En 1967 fue condecorado con la gran Cruz de Alfonso X el Sabio y un año después se le concedió la medalla de oro al mérito del trabajo.
Otro poeta de la generación literaria de 1927.
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Gerardo Diego nació en Santander el 3 de octubre 1896. Allí inició sus primeros estudios. En la universidad que los jesuitas tienen en Deusto, Bilbao, comenzó la carrera de Filosofía y Letras, continuándola en Salamanca. En la Universidad de Madrid se doctoró en Letras. En 1920 ganó la Cátedra de Instituto y explicó literatura en centros de Soria –cátedra que dejó vacante Antonio Machado– Gijón, Santander y Madrid. Ese mismo año publicó su primer libro de versos: El romancero de la novia.
En 1924 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, compartido con Rafael Alberti. Dirige la revista Carmen y el suplemento Lola, portavoz literario de aquellos años. En la revista escribieron otros autores de prestigio: Falla, Unamuno, Valle Inclán y Antonio Machado. De sus otras devociones, además de la poesía, dice Gerardo Diego: “En mi formación poética han influido mis aficiones a la naturaleza, a la pintura y sobre todo a la música”. En 1947 fue elegido Miembro de la Real Academia de la Lengua.
Obtuvo los Premios Calderón de Teatro y de Literatura de la Fundación March. En 1967 fue condecorado con la gran Cruz de Alfonso X el Sabio y un año después se le concedió la medalla de oro al mérito del trabajo. En 1980 le fue concedido el premio Cervantes, compartido con Jorge Luis Borges.
Gerardo Diego murió en Madrid el 8 de julio de 1987, cumplidos 91 años.
Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
quiero creer.
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Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé,
y, limpio de culpa vieja,
sin velos te pude ver.
Quiero creer.
Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Quiero creer.
Limpia mis ojos cansados,
deslumbrados del cimbel,
lastra de plomo mis párpados
y oscurécemelos bien.
Quiero creer.
Ya todo es sombra y olvido
y abandono de mi ser.
Ponme la venda en los ojos.
Ponme tus manos también.
Quiero creer.
Tú que pusiste en las flores rocío,
y debajo miel,
filtra en mis secas pupilas
dos gotas frescas de fe.
Quiero creer.
Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
creo en Ti y quiero creer.
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