Desde Honduras, Alejandro Escobar, del Banco Interamericano de Desarrollo, nos ha hecho llegar un texto que compartimos con nuestros lectores.
Acabo de recibir un artículo desde Honduras, uno de los países latinoamericanos en los cuales trabaja su autor, mi hijo, el economista Alejandro Escobar como parte de sus tareas en el Banco Interamericano de Desarrollo. Durante sus siete años de servicio voluntario en Bolivia en los años 90, Alejandro trabajó con pequeños productores agropecuarios desde el Comité Central Menonita y la Asociación Menonita de Desarrollo Económico, especializándose en ayudar a campesinos a exportar sus productos y financiar sus actividades productivas con programas de microcrédito. Lo aprendido allí le llevó a especializarse de manera que estudió Economía Agrícola en la Universidad de Penn State, en Estados Unidos, en 1992. Fue así como más adelante en 2004, ganó por concurso un puesto en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, donde actualmente ejerce el cargo de Especialista Líder de Inversiones en Pequeñas y Medianas Empresas (PYME) para toda la región de América Latina y el Caribe (LAC).
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Su tarea lo lleva a diferentes países en los cuales el BID considera la posibilidad de financiar proyectos. Hace unas pocas semanas estuvo estudiando el tema en Santa Cruz, Bolivia. Desde Honduras, Alejandro Escobar nos ha hecho llegar un texto que compartimos con nuestros lectores a continuación.
No hay duda que vivimos en tiempos de cambios importantes en materia de economía, sociedad, tecnología y clima. Todas estas áreas afectan nuestra vida cotidiana. Como nunca antes vivimos en un mundo donde los medios nos informan de manera instantánea del acontecer no solo de los eventos importantes alrededor del planeta, sino también del constante avance de la economía, y los descubrimientos científicos. La llegada a Marte con equipos sofisticados y robots, no nos llama mucho la atención en nuestro día a día, pero es un avance notable del ser humano en su trayectoria a ser una especie interplanetaria. Un concepto que el empresario Elon Musk nos ha hecho ver y reflexionar de manera muy repentina. Jamás hubiéramos concebido tampoco, que una persona así, inmigrante de primera generación en Estados Unidos pudiese montar en menos de 10 años una fábrica de automóviles eléctricos y que en el proceso crease una de las empresas de mayor valor en el mundo, valorización que hoy en día es casi equivalente al Producto Interior Bruto de España. Inclusive, los cambios y los avances parecen ser mucho más acelerados que hace unos cuantos años atrás.
No poseo una apreciación mundial de los aconteceres económicos, sociales y políticos como algunos colegas economistas de Bancos de presencia global, pero sí he tenido la fortuna de trabajar para el Banco Inter-Americano de Desarrollo (BID) por casi 18 años, y desde mi posición allí he podido apreciar algunas tendencias en la región de América Latina y el Caribe, y Dios me ha dado la fortuna de poder reflexionar de manera constante sobre dónde estamos, cómo avanzamos y qué nos espera. ¿Donde encaja América Latina y el Caribe o la propia España en estos aconteceres globales de rápida aceleración? ¿Cómo han afectado el progreso económico, el cambio tecnológico, y las variaciones climáticas a estas regiones?
En general, la respuesta a estas preguntas tiene notas pesimistas, pero también hay razones para una actitud positiva. Por el lado pesimista, hemos podido apreciar en la región un aumento de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Esto aumentó en la región al punto que para 2020, el coeficiente Gini de desigualdad es 46.2, es decir, 10 puntos más por encima de los países de la OCED. Sin embargo es importante resaltar, que los más pobres han aumentado sus ingresos y no de una manera menos apreciable. Es decir hay muchos ricos pero los pobres también han visto sus ingresos aumentar, tal vez no al mismo ritmo. En el caso de América Latina el ámbito político de la región deja mucho que desear. Hay un fastidio generalizado de la población joven especialmente de ver como los politólogos y la gente en el poder ejecutivo, legislativo y judicial se enriquecen por la corrupción, con escándalos en Perú, Colombia, Argentina, Nicaragua, Brasil, México y el Caribe. Nadie se salva. Esto ocasiona una falta de confiabilidad por parte de las nuevas generaciones en que las instituciones de sus países realmente tengan algún valor.
