El tweet de Dios sobre la búsqueda de lo más excelente

Uno de los mitos modernos —pues hay que tener en cuenta que la mitología no es sólo cosa de los antiguos— consiste en pensar que cada ser humano ya viene a este mundo con todas las facultades intrínsecas, que solamente hay que desarrollar, encauzándolas bien. De ese modo, todo se encuentra dentro de uno mismo y no hay necesidad de buscar nada fuera, salvo para potenciar y dirigir lo que ya se tiene. Es decir, que el ser humano está completo en su estado natural, siendo la educación la herramienta que es suficiente para preparar al individuo a conseguir sus objetivos. La pedagogía y psicología bastarán para formar plenamente al hombre o la mujer, que, convenientemente adiestrados, llegarán a su realización personal total.

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Este mito tiene una parte de verdad y otra de ficción. Es verdadero en el sentido de que poseemos determinadas capacidades por el simple hecho de ser seres humanos, como son la voluntad, la memoria, la imaginación, el pensamiento y la razón, por citar algunas. Pero es ficción, porque hay otras capacidades fundamentales que nos son ajenas al carecer de ellas, no porque fuéramos creados sin las mismas, sino porque cuando aconteció la Caída las perdimos o quedaron corrompidas. El mito de la bondad moral natural del ser humano solamente se sostiene si esa bondad se define según el criterio que cada cual le quiera dar; mas cuando se aplican criterios elevados, se viene abajo.

Pero incluso las facultades naturales que poseemos quedaron trastocadas, de modo que la razón se entenebreció, la conciencia se deterioró, la imaginación se desvió, la voluntad se esclavizó y el pensamiento desvarió. De ahí que haga falta algo que venga en nuestro socorro, que sea mucho más que pedagogía y psicología.

Una de las categorías perdidas fue la sapiencial, es decir la que tiene que ver con la sabiduría, el entendimiento, la  prudencia y la inteligencia, que están hermanadas con la justicia y la equidad. Ahora bien, cuando se habla de la sabiduría no hay que confundirla con la erudición, ni cuando se habla del entendimiento con el cerebro, ni cuando se habla de la prudencia con el cálculo, ni cuando se habla de la inteligencia con el logro académico, porque es posible destacar en esos campos y ser un fracaso en lo sustancial.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares y la escudriñares como a tesoros.’ (Proverbios 2:2-4). Llama la atención el hecho de que todos los verbos empleados están en voz activa, no pasiva. La voz activa indica acción por parte del individuo, siendo tal individuo el sujeto que la realiza. Este pasaje enseña el esfuerzo continuado y la disciplina que es preciso ejercer, a fin de recibir el beneficio de lo que no se tiene.

Lo que no tenemos es la sabiduría, porque si la tuviéramos estaría de más decir que es preciso tener el oído atento a ella. Es decir, el que se escucha a sí mismo, pensando que de ese modo está obteniendo sabiduría, se engaña. Igualmente se engaña el que imagina que la obtendrá prestando atención a lo que dice otro, que realmente está en la misma condición que él. Eso quiere decir, en primer lugar, que tal sabiduría no es nuestra y, en segundo lugar, que no cualquiera nos la puede presentar. Tener el oído atento indica la disposición a escuchar, a aprender y a practicar la enseñanza que la sabiduría nos imparte.

Si el pasaje hace referencia a que es necesario inclinar el corazón hacia la prudencia, eso quiere decir que, de por sí, nuestro corazón está inclinado hacia otras cosas, muy distintas a la prudencia. Más bien lo está hacia la imprudencia, la temeridad y el disparate, en las cuales se siente como en casa, muy cómodo. Pero el duro ejercicio que supone centrarse en la prudencia, o el entendimiento, como otras traducciones vierten el término, supone abandonar lo que es fácil y hacia lo que tenemos inclinación natural, para ir en pos de lo que nos es difícil.

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Clamar a la inteligencia es llamarla, invocarla, lo cual indica también que no está en nosotros, porque se llama y se invoca a lo externo, no a lo interno. De nuevo estamos ante algo, la inteligencia, que nos es ajeno, por más que pensemos que somos inteligentes. No lo somos en el sentido profundo del término, que nada tiene que ver con el superficial de la corteza cerebral. Hay muchos brillantes titulados universitarios que están desprovistos de inteligencia. Llamarla e invocarla supone un ejercicio de humildad y reconocimiento de estar desposeído de ella.

Dar la voz a la prudencia, o al entendimiento, es que nuestras palabras, que son la expresión de nuestro pensamiento, no están gobernadas por lo que brota de nosotros mismos, sino de la enseñanza procedente de esa prudencia y entendimiento que están fuera de nosotros. Significa un cambio radical, al poner la facultad de la palabra no a nuestro servicio, sino presentarla al servicio y uso de tal prudencia y entendimiento.

El mundo de los negocios está dirigido por el deseo de la ganancia, lo cual le es intrínseco. Para ello trabaja, invierte y actúa, corriendo riesgos y no escatimando nada, si se percibe que el beneficio merece la pena. El financiero, el comerciante y el negociante no tendrán problema alguno en ir hasta el fin del mundo para hacer fortuna, porque es el principio que los mueve. La plata de la que habla el texto no está en la superficie de la tierra; hay que excavar profundo para encontrarla. El tesoro, al que hace referencia el pasaje, es uno que está escondido, lo cual exige empeño y tesón para encontrarlo. Así, dice el texto, debe ser el ahínco en la búsqueda de lo más excelente.

‘Buscad y hallaréis’, es el mandato de Jesús que complementa este tweet de Dios. Un mandato que también está en voz activa, yendo acompañado de una promesa infalible.