Los hombres deberían ocupar su puesto y, en cierta manera, convertirse ellos en Dios. Querían hacer sonar su grito de Dios ha muerto viva el hombre y proclamar un antropoteísmo de corte cultural y de ensalzamiento secular del hombre. El hombre como centro.
Hoy no hay muchos que lean a estos teólogos que proclamaron oficialmente la muerte de ese rival divino. Hoy creo que no se da esta rivalidad como si nadie estuviera interesado en ocupar el lugar de Dios. El filósofo Nietzsche era leído en aquella época y elevaba el ánimo de muchos lectores a quienes les gustaba la idea del superhombre que podía mostrar la tumba de un Dios muerto para el hombre libre y capaz de quedarse con los valores sublimes y altos y no con los valores agraces del cristianismo. Pero la teología de la muerte de Dios no podía triunfar. Ellos creyeron que, en el fondo, eran ellos mismos los que habían creado a Dios -pues pensaban que éste, en el fondo, realmente no existía- y que, por tanto, podían matarle en cualquier momento. Pero su conciencia de hombres creadores de dioses no persistió. El hombre no tiene más remedio que ser consciente de su finitud y de sus limitaciones humanas y, así, sus ansias de divinidad se vienen abajo y, el no creer, le lleva a darse cuenta de que es polvo y nada. Su proclamada muerte de Dios les creaba un vacío interior.
Cuando muchos comprobaron que no estaba al alcance de los hombres el matar a Dios, quisieron dejarle en la oscuridad del agnosticismo, en la imposibilidad de poder conocer algo acerca de Dios, el incognoscible, tanto que no es posible tener una experiencia clara de Dios. Si esto es así, lo mejor es dejar a Dios en el desván de los trastos viejos. No es posible ponerse en contacto con él. Lo que no podemos conocer, mejor ni nombrarlo y convertirlo en un concepto prescindible. Es la lucha agnóstica de muchos hombres de hoy: el agnosticismo.
Hoy hay descristianización, pero el hombre no se siente feliz teniendo en el desván de los trastos viejos a Dios. Quiere que este vuelva, aunque lo quiere a su manera. El hombre se siente angustiado por las crisis económicas como la actual, por el sinsentido del consumismo, por el estrés de la gran ciudad, por carencias en el mundo de los valores, dudas de la solidaridad humana ante más de medio mundo en pobreza, en conflictos, en desigualdades económicas que son un escándalo humano... necesita a Dios para no hundirse en sus vacíos existenciales. En el fondo, quiere que retorne, que vuelva. Hoy no se da una secularización total, hay ansias del regreso de Dios, aunque muchos lo traigan en forma de ocultismos, brujerías y artes mágicas que tampoco llenan la vida de los hombres.
Quizás, en el fondo, sea un buen momento para que comience una evangelización bien orientada y comprometida con el hombre. Una evangelización que no se preocupe solamente de las almas más o menos en abstracto, sino que se preocupe por la situación del hombre en su momento histórico, que se interese por el hecho de que el Evangelio y sus valores cumplan los designios del Reino de Dios que irrumpe en el mundo con la figura de Jesús y cambie sus estructuras injustas de poder que marginan y despojan a tantos hombres reduciéndoles a la indignidad.
Es el momento de proclamar que el Dios al que buscan y que para muchos es el Dios desconocido, ha salido de la tumba que algunos le quisieron meter y que regresa del exilio al que algunos le obligaron. Es el Dios que no se preocupa sólo por el rito o la alabanza, sino por la liberación del mundo, por la marcha de la historia que envuelve a los hombres. Es el momento de publicar que a Dios no le podemos matar, ni lanzar al desván oscuro de los olvidos. Un Dios que quiere que su voluntad no sea hecha sólo en el cielo sino en la tierra, un Dios que nos quiere usar a nosotros como agentes de liberación en nuestro aquí y nuestro ahora y agentes de salvación para la eternidad.
Para esto no son suficientes los recursos del lenguaje, de la oratoria, de las teologías, sino los recursos de mostrar a un Dios encarnado y aún sufriendo con los hombres a los que quiere dignificar y redimir a partir de su momento histórico. Tenemos que hacer una evangelización encarnada que muestre a Dios actuando en medio del sufrimiento de sus hijos. Tenemos que mancharnos las manos en acciones samaritanas, como el Buen Samaritano, y decir que eso es respuesta de posibilidad de salvación a través de una fe que actúa a través del amor. Hay que comunicar que hay salvación, tanto para la eternidad como para nuestro aquí y nuestro ahora, y esperanza para un mundo en crisis.
Dios no está lejos, ni encerrado en los templos o en ninguna gruta o vitrina, Dios no se ha muerto, Dios sigue operando en el mundo, gritando y sufriendo en medio de los hambrientos y sufrientes del mundo... y debemos unirnos a su grito en la evangelización, como manos tendidas, las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. No sea que seamos nosotros lo que estamos encerrando a Dios en las sacristías, en los templos y en los lugares oscuros de nuestra alma.
La Buena Nueva de hoy sería publicar a voz de trompeta, a voz en cuello, que Dios no se ha ido, que está entre nosotros sufriendo con los pobres y los despojados de su dignidad de hombre. Y esto no se muestra sólo con la Palabra, sino con la Palabra-Hecho-Acción encarnada que se mueve en el mundo a través del compromiso de sus discípulos que también actúan anunciando la vuelta o el regreso de Dios a través de la acción social evangelizadora en compromiso no sólo con Dios, sino con el hombre.
Sacad a Dios de los desvanes, de las tumbas, de los trasteros de viejo, de los templos donde algunos dicen que le hemos encerrado, sacadlo en medio de los gritos de los sufrientes. Que el pueblo sepa que hay Dios, un Dios encarnado que actúa a través de las manos y los pies de sus hijos... y de su voz, voz que también debe ser profética, de denuncia de la injusticia que también es una parte de la evangelización. Que el pueblo sepa que muchos están sacando a Dios en medio del mundo entregando vida, pan y Palabra. Vida, pan y Palabra compartidos, quizás hasta quedarnos sin nada, sin pan, sin palabra y sin vida... porque al perderla la ganaremos, pues tenemos perspectivas de eternidad.
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