El apóstol Pablo escribió sobre la necesidad de estar bien equipados a fin de no caer “en las trampas de los que con astucia emplean las artimañas del error...”.
Hace muchos años, estando de vacaciones y después de una larga caminata por las calles de Málagai entré en un gran parque, muy conocido. Como estaba cansado me senté en uno de los bancos que estaba libre. Al rato llegó un hombre, relativamente bien vestido, un poco apurado y con permiso, se sentó a mi lado. De pronto me dijo que me quería compartir algo. Adelante, le dije. De pronto sacó un aparatoso reloj de color de oro. Mostrándomelo, me dijo que tenía a su esposa enferma en Barcelona, pero no tenía dinero y lo único que tenía era el reloj, que quería venderlo aunque fuera por poco dinero. “¡Pero me urge! ¡Estoy muy preocupado por mi esposa!”. Le solicité tomar el reloj en la mano y solamente ver su estructura, y tomarlo en peso supe que el reloj de oro tenía solo el baño externo.
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Fue rápida mi respuesta. “Mire usted por donde -le dije- ha dado usted con un joyero de profesión. Este reloj no es de oro; solo tiene un baño de oro”. Todavía puedo recordar la rapidez con la cual desapareció aquel hombre. Visto y no visto. No supe ni cómo ni por dónde se fue. Sería algo así como encender y apagara la luz.
Este sería uno de los muchos ejemplos que podríamos poner de la vida diaria y en la que necesitamos ejercer el discernimiento para saber el qué, el cómo, el porqué y el cuándo en relación con ciertas decisiones que necesitamos tomar y no necesariamente en relación con “la vida espiritual”ii. Y, ciertamente, así es en relación con la vida espiritual. El apóstol Pablo escribió sobre la necesidad de estar bien equipados a fin de no caer “en las trampas de los que con astucia emplean las artimañas del error...”iii Y cuando habla de estar “bien equipados” evidentemente se refiere al conocimiento de la Palabra de Dios que nos es expuesto en la Sagradas Escrituras. A continuación expongo un caso (de los muchos que podríamos exponer) y que puede servirnos como ejemplo de lo que decimos.
Hará poco más de 40 años, conocimos una serie de grupos que estaban dentro de lo que ellos llamaban “el verdadero mover del Espíritu”. Ya te puedes imaginar que los que no estábamos en ese “mover” no sabíamos lo que era la verdadera espiritualidad.iv
Pues bien, gran parte de estos grupos vivían en comunidad. Ellos habían renunciado a vivir para sí mismos y lo tenían todo en común. En aquel tiempo esa práctica se dio también en algunos grupos más “normales”: “Eso es lo que se ve en los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles; eso es el verdadero discipulado”, decían. Bueno, eso no estaba mal, siempre que no miraran a los demás que no lo hacían como que “no-están-en-el-mover-del-Espíritu”, como acostumbraban a decir. Luego, en sus reuniones también habían recuperado “el ejercicio pleno de los dones espirituales”. Así decían ellos. Entonces en cada reunión, cada uno expresaba si había tenido algún sueño, alguna visión o palabra profética “del Señor” o “algún sentir de parte de Dios”. Daba la impresión de basar la espiritualidad, “frescura y unción” del movimiento sobre esas abundantes manifestaciones.
En uno de los grupos había una “profetisa” y enseñadora que tenía varios hijos e hijas los cuales les eran cuidados por hermanas de la comunidad. Ella solo se dedicaba a “leer la Biblia, orar, profetizar y enseñar…” Por lo visto eso era mucho más espiritual que cuidar de sus propios hijos… Y, por supuesto, las predicaciones en esos grupos se basaban no en una exégesis-histórico-gramatical del texto, sino en una suerte de espiritualizaciones y alegorizaciones del mismo. Podemos recordar que a estas personas, líderes y no líderes, ya nos les satisfacían las predicaciones de tipo exegético expositivo del texto bíblico. Ellos catalogaban de “profundo” al que lo espiritualizaba todo y veían lo que otros no veían en el texto. Lo otro, ya lo tenían más que superado: “Hay que buscar el verdadero sentido espiritual de la Palabra; porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica”, decían. El verdadero “sentido” del texto era el que le daban ellos, claro; y eso, al margen de lo que aquel texto dijera. La mayoría de esos creyentes –incluidos los pastores y líderes- no eran gente nueva, sino procedentes de otras iglesias de donde salían para juntarse con ellos. Como suele suceder en estos casos, a estos creyentes les parecía que en sus iglesias y denominaciones no se daba la “vida” que veían en ese “mover del Espíritu”.
Luego descubrimos que los tales grupos formaban parte de un movimiento más amplio que venía de EEUU (parece que todo lo extraño y “raro” viene de aquellas latitudes) y tenía algunas doctrinas peligrosas. Una de ellas, un tanto “especial”. El líder máximo decía en uno de sus escritos que llegó a mis manos:
“Por fin ha llegado el día que unos hombres y mujeres, puestos en pie, por la fe, podemos decir: ¡no tenemos que morir!”.
