La exclusión que se da hoy es reducir a una parte del mundo a un sobrante humano para que muchos puedan vivir en un consumo desmedido y abusando de todo tipo de bienes y servicios sin límite.
No. No me digáis que hay hombres que sobran, que hay un sobrante o detritus humano, en un mundo en el que podría haber alimentos para todos si hubiera una justa distribución de los alimentos y recursos del planeta tierra. No admito que se trate a grupos de personas, a poblaciones o países como parte de un sobrante humano por el hecho de que estén en la violencia de la infra alimentación, de la escasez de recursos, de trabajo, de bienes materiales, de medicinas y, fundamentalmente, en la falta o imposibilidad de encontrar un trabajo digno para poder alimentar a sus hijos.
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No. Esos no son sobrantes humanos, sino excluidos por la ambición y la insolidaridad de muchos que derrochan bienes y servicios ante las bocas abiertas de los hambrientos de la tierra. No les llaméis sobrante humano, sino los sacrificados de la historia por la depredación, el despojo, las grandes acumulaciones de bienes en pocas manos, la estulticia de muchos que ni comprenden ni, quizás, comprenderán nunca, que la vida no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen, como dice el aserto bíblico en palabras de Jesús.
No, en el mundo ya no son los gritos de los explotados y casi esclavizados de otras épocas, no es simplemente el concepto de opresión al que se ha acudido desde la sociología, la economía o la política. No, porque yo sé que muchos se dejarían explotar y oprimir casi hasta la extenuación o la muerte en trabajos duros y de jornadas super prolongadas, si con ello pudieran dar de comer a sus hijos y capacitarlos para el futuro. Pero no pueden, pasan hambre y miserias, no tienen medicinas ni servicios esenciales… quizás sean parte de ese sobrante humano que debe cargar sobre las conciencias de los enriquecidos, los necios acumuladores de nuestro aquí y nuestro ahora en el que nos ha tocado vivir.
En muchos contextos, más que personas explotadas, oprimidas, esclavizadas o usadas como mano de obra barata, hay excluidos, los excluidos de los bienes de la tierra, los mal tratados injustamente como simple sobrante humano a los que se ha intentado quitar su dignidad y el hecho de vivir una vida mínimamente dentro de los parámetros de humanidad que reclama tanto el cristianismo como la ética humana.
Algunos dirán que los conceptos de opresión, de explotación e incluso de esclavitud, han sido superados por el de exclusión, por el de dejar al hombre tirado en su miseria sin que nadie se preocupe de ellos. Así hay muchos en el mundo y no son solamente los mil millones de hambrientos que hoy se contabilizan en el mundo. A cuántos humanos hoy les gustaría ser explotados con el único fin de poder llevar a sus familias algo de alimento, relax y formas humanas de vida.
La exclusión que se da hoy es reducir a una parte del mundo a un sobrante humano para que muchos puedan vivir en un consumo desmedido y abusando de todo tipo de bienes y servicios sin límite. ¡Gran escándalo! Un alarido humano que se encuentra con los oídos sordos y cerrados de muchos y con los ojos desviados hacia la contemplación de los ricos como figuras de prestigio humano.
El mundo se ha equivocado, sus valores están en contracultura bíblica, el concepto de projimidad ha caído por los suelos o nadie se acuerda de él. Lo hemos encerrado en el baúl de los recuerdos podridos y malolientes. Un error, una equivocación de muerte. Muchos hombres situados en el umbral de la infravida inmisericorde. Parece que en este mundo no se sabe ya lo que es o lo que significa la misericordia. Para algunos todos estos excluidos son como simples detritos humanos que para nada cuentan en este mundo. Menos mal que no hacen nada más grave aún para desprenderse de ellos.
¿Cómo van a tener la más mínima capacidad de protesta, de revolución o de revuelta social esos seres reducidos por otros a la infravida de la exclusión social? ¿Existen para ellos los Derechos Humanos? ¿Han caído en la negrura de pensar que esa vida es para ellos un fatum o destino que les ha tocado y, por eso, no culpan a nadie? ¿Podemos también los cristianos considerar a estas personas como algo superfluo que no nos necesitan? ¿Habría que llamar a los profetas del Antiguo Testamento para que practicaran una nueva denuncia de alto alcance?
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No son solo los problemas de una superpoblación, sino el problema del egoísmo humano, de la indiferencia, de la falta de compromiso con el prójimo apaleado y tirado al lado del camino. Si ese mal llamado sobrante humano pudiera gritar, los tímpanos de todos los humanos vibrarían al unísono como percibiendo un grito de horror tanto de niños, como de jóvenes, hombres o mujeres adultas que yacen en el no ser de la marginación social humana.
No hablemos más de población sobrante o superflua, sino que solo el pensar en esto nos anime a la práctica de la misericordia y de la denuncia cual profetas de nuestro tiempo. Que ese grito humano, aunque sea silencioso, nos anime a trabajar por la justicia en el mundo. Sí. Como seguidores del Maestro.
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