Sandalias y toalla

¿Cuántos kilómetros recorrería mi Señor mientras estuvo en la tierra?

No sé si algún curioso se ha parado a pensar y calcular el kilometraje de Jesús, pero, por los datos que ofrecen los evangelios, la distancia sería mucha. Metros y más metros recorridos solo o acompañado, pero casi siempre con las piernas como único vehículo. 

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Las sandalias de Jesús; calzado típico de la época, tendrían historias que contar de inefable valor. No sé cuántas veces tuvo que cambiar su calzado, puede que siempre llevara el mismo, al menos durante su ministerio. Son datos irrelevantes pero a los que me gusta prestar una poética atención otorgándole valor a aquello que, por prosaico, carece de belleza o relevancia.

Los pies de mi Maestro se desplazaban de aquí para allá con el rítmico sonido de la arena, la grava, la frágil yerba que pisada por los pies santos de Jesús emitiría un sonido diferente quedando impregnada de un aroma especial.

Sandalias cubiertas de polvo que sorteando caminos culminaban sus noches en sitios inhóspitos, lejos del ausente hogar.

Galilea, Betania, Capernaúm, Samaria.

Jerusalén, Getsemaní, Belén.

Amaneceres y ocasos descubiertos mientras caminaba. Ríos, lagos, montes, valles…

Un paseante nómada con una misión que cumplir.

Cuando las puertas se abrían para darle cobijo todo lo que circundaba ese aposento se llenaba de vida. Moradas que, transformadas por su presencia, pasaban de ser construcciones de sencillo adobe a convertirse en hogares plagados de luz.

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Hoy, el umbral de mi alma se abre de par en par. Me inclino ante mi Señor con la reverencia que su persona merece.

Hoy, me ciño la toalla y de rodillas ante Él imito el ejemplo que me legó. Lavo sus pies polvorientos del camino, del largo recorrido que ha realizado para llegar hasta mi casa.