Si reflexionamos con paciencia, tanto creyentes como no creyentes, la revelación de Dios a través del sufrimiento y de la muerte de cruz, puede parecer realmente un acontecimiento escandaloso. ¡Qué humilde revelación o, si se quiere, qué triste revelación de Dios en nuestra historia! Es como si Dios, en su revelación a través de la vida de Jesús, hubiera querido asumir toda la violencia e injusticia humanas. Jesús cargó con ellas en la cruz del Calvario.
No es extraño que los seguidores de Jesús encuentren en ello cierta paradoja, cierta conflictividad en asumir con fe la vivencia de la espiritualidad cristiana. Quizás, por ello, a veces, se intente suavizar el escándalo de la cruz. Como si algunos no pudieran soportar el seguir a un Jesús que carga sobre él la violencia y la injusticia del mundo. ¿Cómo evangelizar desde estos presupuestos, desde la asunción por parte de Jesús de la violencia y la injusticia, muriendo violenta e injustamente? ¿Qué se nos demanda a sus seguidores desde este trono de Jesús, que es la horrenda cruz, símbolo de muerte injusta? Y digo a sus seguidores, no a los religiosos, porque los religiosos fueron precisamente los que crucificaron a Jesús, los que envolvieron al Dios de la vida en un ropaje de violencia e injusticia.
La revelación del Dios que seguimos, pasó por la ruta de la ignominia de la cruz, la muerte violenta asumiendo las injusticias, las violencias y las opresiones del mundo. Y, aunque todo terminara en la realidad gloriosa de la resurrección, no podemos obviar ni eliminar el paso de todo discípulo por el camino de la cruz. El discipulado tiene algo que ver con la asunción de la violencia y de la injusticia, con el no pasar indiferente ante los violentamente tratados, ante los injustamente despojados, recluidos en la infravida de aquellos atrapados por la injusticia y la violencia de los opresores y ladrones de dignidad y de vida.
Así, desde nuestra experiencia en el trabajo en Misión Urbana con los débiles y empobrecidos del mundo, vemos con claridad que la evangelización que espiritualiza todos los términos y pasa de puntillas ante los injustamente tratados; la evangelización que, insolidariamente, no repara en las violencias que se ceban en los más pobres, maltratados y proscritos del mundo; la evangelización que no se encarna en la realidad de la historia, de nuestra intrahistoria, en donde hay tanto dolor, tanta violencia y tanta injusticia; la evangelización que no es una voz solidaria y de denuncia de las estructuras injustas que ejercen violencia sobre tantos hombres reduciéndolos a la infravida; la Evangelización que, junto a la Palabra, no comparte la vida y el pan..., está olvidando el mensaje que se lanza desde la cruz de Cristo.
Por tanto, desde la vida y el trabajo de Misión Urbana
vemos que puede haber evangelistas que no están evangelizando desde la cruz, desde la realidad injusta de nuestra historia. Cuando esto es así, debemos tener cuidado para no hacer una evangelización al estilo, o desde los parámetros, de los religiosos que crucificaron a Jesús. Una evangelización que no sigue el ejemplo del Maestro, del enviado de Dios en quien el Padre se revela. No sigue el ejemplo de Jesús. El ejemplo de humildad y servicio de un Jesús que para identificarse con los pobres e injustamente tratados, para solidarizarse con las víctimas de la injusticia humana, se despoja de su rango divino y asume en su propio cuerpo la violencia y la injusticia. Su muerte en la cruz tiene, así, un sentido redentor pagando por nuestro pecado, a la vez que se identifica con lo débil y sufriente del mundo.
Por eso la evangelización desde la cruz no puede ser ajena al sufrimiento humano, no debe espiritualizar todos los términos ni pensar sólo en la metahistoria, en las realidades apocalípticas y del más allá. No fue así como evangelizó Jesús.
Por tanto, en la evangelización hay que proclamar la posibilidad de salvación eterna, trascendente, la salvación que nos hará ciudadanos de la Nueva Jerusalén, pero sin dejar de pasar por la perspectiva de la cruz clavada, casi arraigada en la tierra, en nuestra tierra. Evangelizar desde el sufrimiento y la injusticia, teniendo en cuenta al Dios que se nos revela en la persona de Jesús, un Dios que se sumerge en nuestra historia, una historia injustamente trazada, violentamente configurada, proclive a la idolatría del poder, del dinero que, afectando también a muchos religiosos, se corre el riesgo de cambiar la verdadera imagen de Dios y quedarse estancados en aquella imagen que de Dios tenían los religiosos de la época de Jesús, cuestión que nos podría llevar de nuevo al aniquilamiento de la auténtica imagen del Dios de la vida.
Muchos religiosos tienen el riesgo de convertirse en una especie de comerciantes de lo divino que, siguiendo las líneas de los religiosos del tiempo de Jesús, ocultan la auténtica imagen del rostro del Dios verdadero que asume la injusticia y la violencia a la vez que clama contra ella buscando el beso de la justicia con la paz.
Ocultan la imagen de un Dios que, siendo el Dios de todos y abriendo perspectivas de salvación eterna para toda la humanidad, se convierte de forma específica en el Dios de los débiles y sufrientes del mundo, de los pobres y de los proscritos. El Dios que se siente cerca de las víctimas de este mundo. Jesús, en la cruz, fue a su vez víctima y Dios cercano a todas las víctimas de nuestra historia. Ejemplo que también deben seguir los llamados a proclamar el Evangelio.
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