Hemos de saber que Dios no solo cuida de sus hijos, también cuida de su creación y así exige a los seres humanos que cuidemos de los animales que también son creación suya.
En la película titulada Amazing Grace, sobre la vida y obra de William Wilberforce, aparece una escena en la que, yendo el protagonista en un carruaje, observa una bestia de carga derribada en el suelo y cómo el dueño la golpea para que se levantara, Wilberforce manda parar el carruaje donde él viaja y, bajándose, se dirige al hombre que golpea al animal afeándole su conducta. El hombre se volvió hacia Wilberforce, diciéndole que se metiera en sus asuntos y lo insultó. Cuando el amigo del arriero le dijo que era William Wilberforce, el hombre se disculpó con él y prometió que nunca más golpearía al animal. Tal era la buena fama del mencionado político y luchador por la emancipación de los esclavos y la reforma de las costumbres en Inglaterra.
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La escena que aparece en la película mencionada me recordó que cuando yo era pequeño (5/6 años; 1952/53) presencié algo parecido que me quedó grabado en lo más profundo. Un arriero venía con su burro con una muy abultada carga de leña sobre sus lomos. De pronto, el pobre animal se derrumbó bajo el peso de su enorme carga. El arriero, al igual que el Balaam del Antiguo Testamento (Nú. 22.27) le ordenaba que se levantara, y como el pobre asno no le obedeciera comenzó a golpearlo con una larga vara, mientras maldecía, blasfemaba y le gritaba. El animal jadeaba y parecía salírsele la vida en su intento por obedecer a su amo. Pero parecía haber llegado al límite de sus fuerzas y no podía levantarse. Mientras, seguía recibiendo más y más golpes en su debilitado cuerpo. Al final, a petición de algunos testigos presenciales de aquella salvajada, le quitaron toda la carga y el animal pudo levantarse. Después de que el pobre asno descansara por un buen rato, el hombre volvió a poner la carga (no puedo recordar, si toda) sobre el animal, y continuaron su camino. ¿Hasta dónde? En aquellas condiciones, no creo que llegara muy lejos.
Esa referencia, solo es un “botoncito” de muestra de lo mucho que presenciábamos los niños que vivíamos en el campo y que, de alguna manera, configuraba nuestra propia cosmovisión de la vida. Así que al recordar lo que cuenta S. Agustín, con gran pesar, sobre un “robo de peras” en un huerto ajenoi, por considerarlo un “gran pecado”, eso era un “jueguecito” comparado con lo que algunos niños veíamos en nuestro contexto y de lo cual, en algunas ocasiones, participábamos. Muchas de aquellas cosas formaban parte de lo que el Apóstol Pablo escribió después a los creyentes de Roma: “Cosas de las cuales ahora os avergonzáis” (Ro.6.21) como al parecer le sucedía a S. Agustín con el “robo de las peras” y otras golferías.
Pero volviendo al hecho relatado, al recordar aquellos tiempos sabemos que la gente comía poco y mal; y algunas personas incluso comían bastante menos que poco. Así que no hay razón para pensar que los animales de carga estuvieran mejor alimentados que las personas. El hambre que mucha gente y animales pasaban, sólo era un aspecto de la triste vida de la posguerra. Otras cosas eran el miedo, el resentimiento y el odio que albergaban muchos corazones. Todo debido a varios factores: entre ellos, las grandes necesidades que gran parte de la población venían pasando por decenios, siendo explotados por los ricos y poderosos. Pero también el hecho de haber perdido algún familiar en la guerra civil y la represión posterior a la misma, por la parte vencedora. Luego, una vez pasado el conflicto, las necesidades continuaron por mucho tiempo. Entre unas cosas y otras, las cargas eran muy pesadas y dañaron profundamente las almas de nuestra tierra. Tal resentimiento derivó en amargura en el corazón de muchos, y las muchas frustraciones se canalizaban a través de la violencia verbal, gesticular y física en las distintas esferas de la sociedad: el ejército, la escuela, la familia, etc.ii Y los animales no iban a ser una excepción; ellos también pasaban hambre y también eran maltratados; a veces mucho más que las personas, dado que podían tomarse como objeto en quienes descargar las grandes frustraciones de aquellas, e incluso dar rienda suelta al resentimiento que muchos llevaban dentro. En cierta ocasión, presencié cómo un hombre llevaba un cachorro de raza galgo, con una cuerda. Luego le soltó y le ordenó que le siguiera. Como no le hizo caso, lo cogió por el collar, lo volteó en el aire y golpeó al perro contra el suelo. El animal, trastornado, se arrastraba y a duras penas pudo seguirle todo dolorido, aterrorizado y confundido. Escenas de maltrato animal era el pan de cada día en aquellos tiempos.
