Bono unía la rabia del punk a la compasión de Jesucristo. Tenía el valor de la denuncia profética bíblica, junto a la visión gloriosa de un futuro de esperanza cristiana.
Cuando uno llega a cierta edad, tiende a mirar atrás, para descubrir quién es. Eso es lo que hace el cantante del grupo irlandés U2, Bono, en el libro que presenta el día 28 en el Teatro Coliseum de Madrid, Surrender. En él se muestra aferrado a la fe evangélica que conoció en su adolescencia, pero consciente de sus muchas contradicciones. En su brutal sinceridad arremete contra sí mismo en unas páginas que te emocionan por su desarmante honestidad.
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Sus recuerdos nos llevan a los días en que la banda irlandesa no era el grupo de rock más famoso del mundo, sino los adolescentes que formaron The Hype en la escuela secundaria protestante de Dublín, Mount Temple. Era la época del punk, que dio a Bono y a Larry, la rabia para expresar la trágica pérdida de sus madres, siendo aún adolescentes.
Casi medio siglo después de que su madre se desplomará con un aneurisma cerebral en el funeral de su padre en 1974, Bono siente todavía la orfandad que llenaba las canciones de su primer disco, Boy (1980). Fue el verano siguiente cuando le conocí en el festival cristiano de Greenbelt. Tres de ellos formaban parte de una comunidad evangélica, sin denominación alguna, de tipo carismático, llamada Shalom. Actuaron sin estar anunciados, con un equipo e instrumentos prestados, después de llamar por teléfono, porque creían que Dios les había dicho que fueran y tocarán allí.
Bono era ya un carismático showman que dominaba el escenario. Cantaron al final, dos canciones de su siguiente disco, October (1981), despidiéndose con With A Shout (Jerusalem): “¿A dónde vamos desde aquí? / A la ladera de una colina / donde se derramó sangre / Jerusalén / ¡Grita, fuerte!, ¡grítalo! / Quiero ir al píe del monte de Sión / a los píes de Aquel que me hizo ver / A la ladera de la colina, donde sangre fue derramada / fuimos llenos de amor / y vamos a volver allí”.
[photo_footer]U2 se formó como The Hype en un instituto protestante de Dublin, donde conocieron la fe evangélica, tres de sus miembros.[/photo_footer]
En la portada de aquellos dos discos aparecía un niño llamado Peter Rowen, que es hoy fotógrafo. Era hijo de una familia de una Asamblea de Hermanos, vecinos de Bono, donde iba a reuniones de estudio bíblico. El cantante de U2 ha estado siempre muy unido a su hermano mayor, Guggi, que estaba en un grupo llamado Virgin Prunes. Juntos, formaban una pandilla de adolescentes, llamada Lypton Village.
El disco de Songs of Innocence (2014) volvió a tener un chico en la cubierta, pero esta vez era el hijo del batería Larry Mullen. Parece adolescente, pero tenía ya dieciocho años. Se llama como el ídolo de su padre, Elvis. Larry fue el primero en abandonar la comunidad Shalom, que comparó con una secta como los Moonies. Le siguió Bono, pero el guitarrista, The Edge, estuvo a punto de dejar U2, a causa de una profecía que tuvo una mujer de la comunidad, diciendo que habían hecho un ídolo de la música y tenían que elegir a quién seguir.
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Bono convenció a The Edge para que continuara en el grupo, argumentando que si Dios les había dado un don, era para usarlo. Su falta de compromiso con la comunidad coincidió con un giro del movimiento carismático a una dirección cada vez más controladora a partir de los años 80. Su pastor había sido misionero en China y tenía la idea de autoridad espiritual de Watchman Nee, por la que no seguir la guía de los responsables de la comunidad, era rebelarse frente a la voluntad divina. Es por eso que Larry compara a Shalom con los Moonies.
[photo_footer]U2 en el festival cristiano de Greenbelt en 1981.[/photo_footer]
El “punk” emerge en Inglaterra a mediados de los años 70, como una expresión de rebelión, acompañada de un fuerte mensaje nihilista, frente al idealismo hippy. Bono compara en el libro los gritos del “punk” con la honestidad de los Salmos. Los orígenes del “punk” están en la pesadilla de violencia y droga que se vivió en la ciudad de Nueva York a principios de los 70, al descubrir que “el sueño ha acabado”. Cuando yo descubrí el punk, uno de los veranos que íbamos a Londres, escribí un artículo sobre él en una revista que hacía en el colegio. Poco después los Ramones se convertían en una figura mítica para “La Movida” madrileña.
Los chicos de U2 vieron a The Clash tocar en el Trinity College de Dublín en 1977. Aquel concierto cambió su vida. Grandes aficionados al “rock” como el autor de Taxi Driver con Martin Scorsese, Paul Schrader –educado en la Iglesia Cristiana Reformada– dijo hace poco que el mejor concierto que vio en su vida fue de los Clash en 1979. Yo todavía recuerdo la impresión que me produjo el disco London Calling cuando lo compré esa Navidad en Londres.
