Un manto de soledad y de orfandad puede extenderse sobre el hombre moderno o posmoderno, el hombre que reclama su independencia con respecto a un ser superior que nos ama.
Yo creo que el hombre de hoy vive mucho más inmerso en lo profano y en lo secular que en lo sacro. Ha roto los lazos con lo sagrado. Hay muchos huérfanos de Dios entre nuestros coetáneos. Parece que en mundo hoy se da en una gran medida la espalda a lo trascendente, a lo religioso, a la espiritualidad. Esa es la imagen del hombre de la modernidad o, si se quiere, de la posmodernidad. Poco a poco hemos cortado las cuerdas que nos unían a lo sacro, aunque nos hayamos quedado solos y huérfanos con respecto a un Dios personal.
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A pesar de los Derechos Humanos, de las libertades sociales de las que disfrutamos, de la lucha contra la discriminación por razones religiosas u otras, se ve en ocasiones como algo peyorativo al hombre que se mueve abiertamente valorando la esfera de lo sacro, al ser que dice estar en comunión con Dios, al hombre religioso que, curiosa y desafortunadamente, lo pueden encajar como en una esfera caduca, atrasada, ingenua y de mente no suficiente evolucionada según los parámetros de una secularización que da la espalda al fenómeno religioso, a la esfera de lo sagrado. Muchos dicen hoy que el hombre religioso debería “desaprender” muchos conceptos religiosos que le han enseñado en su infancia.
Hemos roto los lazos con lo sagrado. Así se puede hablar hoy de muchos huérfanos de Dios. Hemos destrozado el concepto de religión que viene del verbo “religare” que muestra la posibilidad de que el hombre esté religado a Dios a través de la persona de Jesús que sirvió de puente rompiendo toda separación entre Dios y nosotros.
Pregunta: ¿Se ha quedado solo el hombre convertido en un “sin Dios” que le vacía de la espiritualidad cristiana? ¿Hay huérfanos de Dios? Es como si una gran cantidad de coetáneos nuestros dieran la espalda a todo fenómeno que le religa a Dios. Un manto de soledad y de orfandad puede extenderse sobre el hombre moderno o posmoderno, el hombre que reclama su independencia con respecto a un ser superior que nos ama. Lo que algunos han llamado “mayoría de edad” a esa figura que ha eliminado a su Dios, es más bien el hombre vaciado, lanzado al mundo en soledad al romper los lazos con lo trascendente.
Los huérfanos de Dios. Desde esta perspectiva de ruptura de lazos con lo sagrado, en nuestras sociedades se ha metido a lo sacro en el baúl de los recuerdos, si es que no hay muchísimos conciudadanos nuestros que han perdido ya esa memoria, ese recuerdo. Un olvido que deja al hombre a la altura de su biología animal. Hoy, se le da mucha más visibilidad a lo profano, a lo secular, a ver en el hombre una mayoría de edad e independencia en la que no necesita ya lo trascendente.
Huérfanos a los que se les han cortado las alas de lo trascendente, los vuelos de la espiritualidad. Muchos contemplan esa espiritualidad cristiana como algo del pasado, muerta y enterrada. Gracias a Dios que aún queda un remanente fiel testigo de lo sacro y de la divinidad en todo el mundo.
¡Qué dirían los hombres de culturas y espiritualidades antiguas, qué dirían los que nos han precedido hace miles y miles de años! No entenderían a los huérfanos de Dios. El hombre de épocas antiguas y lejanas vivía más pegado a la espiritualidad o, si se quiere, a sus dioses. Algunos dirán que eran tiempos premodernos, momentos históricos en los que el hombre, en sus debilidades y miedos, necesitaba refugiarse en esas fuerzas espirituales que le daban una mayor seguridad.
Si tomamos a la medicina como ejemplo, podríamos decir que en esos tiempos, no sé si mejores o peores, no había una medicina laica, era, en tiempos antiguos, como si todo estuviera lleno de dioses. Hoy la medicina moderna piensa que nada tiene que ver con el fenómeno religioso, con lo sacro. Es una ciencia autónoma, huérfana de Dios, en el ámbito de lo secular. Al igual se podría hablar de la economía, de la sociología, de la ciencia y otras.
Desde una visión sacra, trascendente, religiosa, Dios era y es el sustentador, dador y proveedor para el hombre de todos los productos de la tierra que deberían pertenecer por igual a todos, al menos sin la existencia de esas grandes diferencias y acumulaciones desmedidas que se dan en perjuicio de otros, de los pobres de la tierra que no tienen acceso a los bienes que la naturaleza nos da.
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Sin embargo, desde una visión profana se han roto los lazos con la divinidad. Para los huérfanos de Dios los productos de la tierra son de aquellos que son más fuertes, más competitivos, más audaces o, en su caso, más egoístas o insolidarios que, para nada, piensan en compartir solidariamente con los más pobres. Eso es una consecuencia de haber eliminado los lazos con lo sagrado, pues la Biblia condena todos estos excesos egoístas de los necios que amplían sus graneros solo para ellos mismos. Los cristianos podemos caer también en esas tentaciones y vivir como los que no tienen esperanza, vivir, al menos es parte, como los huérfanos de Dios.
Una pena este tema de los huérfanos de Dios. Muchos hombres han roto con la divinidad. Huérfanos de un Dios justo y misericordioso. El hombre vería hoy como locura que se le considerara un colaborador de Dios en una economía sacra que no ha roto los lazos con lo trascendente. El hombre hoy no es colaborador de Dios como lo habían sido Adán y Eva en el huerto del Edén antes de la caída. Los huérfanos de Dios, los vaciados de una espiritualidad cristiana no entran en las líneas éticas y de amor al prójimo que nos marca la Biblia. Su ética, incluso la humana, queda alicortada.
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