Por el lado climático, la región sigue siendo líder en el aprovisionamiento de alimentos al resto del mundo. Para América Latina y el Caribe, la agricultura y el uso de los recursos naturales para la alimentación son importantísimos, por su generación de empleo y aporte a la economía. Sin embargo, este crecimiento y aprovisionamiento también tiene impactos sobre el clima y el medio ambiente. Las grandes extensiones ganaderas, la deforestación, la sobre explotación pesquera, son todos elementos que vemos a diario en las noticias. Y su cuantificación no solo se lleva a cabo en los laboratorios científicos, sino también en las salas de reuniones de las grandes empresas multinacionales que producen y comercializan los alimentos. Empresas como Nestlé, Coca-Cola, Danone, Mondelez y otros, ven con mucha preocupación el tema del cambio climático, y su efecto sobre las producciones futuras de alimentos. Se habla ya de café y cacao sintético, sin uso alguno de producción agrícola, por el temor a que en un par de décadas, ya no existan tierras aptas para estos cultivos. Cada vez más los alimentos químicamente producidos pasan a ser de uso normal y masivo, como lo ha demostrado el sector de las carnes de origen vegetal y químico, emblematizados por la empresa americana “beyondmeat”.
Al reflexionar sobre estos fenómenos y tendencias, como Cristianos no podemos dejar de hacernos la pregunta ¿Qué papel juego yo, mi familia y mi comunidad en estos procesos de cambio abruptos, inesperados, inexplicables y que parecen acelerarse cada vez más? ¿Debo seguir adelante con mi vida simplemente ignorando lo que pasa a mi alrededor para enfrascarme en mi éxito profesional y personal sin agobiarme por nada más?
Propongo tres áreas de respuesta que debemos asumir y sobre las cuales podemos actuar como Cristianos responsables. La primera tiene que ver con la responsabilidad de estar bien informados y hacer un esfuerzo por buscar con cierto nivel de profundidad la razón de ser de los acontecimientos a mi alrededor que afectan mi vida. No hay duda que nuestras acciones diarias están estrechamente relacionadas con lo que consumimos en los medios digitales particularmente. Reaccionamos a una oferta que nos aparece por Facebook, a propaganda sobre artículos para el hogar o viajes de vacaciones, o a cupón que me llega a mi cuenta de correo electrónico para comprar una hamburguesa con descuento de McDonald o VIPS. Planificamos el fin de semana o la ida a la oficina de acuerdo a la información del clima que me llega al móvil. Sin embargo, así como absorbemos pequeñas instancias de información, también tenemos que entender qué es lo que ocasiona estas severas lluvias que inundan partes de mi país, o qué es lo que ocasionan los fuegos cada vez más frecuentes que queman miles de hectáreas de bosques. Estas cosas dejan de ser hechos distantes que vemos en las noticias, y pasan a ser consecuencias directas de nuestras acciones o inacciones. ¿Cómo funciona el sistema alimenticio en mi comunidad? ¿De dónde vienen los alimentos que consumo a diario? ¿Cuántos empaquetados son necesarios utilizar día a día para consumir algo que minutos después vamos a desechar? ¿Tenemos conversaciones abiertas o existen espacios (virtuales o reales) donde se pueda entablar diálogos acerca de nuestros patrones de alimentación y de consumo responsable?
[destacate]El cambio climático parece acelerarse por nuestro consumismo sin freno y falta de planificación urbana y regional.[/destacate]Mi segunda sugerencia es la de tomar acciones y ser cívicamente activos en las causas de mi comunidad. En nuestra actualidad y realidad ambiental, esto ya no es una opción, sino una necesidad. El cambio climático no es un “hoax” (bulo) como muchos lo intentan denominar, es una realidad. Los efectos del cambio climático no es solo lo que vemos en las noticias alrededor del mundo sobre las sequias, inundaciones, temperaturas asfixiantes, y escasez de agua en ciudades enteras. El cambio climático parece acelerarse por nuestras acciones diarias, nuestro consumismo sin freno, y nuestra falta de planificación urbana y regional. Debemos preguntarnos, por ejemplo, si somos conscientes de qué porcentaje del presupuesto de mi ayuntamiento va a contrarrestar estos temas. Quizá podemos organizar espacios de debate o consulta en nuestra comunidad para lograr que se actúe sobre estos temas y se produzcan cambios en nuestros barrios y ciudad.
