Es falso ese mensaje que cada vez se extiende más en los círculos “evangélicos” que dice que si vienes a Cristo no tendrás problemas y que “serás feliz” y “muy bendecido”.
Cuando nos hacemos discípulos del Señor entramos en la esfera de la gracia y del especial trato y cuidado de Dios Padre para con nosotros. Tal es el conocimiento de esa realidad que nos da el Evangelio de Jesucristo:
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“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia…” [1]
Sin embargo, la realidad de entrar en la esfera de “la gracia” no significa que entramos en la esfera de “la felicidad” o a una religiosidad apartada de la realidad de la vida; la nuestra y la que nos rodea. Es falso ese mensaje que cada vez se extiende más en los círculos “evangélicos” que dice que si vienes a Cristo no tendrás problemas y que “serás feliz” y “muy bendecido” en todos los sentidos. Al respecto traigo a colación un comentario del autor referenciado:
“Éste es uno de los temas principales en una corriente de recientes críticas evangélicas de la iglesia occidental, especialmente en América. Todas ellas están de acuerdo en que la iglesia es demasiado pragmática, hedonista, relativista, más dada a la emoción que reflexiva y, en resumen, centrada en sí misma. Como escribe Lints:
‘Esta fascinación con uno mismo da lugar al nuevo centro de la teología para los evangélicos modernos: La infelicidad. ¿Cómo puede haber un Dios si no somos siempre felices? El mal se ha convertido en una emoción particular, y el nuevo evangelio es que Dios ofrece sanarnos de ese mal particular. La iglesia existe para hacer que la gente se sienta confortable y feliz. Esto es sencillamente hedonismo bautizado con retórica cristiana. Nos hemos distanciado de la visión de Edwards de la teología como reflejo de la gloria de Dios, una gloria que es también el propósito de la humanidad’”[2]
El texto bíblico que aparece más arriba, nos enseña lo contrario de “esa fascinación” a la cual hace referencia el autor citado. Lo más probable es que al entrar en la esfera de la gracia comencemos a experimentar varias dificultades que quizás no esperábamos y nuestros sentimientos de felicidad se tornen en todo lo contrario. Aunque eso no anularía la realidad de un gozo interno, que nada tiene que ver con aquellos sentimientos de felicidad que muchos creían que iban a experimentar de forma permanente.
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Porque, es posible que como a otros muchos, a algunos les pase que ven la fe de Cristo “muy bonita” y al acercarse a la comunidad cristiana les sorprenda el amor reinante y digan: “Me gusta esto; nunca lo había visto”. Lo hemos visto muchas veces. Así toman una “decisión por Cristo” y comienzan a vivir con un “gozo exultante”; pero pronto surgen dificultades inesperadas. Tales dificultades son pruebas que suceden porque el mundo es como es. Pero tampoco suceden para desanimar al joven creyente; sin embargo tales pruebas pueden contribuir a fortalecerlo en la fe, en el amor y en la esperanza.
Luego, pasar esas pruebas es como una especie de “examen” que autentica, en parte, la fe que se ha profesado; o quizás pone de manifiesto que la fe expresada no es genuina y no resiste la prueba. Y dichas pruebas no siempre tienen que ver con el rechazo familiar por “un cambio de religión”. Con frecuencia son más bien de carácter ético. Y quizás estas pruebas sean las más duras porque no solo nos enfrentan con una nueva forma de vida que exige un cambio de pensar y actuar, sino porque posiblemente son las que dan origen a aquellos otros rechazos: el matrimonial, el familiar, el laboral, etc.
Quizás con algunos ejemplos se entiende mejor lo que quiero decir, aunque muchos ya lo sepan. Hace muchos años, un joven profesó fe en el Señor en una iglesia evangélica. Estaba tan eufórico y tan lleno de un evidente fervor que impresionó a todos. Su vida pasada había sido bastante “irregular” (por decir algo). En contraste, se veía a sí mismo tan “distinto” y tan “cambiado” que quería irse a un seminario para prepararse, con la finalidad de predicar el mensaje que había conocido, decía. El pastor de la iglesia le dijo que debía esperar un poco para que tuviera una mayor y mejor comprensión de la fe y algo más de experiencia de vida cristiana. Pero no fue fácil tratar de que comprendiera lo conveniente de aquella medida. Sin embargo, tampoco era cuestión de precipitarse.
