Aprender el idioma hebreo está bien, pero no tanto porque eso nos hará más santos, sino porque nos ayudará a entender mejor el texto bíblico del Antiguo Testamento.
Desde hace algunos años que surgió el movimiento sobre los nuevos creyentes mesiánicos no nos acostumbramos a leer u oír nuevos disparates. No todo ese movimiento es y piensa igual, pero sí es cierto que parte del mismo podríamos decir que son los nuevos “judaizantes”i, más preocupados por parecerse a los judíos (aunque aquellos no lo sean) tratando de buscar su propia identidad, por creer que de esa manera se acercan más a Dios y, como creyentes, son “los auténticos”. Así, se dedican a guardar la ley de Moisés con sus fiestas, las normas dietéticas, iguales vestimentas y tratan de adoptar la propia cultura de ellos. De ahí también el empeño en aprender el idioma hebreo ya que, según dicen, “ese es el idioma de Dios”. Lógicamente, la base de su estudio no es la Biblia tal y cómo la conocemos, Antiguo y Nuevo Testamento, sino “la Torá” en el idioma original, hebreo. Para ellos “esa es la Palabra de Dios”. Lo cierto es que muchos con falta de preparación en la doctrina cristiana están prestando oídos a estos vientos nuevos de doctrina y se están dejando llevar por ellos.
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Pero uno de los disparates que uno puede oír o leer de parte de ese movimiento, es la interpretación que hacen del versículo del libro de Sofonías, que anoto a continuación:
“En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Yawéh, para que le sirvan de común consentimiento”ii
Según parte del nuevo movimiento mesiánico, mencionado, “el idioma de Dios es el hebreo, ya que en Génesis el idioma que Dios habló con Adán y Eva era el hebreo y en el cual también se escribieron los textos sagrados”. Sin embargo, como quiera que el hebreo dejó de hablarse por el pueblo judío, después de la deportación a Babilonia y el Nuevo Testamento se escribió en griegoiii ellos tienen la idea de que un día y de acuerdo a la profecía de Sofonías, Dios dará el idioma hebreo “a los pueblos” con la finalidad de que todos puedan tributarle culto en ese idioma.
Sin embargo, por mucho que insistan en esa interpretación, hemos de notar que lo escrito por Sofonías sobre “la pureza de labios”, nada tiene que ver con “un idioma nuevo y santo”. Ni siquiera el idioma hebreo. Al parecer, el profeta Sofonías fue contemporáneo de Jeremías y del rey Josíasiv y, leamos al profeta que leamos veremos que una de las más fuertes denuncias que hacían los profetas del Señor era sobre la mentira. Desde los falsos profetas que profetizaban mentira, pasando por los sacerdotes que falsearon la ley del Señor, los ricos que conseguían sus riquezas con mentira y engaño, así como el pueblo, todos se habían corrompido mintiendo los unos a los otros.v
Entonces, convendría recordar aquí lo que se dice en el libro de los Proverbios: “Seis cosas aborrece Yavéh y aun siete abomina su alma…” y la mentira es la que preside todas ellas, ya que se menciona dos veces, “la lengua mentirosa…” y, “el testigo falso que habla mentiras”.vi Luego, el profeta Jeremías habló de cuál era (y es) la fuente de la mentira: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?”vii Y el Señor Jesús afirmó esa verdad: “de dentro del corazón de los hombres, salen –entre otras maldades- el engaño…”viii Ese es el fondo del versículo que hemos leído más arriba del libro de Sofonías y por el cual Yavéh juzgaría a su pueblo.
Fue por esa razón, precisamente, que cuando el profeta Isaías fue llamado al ministerio profético, tuvo una experiencia que le transformó, desarraigando el engaño de lo profundo de su corazón. Él tuvo una visión (una teofanía) de Yavéh “sentado en un trono alto y sublime” y creyó que moriría por ello. De ahí que exclamara:
“¡Ay de mí! que soy hombre muerto; porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Yavéh de los ejércitos”.ix
Entonces, a través de un acto simbólico llevado a cabo por uno de los seres conocidos como serafines que rodeaban el trono de Dios, él fue purificado: “He aquí que esto tocó tus labios y es quitada tu culpa y limpio tu pecado”.x En definitiva, Isaías vio la gloria del Señor, oyó su Palabra y experimentó un “toque” especial de parte de Dios que le capacitó para hablar la verdad de su mensaje a un pueblo mentiroso. Lo que le ocurrió al profeta Isaías, un día lo experimentará el pueblo al cual Sofonías también denunció por tener una lengua mentirosa.xi
Es en esa línea que tienen sentido las palabras del profeta Sofonías que anunció un día glorioso en el cual la adoración y el servicio a Dios serán universales:
“En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová para que le sirvan de común consentimiento”.xii
Pero para eso, será lógico que “los pueblos” primeramente reciban ese “toque” de parte de Dios que les limpiarán de la “injusticia, la mentira y la lengua engañosa”.xiii
Es muy evidente aquí que el profeta no dice nada de que les dará un “nuevo idioma” para que “los pueblos… invoquen al Señor”. Lo que el texto pretende resaltar es la “pureza de labios” que es una forma de referirse a la pureza del corazón, porque, como dijo Jesucristo: “De la abundancia del corazón habla la boca”.xiv
En realidad nada nos dice en las Sagradas Escrituras acerca de que haya una lengua o idioma más “santo” que otro sobre los demás, sino personas que, tratadas en profundidad por Dios, les ha sido desarraigada la mentira y el engaño de su corazón.