En tercer lugar, entender el rol que juega mi Iglesia, mi comunidad Cristiana, al lidiar con estos desafíos globales. Lo global es más que nunca lo local, como bien lo planteo el sociólogo Roland Robertson en el año 1980 cuando uso por primera vez el termino GLO-CAL, al referirse a las tendencias globales, que cada vez más se asemejan y están en sintonía con las tendencias de mi comunidad local y vecinal. Si mi Iglesia no está activamente involucrada en estos temas, aunque sea de manera muy localizada, pues entonces no está profesando la fe en Cristo quien nos exhorta a ser sal y luz en este mundo. Debemos preguntarnos, ¿Hay en mi Iglesia un ministerio para el cuidado y manejo del medio ambiente, para el cuidado de las personas mayores, para el problema de una vivienda accesible? Y cómo apoyamos a los jóvenes y a los misioneros que trabajan en tierras distantes? Si no tenemos programas activos que atiendan o se involucren con estos desafíos, y nos dedicamos solo a las necesidades espirituales y a mejorar nuestra vida personal, entonces deberíamos preguntarnos si estamos realmente como Iglesia jugando un papel transformador en nuestra comunidad, en este mundo.
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[destacate]Nuestra fe cristiana nos obliga a pensar de manera profunda sobre la realidad y cómo abordarla responsablemente.[/destacate]No se necesita tener grandes diplomas y estudios para involucrarse y actuar, ni estar afiliado a una organización global sin fines de lucro, aunque en muchos casos sí es positivo. Podemos buscar alguna organización con la cual podamos actuar de manera colectiva y efectiva, y buscar otras personas que al compartir estos valores estén dispuestas a aportar económicamente para lograr sus metas altruistas. En este sentido es interesante reflexionar sobre este tipo de compromiso, no solo desde la visión ética que nos proporciona nuestra fe, sino también desde otras perspectivas vigentes. Podríamos adoptar la postura que nos plantea el joven filosofo británico William MacCaskey, de un “altruismo efectivo”, de acciones concretas, particularmente ejercida por aquellos profesionales y personas que sí se han beneficiado de los efectos de la globalización. Lo que nos plantea MacCaskey no es necesariamente algo novedoso, pero toca en un tema importante de nuestra actualidad “glocal” cada vez más conectada. Nos desafía a pensar, y hacer cálculos económicos de coste/ beneficio en nuestras acciones altruistas, no solo para con el medio ambiente sino para otros desafíos como la pobreza, el consumo responsable y la corrupción. Sin necesariamente llegar al extremo de medir si un 1 céntimo de nuestra inversión, ya sea de tiempo o dinero, resulta en 1 céntimo de beneficio (social o ambiental), sí creo que nuestra fe nos obliga a pensar de manera más profunda nuestra realidad y cómo abordarla responsablemente. Hoy nos toca pensar cómo debemos utilizar los medios y la tecnología a nuestro alcance, para lograr un impacto cada vez más potente.
Para culminar, desde mi punto de vista, las epístolas de Pablo que encontramos en el Nuevo Testamento, son el ejemplo más claro de cómo la Iglesia debería asumir esta postura. Pablo era un burócrata “profesional” acomodado de comienzos de siglos y al convertirse en seguidor de Cristo, vio la oportunidad de utilizar cartas y comunicados a distancia, para lograr transmitir muchas enseñanzas a sus contemporáneos y a generaciones futuras. Y lo que transmitía no estaba limitado al ámbito de la fe per se, sino también a aspectos pragmáticos de la funcionalidad de la Iglesia, de las normas de su manejo institucional como grupo organizado, de los tributos y los aspectos económicos, y hasta temas laborales y de jerarquía organizacional. Esto no desmerece en lo absoluto el contenido en sí de sus cartas que buscaban profundizar el entendimiento de la fe. Hoy, las epístolas de Pablo nos exhortan a nosotros a buscar soluciones prácticas, que se puedan comunicar, aun a la distancia, para un bien común. Creo que a pesar de vivir en un ámbito social y económico muy dinámico, donde predomina un afán por avanzar y superarse para “no quedarnos atrás”, debemos buscar las formas de comunicar, participar, y actuar con el fin de lograr cambios positivos en este mundo actual cada vez más “glocal”. Es nuestra responsabilidad.
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