Ni el convencimiento fervoroso, ni la fe sincera, ni la confesión hecha una y mil veces cambiará la mentira en verdad. La verdad es que se puede estar “muy sinceramente” equivocado.
En la década de los años 70 surgió un movimiento llamado “Los hijos manifestados”. El que lo inició era un tal San Fife, pastor bautista de EE.UU, que comenzó con una renovación carismática, por la cual experimentaron toda suerte de dones espirituales; unos verdaderos y otros... no tanto. Dicho pastor se dejó llevar por visiones y sueños que tenía, poniendo mucho énfasis sobre las sanidades, la profecía, los sueños y las lenguas. Los exorcismos también eran practicados con cierta frecuencia. Lo cierto es que al poco el movimiento fue derivando conforme el líder del mismo le fue dando forma.
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Su principal falsa doctrina fue que el arrebatamiento de la Iglesia (según creía, le había sido “revelado”) se produciría mediante la fe de aquellos que creyeran que no tendrían que morir. Es decir, cuando parte de la iglesia (un grupo selecto) creyera que ellos no tenían que morir y que serían transformados tal y cómo dijo el Apóstol Pablo, entonces se produciría el arrebatamiento y la transformación de esos creyentes “fieles”. O sea, no dependía tanto de “los tiempos que el Señor puso en su sola potestad” sino en la fe de ellos. De ahí la denominación de “hijos manifestados”. Este movimiento también se conocía como “el Hijo varón”, dado que cuando el acontecimiento de la transformación y el arrebatamiento se produjera, también se cumplirían las palabras del Apóstol Pablo en la carta a los Efesios: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto…” (Ef.4.13).
Al respecto, recuerdo haber leído un folleto donde San Fife, decía: “Por fin Dios ha encontrado un grupo de hombres y mujeres que, puestos en pie, pueden decir: “no tenemos que morir”. Evidentemente, al igual que los llamados Testigos de Jehová anhelan ser de los elegidos 144.000, estos de los llamados “hijos manifestados” esperaban “producir” la venida de nuestro Señor, por su fe “inconmovible” en que no habían de morir. Así serían “transformados” y “arrebatados” al cielo.
Algunos pastores en EEUU y de América Latina se sumaron a dicho movimiento. Pero aquí en España solo apenas tres o cuatro pastores siguieron a ese supuesto “despertar espiritual”. Los miembros de esos grupos, generalmente eran de las iglesias de donde habían salido sus pastores. Una característica especial era que dependían mucho de sueños, visiones y profecías y en cada reunión se esperaba que hubiera siempre algo de todo eso con mensajes proféticos. Por otra parte, como suele acontecer en estos movimientos falsos, aunque podía apreciarse “buena fe” en lo que se creía, el orgullo era una característica que les identificaba, aunque ellos no se dieran cuenta. ¡Lógico! Entonces recuerdo que entre ellos se hablaba mucho del “nuevo mover del Espíritu” y solían decir que el movimiento se extendería, y el que no participara de ese “mover” moriría, a diferencia de ellos que serían transformados y llevados por el Señor. Como suele ocurrir en la sectas religiosas, en las cuales siempre destaca un líder y un “grupo selecto” por encima de los demás.
Por aquel tiempo (1979) conocí a un pastor, ya mayor, de EEUU, que tenía un amigo también pastor, que se había desviado yendo tras el citado movimiento. El pastor errado entusiasmado y lleno de alegría, le decía a su amigo pastor: “¡No tengo que morir…!” Pero el pastor le insistía una y otra vez: “No te equivoques; todos tenemos que morir”. Pero no había manera. Aquel hombre creía y estaba ciertísimo que no moriría. Es lo que tiene el engaño, que ciega de tal manera el entendimiento espiritual que lo que es falso se toma como si fuera verdad y lo que es verdad se toma como si fuera falso.
El pastor amigo, me dijo que cuando un hermano en la fe se desvía, hay que seguir amándolo, aunque no comulguemos con él, dado que a veces los desvíos son tan serios. En esto, decía, tenemos que estar bien firmes. Así que cuando el pastor veía a su amigo, siempre lo trataba con cariño y respeto y a la afirmación de su amigo de que él no iba a morir, él siempre le decía: “Te equivocas… todos tenemos que morir”. Pero el otro se reía y le trataba de incrédulo.
Pero llegó el día en el cual este amigo del pastor, enfermó de forma grave. Así que su amigo corrió a su lado y con todo el cariño que le tenía, estuvo con él y le estuvo atendiendo hasta que partió con el Señor, habiendo visto y reconocido, él mismo, su error.
Al parecer, aunque algunos morían en el movimiento, los demás seguían creyendo, porque, al fin y al cabo era una cuestión de fe y tarde o temprano el Señor honraría dicha fe. Parecía que, al igual que Abrahan era una cuestión de fe, de “creer en esperanza contra esperanza” (Ro.4.18)
El golpe más fuerte para el movimiento llegó cuando el líder del mismo, haciendo un viaje a América Latina para visitar a algunos grupos, el avión en el cual viajaba sufrió un accidente y perdió la vida junto con otros. Algunos líderes quisieron “explicar” aquel “revés” a su creencia y decíani: “Es cierto que el hermano San Fife ha muerto, pero nosotros no debemos dejar de creer lo que él nos enseñó...”. Sin embargo aquello fue demasiado fuerte para el movimiento que, además, fueron testigos de la muerte de bastantes de aquellos que habían confesado que no iban a morir.
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Así que el movimiento se fue difuminando y desapareciendo. Fue tan poco tiempo el que duró y con tan poco alcance que no he encontrado algún testimonio en internet del mismo. Pero algunos pastores de cierta edad, de Madrid, de Sevilla y de Huelva, quizás puedan recordar algo de lo que digo aquí. Muchos años después he preguntado por algunas personas de dichos grupos y a pesar de su aparente “gran espiritualidad” ninguna está en la fe de Cristo.
Esto nos muestra que uno puede estar muy convencido en lo que cree, fervorosamente convencido y sobre todo, ser “muy sincero” en lo que cree y confiesa. Sin embargo, ni el convencimiento fervoroso, ni la fe sincera, ni la confesión hecha una y mil veces cambiará la mentira en verdad. La verdad es que se puede estar “muy sinceramente” equivocado. Luego, aparte de otras cosas, aprendí del pastor que me contó lo de su amigo que murió mientras le atendía en el lecho de muerte, que si bien debemos apartarnos del errorii no por eso hemos de dejar de amar al amigo que se desvía. Mejor mantenernos cerca, porque mañana es posible que nos necesite y hemos de estar ahí para ayudar en lo que podamos.
Notas
i Aquí hemos de recordar las veces que algunas sectas y/o profetas falsos han profetizado y asegurado el año de la segunda venida del Señor. Pero cuando tal venida no se produjo, trataron de “justificar” la razón del fracaso, argumentando y dando “razones” para salir del paso. Es lógico que cuando los seguidores de sectas están tan convencidos de “estar en la verdad” que sigan ciegamente a sus dirigentes, sin plantearse, por un momento, que bien podrían estar errados. Y si están errados en algo tan serio, ¿Acaso no podrían estar equivocados en otras cosas que conforman la fe del movimiento?
ii Cuidado de no calificar de error y “desviados” a todos aquellos que no piensan como nosotros en todo.
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