Hay una creciente intensidad que va de ser ignorante a ser necio. Y si el ignorante no aprende a tiempo, terminará siendo necio.
Las nubes que oscurecieron el cielo cuando Elías subió a orar a la cumbre del Carmelo, no son semejantes a las que ahora están cubriendo nuestro mundo, porque aquellas eran el anuncio del fin de la sequía, mientras que las actuales son la señal de que un juicio está por llegar. Si los caballos y jinetes de Apocalipsis simbolizaban la guerra, la carestía y la mortandad, esos mismos caballos han salido ahora para quitar la paz de la tierra, para subvertir la estabilidad económica y para esparcir mortales calamidades.
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Y, a pesar de todo esto, y de lo que vendrá, no hay el más mínimo atisbo de que haya un arrepentimiento, ni siquiera un reconocimiento, de los pecados cometidos. En ese sentido, la condición actual se parece mucho a la descrita en ese mismo libro de Apocalipsis, cuando dice que los hombres, ante los sucesos originados por los toques de trompeta, no se arrepintieron de sus obras, y ante los causados por las copas de ira no solo no se arrepintieron sino que blasfemaron contra Dios.
Hace cien años las naciones europeas, tras salir de una guerra que había asolado buena parte de Europa, se subieron a lomos de un caballo llamado Desenfreno, que las llevó por el territorio de Euforia, que comprendía las ciudades de Prosperidad, Desinhibición, Risa y Autosuficiencia. Pero en su galopar, Desenfreno no percibió cómo Ente había nacido en el propio territorio de Euforia, quien terminó ocasionando una guerra mucho peor de la que veinte años atrás había acontecido. Y así fue como Prosperidad quedó convertida en Desastre, Desinhibición en Desolación, Risa en Dolor y Autosuficiencia en Humillación. Nadie de los Locos Años Veinte imaginó que cosa tal pudiera suceder. Estaban a las puertas de una catástrofe mayor de la que acababan de salir, pero Inconsciencia, Gratificación e Ignorancia, yendo de la mano con Ceguera, les hicieron creer que los males eran agua pasada, que no hacía falta aprender de los fracasos recientes y, sobre todo, que no había nada de lo que arrepentirse. Y de esa manera se lanzaron en aquella loca carrera hacia el abismo.
Es parecido a lo que estamos viviendo ahora, cuando estando recibiendo severos avisos de que el camino emprendido va cuesta abajo, no solo no hay un pararse y reflexionar, para cambiar y modificar lo que está mal, sino que hay un obstinado persistir en lo iniciado, imaginando vanamente que el desafío quedará impune. Si la generación de la década de los años veinte del siglo pasado merece llevar el título de ‘Los Locos de los Años Veinte’, la actual merece ese mismo honor, solo que magna cum laude.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Porque el desvío de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder.’ (Proverbios 1:32). En este pasaje hay varios contrastes de intensidad creciente. En primer lugar está la creciente intensidad de desatino que va de las palabras ignorantes a necios. Los ignorantes son los incautos, que en su candidez e ingenuidad son víctimas perfectas para adentrarse en lo peligroso, deslumbrados por el engañoso brillo que emite. No tienen conciencia del riesgo y no se dan cuenta de la amenaza que esconde, por tanto tienen todas las papeletas para caer en el mismo. Pero con todo lo enredosa que pueda ser la condición de los ignorantes, no es comparable a la de los necios, porque en éstos el grado de estulticia ha llegado a alcanzar cotas alarmantes, casi sin remedio. Su actitud es cerrilmente obstinada, porque han escogido, con los ojos abiertos, hacer de lo malo su bandera. Si el ignorante peca por deficiencia de entendimiento, el necio lo hace por extravío de su entendimiento. El primero no sabe que le falta entendimiento, el segundo piensa que está sobrado de entendimiento. Ciertamente, pues, hay una creciente intensidad que va de ser ignorante a ser necio. Y si el ignorante no aprende a tiempo, terminará siendo necio.
Pero este tweet de Dios enseña también otra creciente intensidad, que es la que va de desvío a prosperidad. La palabra que se ha traducido por desvío es sinónima de apostasía. Es decir, el ignorante se ha metido en una senda desviada, en la que le ha dado la espalda a lo que es verdadero y bueno. La idea de negación, está ahí presente. En cambio, el necio anda en una vereda en la que encuentra prosperidad, pero es una prosperidad descuidada y ociosa, que engañosamente le hace creer que va en la buena dirección. Como el viento sopla a su favor, se adentra más y más hacia la tempestad que le aguarda.
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Una tercera creciente intensidad es la que se aprecia en el diferente matiz de resultados que hay entre lo que recibe el ignorante y lo que recibe el necio. El primero va al matadero, que es donde termina la apostasía; el segundo va a la destrucción, que es donde acaba la seductora prosperidad, porque lo que se ha traducido como ‘los echará a perder’, significa literalmente ‘los destruirá’, palabra de la que en hebreo procede Abadón y en griego Apolión, el ángel del abismo. ¡Cuán espantoso compañero el de los necios!
Matadero y destrucción. Qué terribles expectativas aguardan a ignorantes y necios, si no hay arrepentimiento. Por eso es urgente que, en medio de la desenfadada marea colectiva dominante que acaba donde acaba, cambiemos reflexivamente nuestro rumbo individual, no sea que seamos arrastrados por la corriente de este mundo.
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