Muchas veces algunas personas pietistas se consideran más próximas a los ángeles que a los humanos. No están en la horizontalidad que demanda la evangelización. Buscan líneas verticales de relación con Dios, una especie de relación vertical mística y contemplativa de la que, a veces, queriendo cumplir la Gran Tarea, brota su evangelización. Así, en muchas concepciones de la evangelización, faltan las dimensiones del amor práctico y del servicio al prójimo. Pensamos sólo en las almas y en el más allá. Evangelizamos como ángeles para ángeles con la mirada puesta en lo metahistórico... y es verdad que para esto basta con la palabra.
Por tanto, muchas veces se evangeliza fuera de las perspectivas de Jesús que fueron perspectivas de servicio a los sufrientes del mundo, a los privados de dignidad, a los marginados, proscritos, empobrecidos, enfermos, endemoniados y, desde esta solidaridad humana practicada por la divinidad, se lanzaban los mensajes de conversión a los ricos e integrados en los sistemas y estructuras injustas y de pecado. Estos también, los ricos e integrados en estos sistemas y estructuras, pueden aceptar la salvación si se convierten y comparten entrando por las líneas de la projimidad y del servicio. También líneas horizontales de la vivencia del Evangelio.
El hombre y la mujer en medio de su circunstancia histórica, el prójimo sufriente, era el punto central, el lugar teológico desde el cual Jesús evangelizaba. Quizás por eso hoy, la prédica insolidaria resulte tan lejana, increíble e incomprensible para el hombre. La evangelización no puede ser inhumana.
El evangelizador no debe lanzar sus mensajes insolidarios y no compasivos en un mundo en donde el mayor escándalo humano es la pobreza, el robo de dignidad, la injusticia, la opresión y la exclusión... Eso es dar la espalda a la horizontalidad que exige la vivencia de la projimidad, la vivencia de la espiritualidad cristiana. ¡Cómo si Dios hubiera muerto para el mundo! ¡Cómo si en el mundo sólo se diera el silencio de Dios ante el grito de los sufrientes! ¡Como si los teólogos de la muerte de Dios tuvieran razón y ya no hubiera esperanza para nuestro aquí y nuestro ahora! ¡Como si estuviéramos solos! ¡Como si a Dios lo pudiéramos haber enterrado, en tumbas de oro, cubierto con lienzos blancos bordados dentro de los muros de nuestros templos y no se pudiera ver su misericordia operando en el mundo! ¡Como si los valores del Reino fueran inoperantes en el mundo hoy!
El evangelista muestra de nuevo a un Dios vivo, cuando, además de verbalizar La Palabra y proclamar el nombre de Jesús, acerca la justicia y la misericordia al mundo motivado por el concepto de projimidad que nos dejó el Maestro. Acercar la justicia y la misericordia al prójimo, es también una manera de proclamar el nombre de Jesús, de mostrar al Dios vivo entre los sufrientes, la mejor manera de que suene el nombre de Dios consolando el grito de los sufrientes. La mejor manera de decir Jesús.
Y no es que queramos identificar el mensaje de salvación con la liberación simplemente humana. La evangelización tiene que buscar, necesariamente, una apertura a Dios por la fe, pero es una fe que el evangelista debe mostrar actuando a través del amor y de los conceptos de servicio y projimidad. Si no es así, el Evangelio nunca será creíble por mucho que gritemos el nombre de Dios. Es un contrasentido intentar proclamar el nombre de Dios de espaldas al sufrimiento del prójimo. La injusticia generalizada y el silencio de los cristianos oculta el rostro de Dios ante los hombres. Las palabras de una iglesia no comprometida con el dolor de los hombres y con la justicia, caerán como un manto de fría nieve en los corazones de las personas. La insolidaridad y la incapacidad de ser movidos a misericordia oculta a Dios y no puede haber ninguna credibilidad ante ningún tipo de mensaje evangélico.
Hoy se necesitan mensajes evangelizadores que se den en la línea profética - los profetas sí fueron conscientes de la importancia de la horizontalidad del Evangelio- de denuncia de la injusticia, se necesita que el hombre vea la fe de los creyentes actuando a través del amor, se necesita ver la sensibilidad de la iglesia hacia el sufrimiento de los pobres del mundo, se necesitan abrir nuevas vías de servicio en las que se involucren vidas cambiadas por el Evangelio, se necesitan personas que sean movidas a misericordia ante el grito de dolor de los hombres, de los pobres del mundo, personas que se paren ante el grito de los sufrientes como se paró Jesús ante el grito de Bartimeo que clamaba por misericordia. Esa parada era evangelizadora.
Estas líneas de misericordia para con el prójimo son las que pueden hacer caer en el mundo los muros de la indiferencia. La Palabra predicada necesita del aval de la acción amorosa de los cristianos. Si la fe actúa por el amor, también el amor en acción, comprometido y dado al servicio, es un aval de fe y una línea de evangelización. La evangelización y la práctica de la projimidad son líneas paralelas dentro de la necesaria horizontalidad del Evangelio. Es, por tanto, impensable una evangelización insolidaria y de espaldas al dolor y necesidades de ayuda del prójimo sufriente.
Quizás el proceso de evangelización que el mundo necesita hoy, sea el hacer llegar la Buena Noticia, no sólo por Internet o por la televisión -que también tiene su utilidad en la evangelización-, sino por medio de la extensión del servicio, de la misericordia y de la búsqueda de la justicia. Cuando se entra por estas líneas de horizontalidad del Evangelio, no es difícil compartir, junto a La Palabra, el pan y la vida... hasta perderla si es necesario, porque al perderla la habremos ganado y, quizás, habremos ganado, junto a la nuestra, la vida de muchos.
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