Hoy, cuando han pasado tantos años estamos convencidos de que mucho de aquel resentimiento, aquella ira y aquellos modos se han transmitido de padres a hijos y aunque por medio de la educación hemos “moderado” y “refinado” nuestro comportamiento (en algunos, ni el tiempo los ha podido cambiar) aquellos sentimientos siguen cual fiera agazapada dispuesta a saltar en las circunstancias y momentos oportunos. Lo triste que esto se da todavía en personas que nada tuvieron que ver con aquel conflicto sucedido hace ya más de 80 años; pero tal es el resentimiento que se transmite de padres a hijos; y éstos a los hijos de sus hijos. El ejemplo en la Biblia lo tenemos en el caso del odio y la amargura de Esaú contra Jacob, que aquel se encargó de propagar en su propia familia; y ésta a sus descendientes, de una generación a otra, hasta por mil años. (Gé.27.41; Ex.20.14-21 y Abdías 1). Y los animales también pagan las consecuencias de ese resentimiento. No en vano España es el país de la unión europea en el que más mascotas son abandonadas a su suerte, cada año, en carreteras, campos, perreras municipales y lugares diversos. Y eso es solo lo que se sabe y se ve. Y aquí podríamos decir, sin lugar a equivocarnos: “dime cómo tratas a los animales y te diré cómo tratas (o tratarías, llegado el caso) a las personas”. O quizás el trato a los animales no es sino la consecuencia de la forma en la cual las personas se tratan entre sí.
Por eso, la educación es muy importante. Y si es sobre la base de una cosmovisión bíblica, mejor todavía. Hemos de saber que Dios no solo cuida de sus hijos, también cuida de su creación y así exige a los seres humanos que cuidemos de los animales que también son creación suya. Que los tratemos con justicia; y mucho más cuando los animales rinden algún tipo de servicio a sus dueños. De ahí que en la Escritura encontremos algunas declaraciones como esta: “El justo cuida de la vida de su bestia”. De ahí también que en la ley de Moisés estuviera contemplado el cuidado y trato justo de las bestias de carga: “No pondrás bozal a buey que trilla” (Dt.25.4; 1Ti.5.18). Si el buey está trillando y tiene hambre, lo normal y lo justo es que coma de lo que tiene a su alcance. Él no comerá por gusto o porque quiera mermar el fruto de la cosecha de su dueño, sino porque tiene necesidad de reponer fuerzas. Igualmente, Dios nos da un vislumbre del interés que tiene por su creación –en este caso por los animales- cuando, en relación con la ciudad de Nínive, Dios le muestra al profeta Jonás su compasión, no solo por las personas, sino por “los muchos animales” que había en aquella ciudad (Jon, 4.11).
Pero dado que el ser humano es un ser de grandes contrastes, hoy día lo mismo podemos ver que se cae tanto en el maltrato animal, como en un trato que va más allá de lo que es razonablemente “justo”. Quiero decir, que en muchos casos muchas mascotas, como perros y gatos, son tratados en los hogares como personas, viniendo aquellas en muchos casos a ocupar el lugar de éstas. Y de esa manera se cae fácilmente en la idolatría. Esto suele ocurrir en personas que han sufrido desengaños en relación con los demás seres humanos; y lo que no encontraron en personas, creen haberlo encontrado en sus mascotas. Estas son tratadas como personas a todos los efectos, cuando no lo son. Eso es idolatría porque vienen a ocupar un lugar en la vida que Dios no les dio. El conocidísimo entrenador de perros, conocido como “El encantador de perros” Cesar Millán, cuyos vídeos todavía se pueden encontrar en la red, afirma que:
“Un gran error de la sociedad americana (ahora, bastante extendido en otras sociedades de occidente) es considerar a sus perros como personas; pero los perros son, eso: perros, no personas; y hay que darles un trato diferente”.
