Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Para dar sagacidad a los simples y a los jóvenes inteligencia y cordura.’ (Proverbios 1:4).
El término inteligencia es uno que puede resultar engañoso, dado que induce a creer lo que en realidad no es verdad. Y así se puede dar por sentado que alguien es inteligente porque académicamente es brillante, siendo una de las formas más comunes de catalogar como inteligente a una persona por las notas que obtiene en sus estudios. En cambio, si esas calificaciones son mediocres el dictamen será que tal persona no es muy inteligente. De esta manera, lo mental es lo que definiría la inteligencia.
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Ahora se ha puesto de moda el concepto de inteligencia emocional, que no tiene tanto que ver con lo teórico sino con el conocimiento de los propios sentimientos y los de los demás, para saber cómo manejar los conflictos y conducir la relación con nosotros mismos y con otros, todo lo cual está en sintonía con el moderno auge de la psicología. De este modo, lo emocional sería lo que define la inteligencia.
Pero en la Biblia la inteligencia no tiene tanto que ver con el arsenal de información que se puede acumular en la cabeza sobre tal o cual materia, ni tampoco sobre la habilidad de manejar las propias emociones. La palabra que se traduce como inteligencia pertenece a una de las tres categorías en las que se dividen las grandes fuerzas que mueven a los seres humanos. Está la categoría de lo ético o moral, que hace diferencia entre aquello que es bueno y aquello que es malo, categoría que aparece en el mandato de Dios en Edén ordenando lo bueno y prohibiendo lo malo; está la categoría de lo estético, que distingue entre aquello que es bello y aquello que es feo, categoría que aparece en el veredicto de Dios sobre la bondad innata, con belleza incluida, que tenía todo lo que había creado; y está la categoría sapiencial, que discrimina entre lo inteligente y lo ignorante, que deriva de la imagen de Dios de la que era portador el hombre al ser creado.
Esta tercera categoría de lo sapiencial, a la que pertenece la inteligencia, no tiene en el cerebro su órgano de residencia, sino en el corazón. Pero al hablar del corazón es fácil pensar en lo que tiene que ver con lo sentimental, como cuando se hace referencia a ‘las noticias del corazón’, donde se tratan todos los dimes y diretes, rumores y especulaciones, de las vidas de los famosos. Pero el corazón en la Biblia es el centro de la personalidad, de donde parten los pensamientos, las decisiones y también las emociones. El manantial original de donde brota todo en el ser humano. De ahí la importancia suprema que tiene, porque es determinante para el presente y el futuro del individuo. En el corazón, pues, reside la inteligencia y también su antónimo, que es la ignorancia y sus parientes, la insensatez y la necedad.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Para dar sagacidad a los simples y a los jóvenes inteligencia y cordura.’ (Proverbios 1:4). Hay tres nociones en este pasaje, que son sagacidad, inteligencia y cordura, pero nos centraremos en la segunda, la inteligencia. Llama la atención el hecho de que afirme que el propósito por el cual se escribió el libro que contiene este texto, es para dar a los jóvenes inteligencia. Ahora bien, esa inteligencia a la que se refiere el pasaje no puede ser la que tenemos por naturaleza como seres humanos, que es innata, pues no tendría sentido dar lo que ya se tiene. Si algo se da a alguien es porque no lo tiene. Como los jóvenes carecen de esa inteligencia, es por lo que necesitan que se les dé. Y en caso de no recibirla, el paso del tiempo no suplirá la carencia, de ahí que haya adultos y viejos que no la tienen.
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Pero, ¿en qué consiste tal inteligencia? Es sinónimo de conocimiento y de ciencia, siendo de hecho traducida la palabra en la Biblia unas veces en una manera y otras en otra. Esta inteligencia, conocimiento o ciencia tiene una expresión suprema, que no es la averiguación de cómo funciona nuestro mundo, sino el entendimiento de quien lo creó y lo gobierna, afirmándose, por eso, que el verdadero motivo de gloria que el hombre tiene es el conocimiento de Dios. Un conocimiento que el hombre tuvo en su estado original, pero que se degradó y corrompió, hasta el punto de representar a Dios por medio de la criatura y de escoger a la criatura antes que al Creador. Que este conocimiento o inteligencia está ausente de muchos que se afanan por entender el mundo, se constata por su intento de desbancar por todos los medios a Dios, fabricando mitos modernos, bajo apariencia de ciencia, sobre el origen del ser humano que concuerden con su obsesión de negar al Creador.
Y así es como asistimos a la paradoja de que los supuestamente inteligentes son ignorantes y los supuestamente ignorantes son inteligentes, tal como dijo Jesús: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños’ (Mateo 11:25). Las cosas a las que se refiere Jesús son las trascendentales, las que importa conocer. Y los niños a los que se refiere son los que se han hecho como tales, enseñables y deseosos de aprender, que reconocen su ignorancia y limitación. Y todo esto proviene de Dios, que ciega a los autosuficientes y alumbra a los dependientes.
La pregunta que hay que hacerse es: ¿Soy inteligente o mi inteligencia es pseudo-inteligencia, una especie de sucedáneo que se parece, pero que no es? De la contestación honesta a la pregunta dependerá si me quedo con una simulación o recibo la verdadera inteligencia.
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