Pasaron como unas tres semanas y llegó con un problema. Un accidente ocasionó desperfectos en su coche que costaba cierta cantidad de dinero arreglarlo. Preguntó qué debía hacer porque el padre le dijo que era mejor “arreglar con un amigo un supuesto accidente” para que pagara la compañía de seguros. Así, ellos no tenían que pagar aquel dinero. El muchacho tenía serias dudas de aquel “arreglo” y así se lo expuso a sus padres. Éstos le llamaron tonto y algunas cosas más, y añadieron: “¡Si podemos arreglarlo de esta manera, nos evitamos un gran gasto de dinero! ¿Por qué no vamos a hacerlo así?”
Entonces, el pastor le dijo a aquel joven que, a la luz de lo que él mismo había dicho y lo que sentía en su propia conciencia, que él mismo lo determinara, delante de Dios, si eso estaba bien o estaba mal. Él no tuvo duda al respecto: “Está mal, dijo”. Entonces el pastor le dijo que actuara en consecuencia.
El joven se fue, pero... ya no apareció más por aquella iglesia. Solo decir que, 10 ó 12 años después, la prisión no era el lugar al cual aquel joven hubiera querido ir cuando profesó fe y ardía en deseos de preparase para servir al Señor, e “ir al seminario”. ¡Lógico! ¡Ni se lo imaginaba! Pero nosotros tampoco. Sin embargo, ese fue su destino y esa es la realidad para él y lo será por muchos años.
Lo cierto es que, en la parábola del sembrador Jesús dijo que aquel se encuentra con cuatro clases de tierra. Una de ellas es la que tiene muchas piedras. Allí la semilla cae y crece pronto, “pero cuando sale el sol, como no tiene raíz, se seca”. El Señor hizo alusión al “sol” como metáfora de “la prueba producida por causa de la palabra…”[3]. Y acorde a nuestra experiencia y a la de muchos otros cristianos, una de las “aflicciones” viene como consecuencia de guardar y mantener los principios éticos del reino de Dios.
¡Cuántos y cuántos no habrán sufrido por ser fieles a dichos principios!: “Si todo el mundo lo hace, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros también?”; “¡Tío, es que si tú no lo haces nos dejas en evidencia a los demás!”. Entonces comienzan a mirar con cierto menosprecio y a tratar mal “al santurrón, ese”. Pero delante de Dios tenemos que decir que más vale sufrir injustamente por causa del bien, que sufrir justamente por causa del mal.
Podríamos poner varios casos más, pero no lo creemos necesario. Sin embargo sí hemos de afirmar que todo cuanto nos ocurra dentro de esta esfera de la gracia contribuirá a nuestra madurez como personas restauradas por medio de Jesucristo. Madurez que se alcanza y es caracterizada por la paciencia, el dominio propio, la fe y la esperanza, presididos por la preeminencia del amor. Por tanto, la esfera de la gracia a la cual hemos sido llamados y trasladados, no es un lugar de refugio para estar siempre felices y contentos, apartados de todo cuanto nos rodea. Cierto que “el gozo de la salvación” no nos faltará; pero nada que ver con eso tan de moda en estos tiempos, incluso en las iglesias donde se anima, una y otra vez con el engañoso mensaje de que ser cristiano es “una vida de felicidad”. Ese mensaje está bastante lejos de la realidad. Pero eso ya lo dijo una y otra vez, Jesús:
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”[4]
Entonces, por el texto mencionado anteriormente sabemos que como cristianos las dificultades las tenemos aseguradas en este mundo, pero solo confiando en Jesús, lo que él ha dicho y su victoria sobre todo aquello que causa las dificultades, sea “el mundo”, “la carne” o “el diablo”, es que podemos disfrutar de paz y de victoria en medio de ellas.
Notas
[1] Ro.5.1-5. Negritas y cursivas son mías.
[2] Carson Donald A. Amordazando a Dios. 1999. P. 524.
[3] Mt.13.5,20-21.
[4] J.16.33.
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