Lo dicho por el mencionado entrenador de perros, no implica que se tenga que ser injusto o con falta de afecto y cariño. Pero a veces no se sabe establecer el lugar que ocupan las mascotas y el que ocupan las personas. Al respecto, todavía puedo recordar que a mediados de los años 70 del siglo pasado, leí un artículo con fotos a todo color, de una gran mansión, de una de las actrices más famosas de Hollywood. Ella vivía sola en dicha mansión, pero cada habitación estaba adornada como si niños y niñas vivieran en cada una de ellas. Pero no; eran gatos y perros. Entonces pensé que aquella actriz debía de estar desengañada del “amor humano”, después de haber pasado por varios matrimonios y otras tantas relacionesiii; y sus mascotas bien podían suplir lo que en sus fracasos en las relaciones humanas, había perdido.
Al tratar a los animales como personas, suele ocurrir que las personas, finalmente se comporten como los animales y que los animales también imiten a las personas. El “amor” por sus mascotas es tan grande que ya no hacen diferencia entre el ser animal y el ser humanoiv, ya que han llegado a establecer una relación totalmente prohibida por Dios en su Palabra. Dicha relación, jamás podrá suplir la de los seres humanos; en todo caso será solo una degeneración más, consecuencia de los fracasos vividos. Así tal y cómo dijo el apóstol Pablo, se pasa por encima de la propia naturalezav. De ahí que Dios aborrezca la idolatría. Porque fuera del sentido y propósito que Dios dio a los seres humanos que Él creó, no hay sentido alguno, una vez que se acaba pervirtiendo. De ahí también la razón por la cual leemos prohibiciones que Dios dio al pueblo de Israel para que no hicieran lo que las naciones de alrededor de ellos hacían y entre las cuales se encontraban, las relaciones con personas del mismo sexo y aún con animales. (Lev.18.22-24)
Al llegar a este punto y dado que fui testigo y participé del maltrato animal, llegué a descubrir (más bien Dios me la descubrió a mí) que hay una cosmovisión bíblica del mundo y de la creación. Que Dios ama a su creación, y que forma parte de ese amor, el que nosotros descubramos y lo expresemos en nuestras relaciones mutuas y en relación con todo el resto de la creación, dentro de las reglas que el Creador nos ha dado; porque, cambiar las reglas significaría una perversión del plan de Dios y, juntamente con el desvío, incurriríamos en Su juicio. (Ro.1.24-28)
Sin embargo, otra experiencia y otra cosmovisión es posible. Esa es la experiencia milagrosa y transformadora por medio del Evangelio de Jesucristo y el poder del Espíritu de Dios, que lleva a cabo en nosotros una nueva creación (2ªCo. 5.17; Ef. 4.22-24). Esa maravillosa obra nos aporta un nuevo principio de vida y una nueva visión, sin los cuales, nuestro comportamiento con la creación en general y con los animales en particular, estará lejos del plan ideado por Dios para nosotros, los seres humanos.
Notas
i San Agustín hace referencia a este hecho, con gran pesar, en sus “Confesiones”, haciendo memoria de sus fechorías cuando era joven.
ii Sería sobre el año 1952, solo a unos 13 años de haber finalizado el conflicto civil; por lo que los sentimientos estaban muy “a flor de piel”.
iii El caso de la referencia a la actriz, de la cual no puedo recordar su nombre, es solo un pequeño botón de muestra de lo mucho que se podría hablar sobre el tema, tanto relacionado con gente famosa como gente sin fama alguna, pero con iguales experiencias de fracaso en sus relaciones humanas, especialmente con el sexo contrario.
iv A lo largo del tiempo, son muchos amantes de los animales, que me han dicho, con cierto énfasis: “Ángel es que entre las personas y los animales (en este caso, los perros) no hay ninguna diferencia.
v No en vano, dijo el apóstol Pablo que una vez que los hombres dejan de reconocer a Dios, se vuelven ingratos, se oscurece el entendimiento y cambian la gloria de Dios a semejanza de lo que... cada cual concibe en su propio corazón corrompido. A partir de ahí, puede suceder cualquier cosa; no importa si fue hace 3000 años o si es en el tiempo actual (Ro.1.18-28: Ef.4.17-20; 5.11-12).
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