La vida cristiana no consiste en conocer estos valores como doctrina que se almacena en nuestro cerebro, sino el asumirlos como valores que hay que poner en práctica en el mundo.
No sé en qué baúl, en qué siniestra arca, guardamos los valores del Reino que irrumpen en el mundo con la vida de Jesús. Es posible que algo de esos valores se conozca, que la iglesia recuerde algunos de ellos de vez en cuando, que conozcamos la expresión valores del Reino o, en general, los valores bíblicos, pero en muchos casos los vemos como teoría y, sin duda, al saber que son bíblicos, si nos los nombran, podríamos estar de acuerdo. El gran reto sería asumir la vivencia de esos valores para ponerlos en práctica como parte de nuestra espiritualidad cristiana. Esos valores nunca son mera teoría. Muchas veces hasta los olvidamos. Hay que romper ese arca siniestra en donde encerramos estos valores a los que, en tantos y tantos casos, les damos la espalda.
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¿En qué baúl los guardamos, en qué arca siniestra los metemos, en qué memoria vacía los hemos encerrados para que de ellos no quede memoria? Muchos últimos serán los primeros, los trabajadores más débiles y peor equipados y preparados, esos contratados a última hora por la misericordia del amo, serán pagados los primeros y con el mismo salario que los que estuvieron desde la primera hora, no des ni prestes a los que te lo pueden devolver, porque eso lo hacen los incrédulos, en el banquete del reino podrán estar muchos pobres, proscritos, desvalidos, discapacitados, muchos de los despreciados por los integrados en la sociedad, incluso prostitutas pueden ir delante de nosotros en el Reino de los cielos, no busquéis los primeros puestos, las primera filas, aceptar el valor de la humildad y el de considerar al otro como superior a mí mismo.
El que dice “no quiero” despreciando al padre, causando un escándalo que condena, puede arrepentirse y ser el que hace su voluntad. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace, el que actúa. El hijo pródigo puede volver y se hará fiesta en su honor aunque otros lo critiquen, el fariseo que hace largas oraciones puede salir condenado, porque practican la oración del desprecio. No se hace caso a un valor fundamental de Jesús que dice que la vida del hombre no consiste en la abundancia de bienes que posee, que no almacenemos, que basta a cada día su afán… y así tantos y tantos otros.
¿En qué baúl, en qué arca siniestra, en qué cofre, en qué nicho mental tenemos estos valores que ni los pensamos ni los practicamos aun conociéndolos? ¿Por qué si los conocemos y hemos oído y leído textos que proclaman estos valores están tan lejos de nuestra práctica y valoración diaria? ¿Por qué no los integramos en la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana? La vida cristiana no consiste en conocer estos valores como doctrina que se almacena en nuestro cerebro, sino el asumirlos como valores que hay que poner en práctica en el mundo, realizarlos, hacerlos vida, que los cristianos se conozcan porque los viven, los realizan, los practican, evangelizando las culturas y haciendo del prójimo un ser amado en semejanza con Dios mismo.
Es triste ver con qué inconsecuencia viven estos valores muchos de los llamados cristianos. A veces pudiera ser que se vivieran con más fuerza desde humanismos que incluso podrían ser ateos, pues hay acciones y empresas simplemente humanitarias que buscan devolver la dignidad robada. Tenemos que romper esos baúles, esos cofres sellados y cerrados, esa oscuras arcas como si nunca se fueran a abrir, tenemos que romper esos nichos en los que se entierran valores que son fundamentales y que hay que vivirlos de cara al prójimo, dando ejemplo de ser seguidores del Maestro. No seamos inconsecuentes con lo que decimos creer, pero que, en el fondo, no estamos viviendo, no estamos practicando.
No negamos esos valores, pero no los vivimos. No los aplicamos aunque tengamos que acallar nuestras conciencias para que no nos interpelen. La iglesia no hace lo suficiente para impulsar estos valores, para formar seguidores de Jesús que impregnen sus vidas, sus acciones, sus realizaciones y sus servicios o trabajos con la esencia de estos valores que son transmitidos con la irrupción de Jesús al mundo para enseñarnos, para darnos ejemplo. Quizás porque la iglesia no ha entendido en profundidad el imperativo de amor al prójimo que nos dejó Jesús y vivimos en busca de una espiritualidad desencarnada, mientras que Jesús nos da ejemplo de su encarnación en medio de un mundo de dolor y de pecado para ser una mano tendida a los más débiles, desclasados y proscritos de la humanidad.
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Muchas veces gastamos tiempo y tiempo hablando de valores que nos relacionan con el más allá, con la metahistoria, cuando estamos olvidando algo que para Jesús era importante y urgente: los valores del Reino que ya está entre nosotros y que hemos de trabajar por su realización en el mundo, en nuestro aquí y nuestro ahora, en nuestra historia que nos ha tocado vivir.
Que el Señor nos ayude a que sepamos impregnar las estructuras de poder, de pecado, las estructuras económicas injustas y, en general, toda la cultura, la sociedad y la economía, con ese olor suave que son para el Señor la puesta en práctica de estos Valores del Reino, de estos valores bíblicos en general. Lo otro es cobardía, vidas cómodas que reposan sobre la fe muerta.
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