La idea era que por la fe, ellos adelantarían la segunda venida de Jesucristo a la tierra y en ese momento se produciría el rapto, mientras que los demás quedarían aquí y pasarían “la gran tribulación”. De esa manera, “los fieles” en esa doctrina, no morirían, sino que serían transformados y arrebatados por el Señor. Esa doctrina la basaban en 1ªCo.15.51-52 y 1Tes.4.13-15, donde el apóstol Pablo habla de la transformación de los que estarán en la tierra, al momento de la venida de Cristo. Pero también hacían referencia a Efesios, 4.11-12, donde el apóstol Pablo escribió acerca de ese proceso en el cual la iglesia ha de llegar “a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Entonces, el líder del grupo enseñaba que el movimiento sería el que, por fin, por la fe, no solo ellos no morirían sino que serían los que culminarían con ese proceso. De ahí que además de “los hijos manifestados”, también hablaban del “Hijo varón manifestado”.
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Pasaron algunos años (muy pocos) en los que, el movimiento, lleno de entusiasmo iba creciendo y se extendió a algunos países de Latinoamérica y España. Pero afortunadamente, antes de que se extendiera más y muchos cayeran en el engaño, sufrieron un gran revés. Pasó el tiempo y el fundador del movimiento emprendió un viaje, con la intención de visitar a algunos grupos a un país Latinoamericano. Pero en el trayecto, su avión se estrelló perdiendo la vida junto con los demás pasajeros. Entonces, los demás líderes comenzaron a dar las “explicaciones pertinentes” a los seguidores del movimiento. Ellos animaron (y trataban de animarse a sí mismos) a sus seguidores a seguir creyendo lo que el líder máximo les había enseñado y a perseverar, porque sin duda, “nuestra fe será premiada”. Eso es lo que siempre suele suceder con las sectas y los movimientos proféticos falsos.
Pero el tiempo fue pasando y todos llegaron a saber que el Señor no vino y, por tanto, nadie ha sido “transformado” ni “raptado”/llevado al cielo. Todos los del liderazgo del movimiento, que se les suponía con más fe y en un nivel “superior” de espiritualidad que los demás, así como miles de seguidores de tan “maravillosas” doctrinas, también fueron desapareciendo… Lo cierto es que hace unos 15 años, preguntábamos a quien podía darnos alguna información veraz de aquellos grupos que había en España y sobre personas con nombres y apellidos. Lo que nos contó acerca de la fe (más bien, no-fe) y vida de aquellos que con tanto “fervor” defendían su forma de ver la vida cristiana y sus “visiones” y “sueños”, era para echarse a llorar. Ninguno estaba en la fe de Cristo.
Nada nuevo bajo el sol, que diría “el Predicador”. Solo basta leer un poco la historia y ver que, de tanto en tanto se suele repetir con bastante frecuencia lo mismo.
Cuando ha pasado tanto tiempo, también podemos recordar el “profundo conocimiento” que se derivaba de sus escritos y predicaciones, la supuesta “superior espiritualidad” y la “santidad” que irradiaban esas personas… y cómo, nunca mejor dicho, todo quedó en nada. Pero el daño que causaron a muchos inadvertidos, fue bastante grande. Como Moisés dijo:
“Enséñanos –Señor- de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría”.v
De ahí que, como en el caso de la historia contada al principio de esta exposición sobre el reloj, supuestamente de “oro”, pero puesto de manifiesto que no lo era, nos sea necesario conocer y estar preparados sobre la base de las Sagradas Escrituras para, llegado el caso, detectar el error y la falsedad. Eso sí, dando por sentado que las Escrituras son la palabra de Dios para nosotros. De otra forma cabe la posibilidad de que nos quedemos sin el discernimiento necesario para determinar lo que es la verdad de aquello que no lo es. Luego, es necesario depender con humildad del Espíritu de Dios y, atender, entre otros medios, a los que, por su experiencia, conocimiento, madurez y sabiduría adquirida a lo largo de los años, pueden ayudarnos en nuestro caminar diario. Que así sea.
Notas
i Siempre que íbamos de vacaciones, me gustaba andar por espacio de dos o tres horas, por la ciudad, aun por zonas que no conocía de nada.
ii Para el que escribe, no hay tal cosa como “la vida espiritual” dejando fuera de dicha espiritualidad todo lo demás. Nada de eso. Todo debe estar bajo la misma cosmovisión, dado que nada escapa de la atención, el cuidado y la dirección de Dios.
iii Ef.4.11-15. Ver también Hch.20.28-32; 2ªP.2.1-3; 1ªJ.4.1-4.
iv Al movimiento le llamaban –o se hacían llamar- “los hijos manifestados” y tuvo poca trascendencia, ya que el líder máximo murió pronto, contradiciendo así su creencia de que no moriría.
v Sal. 90.12.
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