Tres casos de phising en la Biblia perfectos para engañar a los hombres, pero vacuos para engañar a Dios.
Entre los muchos engaños que hay en el mundo de la tecnología uno de los más empleados es el de suplantar una identidad para estafar a la víctima, que cree de buena fe que el mensaje recibido procede del supuesto remitente, cuando en realidad lo que está recibiendo viene de una fuente que no es quien afirma ser.
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Y aunque a primera vista parece que la intención del mensaje es la de ayudar, en realidad es la de timar. Entre la amplia variedad de tales mensajes destaca el que consiste en que el remitente afirma ser nuestra entidad bancaria, la cual nos avisa de algún peligro que acecha a nuestra cuenta y nos pide que cambiemos la clave de acceso a la misma. Si se efectúa, entonces es cuando se consuma el ardid. Esta artimaña se conoce como phising.
Pero en verdad el engaño del disfraz, esto es, el intento de hacerse pasar por quien no se es, viene de muy antiguo, de hace miles de años. Por ejemplo, Saúl, cuando se vio abandonado por Dios a causa de su reiterada desobediencia, recurrió a una adivina para que le declarara lo que le acontecería en la inminente batalla que estaba a punto de comenzar contra los filisteos. A fin de no ser reconocido, se disfrazó y fue de noche a visitar a aquella mujer, poniendo así de manifiesto la consonancia que hay entre el disfraz y la oscuridad. Pero ni lo uno ni lo otro le sirvieron de nada para eludir la terrible sentencia que le aguardaba.
Aunque el profeta Ahías se había quedado ciego y la mujer del rey Jeroboam se había disfrazado para que no la conociera, habiendo así dos poderosos factores que impedirían que él supiera quién en verdad era ella, sin embargo, la luz interior que el profeta poseía la desenmascaró, poniendo en evidencia la inutilidad de su tentativa para engañar al hombre de Dios y, por ende, a Dios mismo. Era vergonzante por parte de Jeroboam, quien había desobedecido abiertamente a Dios, que ahora que estaba en dificultades fuera a consultar al profeta a través de su mujer y que ésta, para ocultar su identidad, recurriera al disfraz. Pero todo fue en vano, porque ¿cómo engañar a Aquel ante cuyos ojos todas las cosas están desnudas y abiertas?
Micaías había predicho al rey Acab que caería en la batalla que iba a emprender contra los sirios y aunque los falsos profetas habían augurado al rey que todo le iría bien, éste tomó sus precauciones, no fuera a ser que la palabra de Micaías se cumpliera. Y es que, en última instancia, la maldad es cobarde y tiene miedo, aunque tenga muchos sostenedores y se jacte de grandes cosas. Y así fue como Acab se disfrazó para ir a la batalla, a fin de evitar que le reconocieran y lograr que nadie se fijara en él. Su disfraz era su escondite de los hombres, pero también de Dios. Un escondite perfecto, o eso parecía, para burlar lo que Dios había declarado que le ocurriría. Pero una flecha disparada al aire, a la ventura, en el fragor de la batalla, fue a darle al disfrazado rey. Y así fue cómo lo que parecía que tenía todas las probabilidades de tener éxito, su disfraz, demostró su nulidad y lo que no tenía ninguna probabilidad de dar en el blanco, la flecha al aire, acertó en el mismo. La flecha, sin ojos, identificó a aquel al que los hombres, con ojos, no pudieron identificar, burlándose Dios, de esta manera, del que quería burlarse de él.
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Sí, estos tres casos de phising, que hubieran sido perfectos para engañar a los hombres, resultaron vacuos para engañar a Dios. Son un claro aviso para todo aquel que procura hoy hacer lo mismo.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ’El que odia disimula con sus labios; mas en su interior maquina engaño. Cuando hablare amigablemente, no le creas; porque siete abominaciones hay en su corazón. Aunque su odio se cubra con disimulo, su maldad será descubierta en la congregación.’ (Proverbios 26:24-26).
El pasaje describe la disparidad que hay entre lo interior y lo exterior en cierto individuo, en el que nada es lo que parece. Parece benigno, pero es maligno. Parece miel, pero es veneno. Parece amor, pero es rencor. Y todo ello porque hay un disfraz que se ha puesto, que no es más que la estratagema que oculta lo que verdaderamente anida dentro. Ese disfraz se llama disimulo.
El disimulo es un arte maligno, que, a fuerza de practicarlo, se convierte en parte del carácter. La palabra disimular viene de la misma raíz latina que símil, que significa semejante, la cual con el prefijo dis delante se convierte en desemejante y de ahí la desemejanza que hay en el disimulo entre lo que se ve y lo que no se ve, entre lo que se habla y lo que se piensa. Es el fingimiento en estado puro.
Pero el pasaje declara que, finalmente, esa farsa será expuesta en la congregación o asamblea, palabra que designa la reunión del pueblo de Dios, porque es imposible mantener siempre y ante todos, de forma perfecta, la compostura, cuando hay doblez de vida. Más tarde o más temprano, las tinieblas del disfraz no podrán sostenerse ante la irradiación de la luz y la cizaña no podrá seguir haciéndose pasar por el trigo.
Este tweet de Dios enseña que hace 3.000 años ya existía el phising, la suplantación de identidad, porque no hay nada nuevo bajo el sol, dado que el corazón humano era igual entonces, sin tecnología, que ahora, con tecnología.
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