Sigourney Weaver, piensa que esta es la única forma de acercarse a los “na′vi”.
El cristianismo nos presenta la esperanza de un Dios encarnado, que conoce la realidad humana, porque la ha vivido en su propia carne. Ha experimentado nuestra dependencia y sufrimiento; sentido dolor y desprecio; padecido el odio y rechazo de sus enemigos; la debilidad y la muerte. Y al hacerse uno de nosotros, se identifica con nuestra situación, pudiéndose ahora compadecer de todas nuestras debilidades (Hebreos 4:15).
Como Jake, Dios hace de su encarnación una realidad permanente, siendo ahora el Hombre exaltado en los cielos. Lo que celebramos en la Navidad, no es una mera visita a nuestro planeta, sino la Encarnación de Dios en Cristo. Puesto que Cristo resucitado y ascendido a los cielos, es todavía un hombre. En la visión gloriosa de Juan, el Cordero está sentado en el trono (Apocalipsis 7:17). Ha sido exaltado, pero sigue siendo humano, la amalgama transfigurada del polvo de la tierra y el aliento de Dios (Genesis 2:7). Cristo se convierte así en nuestra esperanza de gloria.
[photo_footer]Vivimos en un mundo como el de la película, orgulloso de su ciencia y tecnología, pero incapaz de dominar su avaricia y egoísmo.[/photo_footer]
El paso de Jake de un cuerpo débil y paralizado, a la libertad y fuerza de su avatar, nos habla de nuestro anhelo por la redención del cuerpo (Romanos 8:23). Esta libertad gloriosa (v. 21) es solo posible por Aquel que ha dado su vida por nosotros, venciendo a la muerte misma, para que un día podamos ser como él es (1 Juan 3:2). Recibiremos entonces un cuerpo resucitado. El cuerpo sembrado en debilidad resucitará en poder (1 Corintios 15:43).
Como Jake nace de nuevo, al ser transferida su conciencia a su avatar, el cristiano recibe una nueva vida del Espíritu de Dios, que le libera de la contradicción entre la carne y el espíritu. Aunque ahora vive todavía una lucha en su interior, como este mundo gime todavía en dolores de parto, pero espera el día de su liberación. Entonces ya no habrá muerte, ni dolor. Porque el Verbo que se hizo carne (Juan 1:14), habitará para siempre en medio de su creación (Apocalipsis 21:3-4). Vivirá entre nosotros y quitará toda lágrima de nuestros ojos.
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