[photo_footer]Bono hablando con el poeta y periodista musical evangélico Steve Turner en Dublin en 1988.[/photo_footer]
Lo sorprendente es que Bono unía la rabia del punk a la compasión de Jesucristo. Tenía el valor de la denuncia profética bíblica, junto a la visión gloriosa de un futuro de esperanza cristiana. Hasta el día de hoy, todavía no he escuchado un cántico de alabanza contemporánea con la fuerza de Gloria –el tema que abre su disco October–, que combina la confesión de impotencia humana con una declaración de exaltación divina –“Gloria in te domine, exultate”–.
Esto no solo era increíble en una sociedad como la irlandesa, donde no existía nada parecido a la llamada “música cristiana contemporánea” que había en Inglaterra, o Estados Unidos, sino donde la religión estaba unida a un contexto de violencia sectaria. Bono no ve su fe en términos de “la religión que ha dividido” su pueblo. Es por eso por lo que no se declara ni católico, ni protestante –su padre era católico y su madre, anglicana, que es la iglesia a la que él iba de pequeño–. La religión es para él, lo que hay, “cuando Dios se ha ido y la gente concibe una serie de reglas para llenar ese vacío”.
En mayo de 1974 una bomba estalla en la calle Talbot de Dublín, donde solía ir Bono a una tienda de discos, pero ese día vuelve a bicicleta en casa, cuando terroristas unionistas asesinan a 34 personas. Un hermano de Guggi y Peter –Andy Rowen–, queda encerrado en la furgoneta de su padre y se ve tan afectado por la explosión, que deja su educación en una Asamblea de Hermanos, para introducirse en la espiral de la heroína, inspirando el personaje de Bad (1984) –el tema que U2 interpretó en el monumental festival de Live Aid –. Hoy está rehabilitado.
U2 se enfrenta al nacionalismo que justificaba esa violencia, así como a la religión que ha abusado de niños en su país. A una de sus víctimas, le dedica la canción Sleep Like A Baby Tonight, que comienza como una nana a ritmo de sintetizador, estilo Kraftwerk, pero se convierte en una fuerte denuncia del silencio de una iglesia insensible al dolor de otros. “La esperanza está en la puerta”, que nos permita escapar de esa religión abusiva, “donde no brilla la luz del día, ni hay curación posible”.
[photo_footer]Bono en casa del evangelista Billy Graham con su hijo Franklin.[/photo_footer]
Como para tantos irlandeses, Estados Unidos no es sólo la explicación del éxito de U2, sino el oasis de libertad que saca a estos jóvenes de la oscura y opresiva Irlanda, para descubrir “la luz de California”, que evoca en la canción del mismo título. La experiencia americana no les hace olvidar, sin embargo, a sus amigos de adolescencia. En Songs of Innocence hay temas dedicados a Guggi y Gavin Friday de Virgin Prunes, que vivían cerca de su casa en Cedarwood Road, que da título a otra de sus canciones.
No falta tampoco en su libro la admirada invocación a la paciente/sufriente esposa de Bono, Ali. Eran novios desde el instituto y se casaron en la Iglesia de Irlanda –como se llama allí, la iglesia anglicana–, en una ceremonia dirigida por uno de sus profesores, Jack Heaslip –que llegó a ser pastor episcopal–, pero predicó el pastor de Shalom, Chris Rowe. Heaslip es todavía uno de sus guías espirituales, junto con el escritor evangélico Steve Turner, que ha escrito el libro de la película Rattle & Hum y ha proporcionado muchas lecturas a Bono.
La canción que más me emociona de Songs of Innocence es la que dedica a su madre, “Iris”, muerta cuando Bono tenía sólo 14 años. Como alguien que ha perdido también a su madre, tempranamente, sus palabras me producen una impresión todavía más profunda que las que le dedicó en su disco Zooropa (1993), Lemon, o en Pop (1997), Mofo. Si en esta última, decía que la madre que le había dejado, le había hecho alguien, ahora declara que la luz de su estrella todavía vive en él.
Aquella madre que le llevaba a la capilla de la Iglesia de Irlanda (anglicana) con su hermano, todos los domingos –mientras su padre iba a misa en la parroquia que había algo más arriba, en el barrio de Finglas, al norte de Dublín–, puso la semilla de fe, que dio su fruto en la adolescencia. Esa “fe no fingida” que Pablo dice que había en Timoteo, al habitar primero en su abuela y en su madre (2 Ti. 1:5), es la que encendió un “fuego”, que debe seguir “avivando” (v. 6). Es ese “don de Dios”, que Bono ha recibido, el que espero produzca un “fuego inolvidable”.
“Y estoy a un largo camino
de tu monte del Calvario,
de donde estaba y donde necesito estar.
Si hay una luz
que no siempre puedes ver,
¡no dejes que se apague!”
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