Aquel en quién Dios confía

Durante la primera mitad del siglo veinte el llamado dúo “El gordo y el flaco” hicieron reír con sus películas a millones de personas en todo el mundo. Siempre actuaron juntos y su amistad fue inquebrantable, de tal manera que, cuando Stan Laurel (el “flaco”) falleció en el año 1957, Oliver Norvel Hardy prometió que nunca más actuaría sin su amigo. Y así fue, cumplió su palabra. Su fidelidad fue un ejemplo para todos.

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Cuando la Biblia nos enseña que la fe es parte del fruto del Espíritu, inmediatamente pensamos que se trata de creer en Dios y descansar en Él para ser salvos, y en cierta manera es así, pero el Señor quiere que vayamos mucho más allá, porque si lo pensamos bien, creer es no solo aceptar lo que alguien dice, sino también confiar en esa persona de una manera incondicional. Se trata de descansar completamente en la palabra de aquel a quién creemos ¡Se trata de ser fieles! No podemos creer en un momento, y al siguiente olvidar aquello con lo que nos hemos comprometido. Si realmente creemos, esa fe no puede morir nunca. 

Fidelidad, compromiso, lealtad, honor, permanecer al lado de quién amamos ocurra lo que ocurra… ¡Eso es creer! No debemos pensar que es algo complicado, porque eso es lo que prometemos de una manera consciente o inconsciente cuando amamos a alguien. Además, ser fieles es reflejar el carácter del Señor, porque estamos reaccionando de una manera completamente diferente a lo que muchos hacen hoy. Ser fiel es vivir a contracorriente: “Dios no es como los mortales: no miente ni cambia de opinión. Cuando Él dice una cosa la realiza. Cuando hace una promesa, la cumple” (Números 23:19). Esa es una de las razones por las que la fidelidad es una cualidad que el Espíritu de Dios coloca en nuestro interior cuando dejamos que nos llene (Gálatas 5:22-23). Somos fieles porque nuestro Padre lo es ¡No sabemos vivir de otra manera!.

Para que lo entendamos, me gusta decir que creyente es el que confía en Dios, fiel es aquel en quién Dios puede confiar. No es que sea un paso más que debemos dar, sino el resultado de vivir día a día con nuestro Creador. Cuando todo lo que hacemos depende de Él, oramos y colocamos todas nuestras decisiones en sus manos, confiando y descansando en cada momento como si fuéramos “acostumbrándonos” a ser fieles. No porque no nos equivoquemos o no tengamos defectos (¡Los seguiremos teniendo hasta que vivamos con Él!), sino porque el Espíritu de Dios va moldeando en nuestro carácter, la imagen de su Hijo ¡Y nadie fue más fiel que el Señor Jesús! Conforme va pasando el tiempo, disfrutamos más de la lealtad de Dios, y esa misma lealtad se convierte en una de nuestras características ¡Casi sin darnos cuenta! Poco a poco, los demás se acercan a nosotros, porque saben que somos dignos de confianza, y nosotros defendemos el honor de quienes amamos ¡Cueste lo que cueste!.

Lo que el Espíritu de Dios hace en nuestra vida, puede parecernos increíble, pero es lo más real que existe.