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No hemos de olvidar que cuando al Señor Jesucristo le crucificaron, allí estaban representados el poder religioso, el poder político y el pueblo. La maldad se puso de acuerdo para crucificar al Hijo del Dios viviente en tres idiomas: el hebreo, el latín y el griego.xv Por eso, no es cuestión del idioma que hablamos. Un idioma podrá ser mejor que otros en el sentido de servir a efectos de una comunicación más completa y eficaz. Pero lo que realmente importa es el estado de nuestro corazón para con Dios y nuestro prójimo. En ese sentido es interesante que después de la resurrección de Jesucristo, surgió una comunidad poderosa en obras de amor y de verdad, humilde y con vocación de servicio a todos, sin importar la raza, el color, la posición social, ni el idioma que hablaba cada uno, pues como bien dijo el apóstol de los gentiles:
“En Cristo… ya no haya judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay ni varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”xvi
El mismo apóstol S. Juan nos da una visión de esta realidad cumplida en el libro del Apocalipsis, en el cual aparece una gran multitud “de todo linaje, y lengua, pueblo y nación”. Cada colectivo diferente de los demás; pero como dice el mismo contexto, con una experiencia común: “Con tu sangre nos has redimido para Dios”;xvii obra en virtud de la cual todos habrán recibido “pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Yawéh, para que le sirvan de común consentimiento”.xviii No hay más que eso; pero eso, es más que suficiente.
Sin embargo, mientras tanto se cumple esa universal promesa divina, hemos de reflexionar acerca de nuestra “pureza de labios” aquí y ahora; porque si decimos ser seguidores de aquel que dijo ser “la Verdad” y no somos fieles imitadores suyos, no habrá diferencia con aquellos que tienen como norma de vida la mentira, en todos los órdenes de la vida. Y sabemos que “todo aquel que ama y hace mentira” se quedará fuera de la presencia de Dios.xix
Por tanto, el aprender el idioma hebreo está bien, en la medida que cada cual pueda hacerlo. Pero no tanto porque eso nos hará más santos, sino porque nos ayudará a entender mejor el texto bíblico del Antiguo Testamento. Pero aprender el idioma griego, en el cual se escribió el Nuevo Testamento también es bueno, dado que fue tan inspirado por el Espíritu Santo como el Antiguo Testamento. Dos pactos escritos en dos idiomas diferentes; prueba de que Dios no tuvo problema para comunicarse con los seres humanos en dos idiomas; ambos fueron (¡y son!) lo suficientemente buenos como para ser vehículos de Su Revelación.
Nada más.
Notas
i Los conocidos como “judaizantes” eran aquellos judíos que habían creído en Jesús, pero decían que aquellos creyentes gentiles (no pertenecientes al pueblo de Israel) eran necesario que se circuncidaran y guardar la ley de Moisés. Para llegar a una decisión sobre este particular, tuvo lugar en Jerusalén el primer concilio de la Iglesia, donde se decidió que a los gentiles que creyeran en Jesús no era necesario nada de lo que pretendían los “judaizantes”, pues la salvación dependía solo de la gracia de Dios, sin las obras de la Ley. Solo se les pidió a los gentiles creyentes que siguieran algunas instrucciones, con la finalidad de no ofender a los judíos creyentes que hubiera en las iglesias de cultura no judía. (Ver Capítulo 15 del libro de Hechos de los Apóstoles)
ii Sof.3.9
iii Aunque esto es algo que muchos se niegan a admitirlo. Como me dijo uno, al parecer bastante “instruido”: “Un día se descubrirán los documentos del Nuevo Testamento escritos en hebreo. En algún lugar los tendrán escondidos”
iv 1.1.
v Jer.5.31; Sof.4; Sof. 1.9; Jr.9.3-5.
vi Prov.6.16-19.
vii 17.9-10.
viii Mar.7.21-23.
ix Isaías 6.1-8.
x Is.6.1-8.
xi Sof.3.9,13
xii Sof.3.9.
xiii Sof.3.13.
xiv Mt.12.34.
xv J.19.19-20.
xviGál.3.26-28.
xvii Apc.5.9.
xviii Sof.3.9.
xix Apc.21.8; 22.15.
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