La paradoja de este libro es que a pesar de todo lo que dice en contra suyo, después de leer la novela, dan ganas de leer la Biblia.
Este mes es el centenario del premio Nobel de literatura José Saramago (1922-2010), nacido en Azinhaga (Portugal), pero muerto en la isla canaria de Lanzarote, donde decidió autoexiliarse con su esposa, la española Pilar del Río. Decía que la causa fue el escándalo que produjo en Portugal, su libro El Evangelio según Jesucristo (1991). Como buen ateo, Saramago, no podía dejar de hablar de Dios. Su esposa tradujo sus últimos textos al castellano. Entre ellos, la novela Caín, donde volvemos a encontramos su particular visión de la Biblia, que según él, nos enseña que no podemos fiarnos de Dios.
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Decía Nietzsche que “no nos libraremos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática”; pero lo que aprendemos de los ateos, es que mientras exista la lengua, seguiremos hablando de Dios. El problema es de qué hablamos cuando hablamos de Dios…
Saramago tiene claro que no hay dios como el Dios de la Biblia, aunque sea en minúsculas. Y la paradoja de este libro es que a pesar de todo lo que dice en contra suyo, después de leer la novela, dan ganas de leer la Biblia. El Nobel parafrasea una y otra vez la Escritura –junto a leyendas judías como la de Lilith–, mostrando que no hay libro como éste para entender la vida y el hombre. Otra cosa es su idea de Dios. Para él, francamente terrible.
En su opinión, “los católicos no tienen motivos para enojarse con Caín” porque “no leen la Biblia”. En todo caso, “sentará mal a los judíos”, porque “el libro habla del Antiguo Testamento”. En él sigue la historia de los primeros libros de la Biblia, Génesis y el Éxodo, a través de la figura de Caín, un conocido antihéroe de la Escritura que ejerce una peculiar fascinación en muchas personas, que lo ven como una especie de Judas, víctima del Destino, en las manos de un Dios horrible...
“Siempre he pensado que la historia de Caín –dice Saramago– es una historia mal contada en la Biblia”. El escritor reescribe por eso, libremente, la historia de Caín con un Abel “falto de piedad, jactancioso y despreciable” (p. 38). El propio Dios reconoce así su culpa a Caín, por no aceptar su ofrenda. Aunque él mismo le confiesa que mató a Abel porque no podía matar a Dios, pero en su intención está muerto (p. 40).
[photo_footer]El escritor reescribe la historia de Caín con un Abel falto de piedad, jactancioso y despreciable.[/photo_footer]
Como muchos lectores de la Biblia, Saramago se queda perplejo ante la razón del rechazo de la ofrenda de Caín. Muchos creen que el problema tiene que ver la propia naturaleza de la ofrenda –siendo Abel ganadero, un cordero; mientras que al ser Caín agricultor, un fruto de la tierra–, pero otros lo ven más relacionado con la actitud del corazón de cada uno de ellos. Lo cierto es que el pasaje de Génesis 4 es incomprensible sin el texto de Hebreos 11:4 –la cita con la que comienza la novela, atribuida provocativamente al Libro de los Disparates–:
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“Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que el de Caín”. Ya que “por la fe, Dios mismo, al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella sigue hablando después de muerto”. Lo que faltaba en el sacrificio de Caín es claramente la fe, “la garantía de lo que se espera” (He. 11:1). Es una fe en la gracia venidera, en que Dios sabe lo que es lo mejor y muestra su amor paternal una y otra vez para con nosotros, produciendo una obediencia que es fruto de la confianza en Él.
La fe confía en las promesas y el cuidado de Dios, mientras que la raíz de la desobediencia es la incredulidad en la gracia venidera de Dios (Deuteronomio 9:3; 2 Reyes 17:14). La obra de Saramago nos muestra que el problema de la fe no es un asunto realmente intelectual, sino que como el autor dice, la cuestión es si uno realmente se puede fiar de Dios.
“Dios no es de fiar”, para Saramago. Es alguien capaz de pactar con Satanás, rencoroso, maligno y corrupto, sino “rematadamente loco”. Porque “solo un loco sin conciencia de sus actos admitiría ser el culpable directo de la muerte de cientos de miles de personas y se comportaría luego como si nada hubiese sucedido”, salvo que fuera “pura y simple maldad” (p. 142).
El propio lenguaje traiciona a Saramago, cuando en su libro mismo dice que “estamos todos en manos de dios, o del destino, que es su otro nombre”. El problema del autor en definitiva, es con la vida misma, que considera terriblemente injusta, culpando a Dios de ello, como hacen tantas personas. Según Saramago, Dios “no tiene la menor noción de lo que podría ser una justicia humana” (p. 143).
Si Nietzsche anuncia la muerte de Dios en 1883, Dostoievski nos muestra que entonces también el hombre ha muerto. Por eso ante el arrepentimiento de Dios de haber creado a la Humanidad, Caín se venga en la novela de Saramago, acabando con todos los hombres en el arca de Noé. La novela termina con una discusión, cargada de reproches mutuos, en el umbral de la puerta del arca, entre Dios y Caín, a la que sucede un gran silencio.
[photo_footer]Dios es el silencio del universo y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio, dice Saramago en uno de sus 'Cuadernos de Lanzarote'.[/photo_footer]
“Dios es el silencio del universo –dice Saramago en uno de sus Cuadernos de Lanzarote– y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio”. Porque “la historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con Dios: ni Él nos entiende a nosotros, ni nosotros le entendemos a Él”. Caín lucha con Dios, como Job maldice el día que nació, siente asco de su vida y se atreve a preguntar a Dios, en tono desafiante, por qué le ataca, le oprime y le destruye sin piedad.
El problema en definitiva no es si Dios existe, o no, sino si podemos confiar en Él. En el cristianismo, Dios es un Dios de amor y justicia, pero Saramago ve en la Biblia un Dios que manda un juicio sobre la ciudad de los hombres, contra criaturas que parecen inocentes, como son los niños. Este es el punto dramático de su relato sobre la destrucción de Sodoma, con el que concluye también la novela.
La mayor manifestación de la injusticia de Dios, Saramago la encuentra sin embargo en el relato de la ofrenda que Dios le pide a Abraham de su hijo Isaac (Génesis 22). Esto provoca tal rechazo en él, que se imagina a Caín interviniendo en la historia, sujetando la mano de Abraham, antes que llegara el ángel. La conclusión del autor es clara: “No puede ser bueno un dios que le da a un padre la orden de que mate y queme en una hoguera a su propio hijo simplemente para poner a prueba su fe, eso no se le ocurriría ni al más maligno de los demonios” (p. 142).
[photo_footer]La obra de Saramago nos muestra que el problema de la fe no es un asunto realmente intelectual, sino que como el autor dice, la cuestión es si uno realmente se puede fiar de Dios.[/photo_footer]
Esto es, sin embargo, lo que el Padre ha hecho con su Hijo en la Cruz, entregarlo por nosotros a una muerte cruel, para revelarnos que Él es un Dios amoroso y justo al mismo tiempo. La fe por la que Abel fue “acreditado por Dios” como justo, no es como bien entiende Saramago, lo maravilloso que era Abel, sino lo maravilloso que es Cristo. Eso es lo que el autor y nosotros necesitabamos, la justicia de Dios que no está en nosotros, sino en Cristo. Por Él nos podemos fiar de Dios, confiar en sus promesas y creer en la gracia venidera. Ya que el Justo ha muerto por los injustos, para que podamos ser libres del triste destino de los hijos de Adán.
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