Los que tenemos la responsabilidad de enseñar y guiar a otros con la Palabra de Dios tenemos la responsabilidad de conocerla bien y poner a un lado aquello que, pretendiendo ser verdad, sobrepasa, tuerce o niega el testimonio apostólico.
Aparte de las doctrinas señaladas en las pasadas exposiciones, el resto de las enseñanzas que formaban parte de lo que el apóstol Pablo llamaba “sana doctrina” y que recogía el Credo Apostólico, también aparecen en las llamadas “Cartas Pastorales”. No de forma desarrollada sino como referencias directas o indirectas, las cuales destacamos a continuación.
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Es mucho lo que se ha escrito y dicho sobre esta gran verdad enseñada por el Señor y sus apóstoles: La naturaleza de su venida, el tiempo en el cual se producirá, así cómo los acontecimientos asociados a ella. No obstante, lo que más nos importa, es el hecho en sí. La verdad de un segundo regreso del Señor Jesús que, independientemente del tiempo en el cual se produzca y todo lo demás, a diferencia de su primera venida que fue en humildad, la segunda venida será en gloriai. Entonces pondrá fin a la historia de la humanidad y dará pasó a una nueva era en la que todo lo malo que causó tanto dolor, tanto sufrimiento y tantas lágrimas, desaparecerá y ya no tendrá más lugar.ii Esa enseñanza de Jesús y sus Apóstoles constituía para ellos y para la iglesia primitiva “la esperanza de gloria”.iii
Luego, también hemos de insistir en el hecho de que, aunque sus discípulos creían que la Segunda Venida del Señor Jesucristo era inminente y eso no se cumpliera en su tiempo, no por eso se niega la realidad de la promesa. El apóstol Pedro señaló otra realidad que trasciende el tiempo y aun a nosotros mismos, cuando dijo que, “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”.iv Esa es una forma de decir que si bien para nosotros el tiempo cuenta, y pudiera parecernos que “Dios retarda su promesa”v no es tal y cómo nosotros lo percibimos. Lo importante, en todo caso, es que se produzca o no en nuestro tiempo, la Palabra de Dios dice que “somos de él”;vi estamos unidos a él;vii y nada ni nadie “nos podrá separara del amor de Dios que es en Cristo Jesús”.viii Y si morimos antes de que se produzca la segunda venida de Cristo, podemos tener la seguridad de que iremos a la misma presencia de Dios.ix Entonces ¡gran esperanza es la nuestra!
Los que desechan el juicio divino sobre toda la humanidad con resultados de salvación o condenación eternas, se olvidan de que aun el mismo Señor Jesucristo en el cual dicen creer, también mencionó el hecho del juicio final, de manera clarísima.x Luego, al igual que con las demás doctrinas, el Credo Apostólico también recogió el hecho del juicio divino. Después de señalar que “ascendió a los cielos” añadía, “y desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos...”
Ante esa realidad, tampoco cabe aceptar la doctrina del universalismo.xi Doctrina basada en unos cuantos textos que, interpretados en su debido contexto, no dicen lo que pretenden los defensores del universalismo. Doctrina que, por otra parte, quitaría todo el sentido al juicio divino y a las muchas declaraciones bíblicas, de lo que seguiría a ese juicio.
Luego, si nos preguntáramos qué tiene la doctrina del juicio divino para que formara parte de lo que el apóstol Pablo llamó, “sana doctrina”, diremos que tal calificativo no depende de si nos gusta o no, sino del hecho de formar parte de la Revelación de Dios y, por tanto, de la verdad divina del Evangelio. Y, ciertamente, la doctrina del juicio divino, también es “sana” porque tiene la virtud de advertir del peligro de la condenación eterna a los oyentes del Evangelio que tengan en poco “una salvación tan grande”.xii Por tanto, sería “sano” oír la advertencia del juicio divino y escapar de él, en tanto haya una oportunidad.xiii Y esa oportunidad se da cada vez que el inconverso oye el Evangelioxiv o, sin haberlo oído siente culpabilidad real cuando su conciencia le acusa de aquello que sabe que ha hecho mal.xv
Por otra parte, el hecho de que haya predicadores que más que para advertir a los oyentes del peligro de la condenación eterna, usen esta verdad para aterrorizarlas, esa indigna acción no invalida la verdad de la condenación. Los énfasis no debemos ponerlos nosotros, sino que están puestos en la Palabra del Evangelio. Porque, el hecho de que los oyentes del Evangelio sientan más o menos el peso de la condenación o la gloria indescriptible del amor de Dios, no depende tanto de nosotros y nuestras supuestas “ayudas” a la obra de Dios, sino de la obra del Espíritu Santo quien, siendo soberano, no podemos dirigirlo, y mucho menos, manipularlo; pero tampoco suplantarlo.
En una pasada exposición hablábamos del hecho de la resurrección de Jesús, de los muertos. Y el mismo apóstol Pablo escribió que si Cristo no resucitó, entonces, no solo nuestra fe es vana, sino que tampoco habrá resurrección de muertos.xvi Sin embargo, el propio Señor Jesús también hizo referencia a una resurrección universal de los muertos.xvii
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Luego, en las Epístolas Pastorales, el apóstol Pablo hace dos referencias. Una, por la cual concluimos que se establecen la bases para nuestra propia resurrección, en vista de que Jesús “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio.”xviii Inmortalidad que será y se dará con unos cuerpos nuevos resucitados, acorde con las enseñanzas en las Escrituras, sobre este tema. La otra referencia la trae Pablo a colación al señalar a dos falsos maestros, llamados Himeneo y Fileto. Su falsedad se derivaba del hecho de haberse “desviado de la fe” y asegurar que “la resurrección ya se ha efectuado”.xix O sea, la falsedad de estos herejes, no era que negasen la resurrección de los muertos, sino que esta “ya se había efectuado”. Con esta declaración aquellos falsos maestros estaban colocándose por encima de la autoridad de los apóstoles al enseñar algo diferente.
Hoy día sucede igual, cuando se niega o tuerce alguna de las enseñanzas esenciales del cristianismo apostólico. Por lo demás, la razón principal por la cual la doctrina de la resurrección de los muertos forma parte de la llamada “sana doctrina” es porque ella misma forma parte del plan perfecto de Dios, sin el cual no podríamos hablar de restauración plena de la humanidad caída. Es lógico pensar que si fuimos creados con un cuerpo físico, que en la restauración de todas las cosas, resucitemos con “un cuerpo semejante al cuerpo de la gloria suya”,xx el del Señor Jesucristo. Todo lo cual forma parte de nuestra gloriosa esperanza.xxi Una esperanza que resulta para bien de nuestra “salud” con proyección eterna.xxii
Es bueno no perder de vista que lo que dio origen a esta serie de exposiciones sobre “la sana doctrina” fue, por una parte el que el apóstol Pablo usara ese calificativo como uno más, entre otros que ya mencionamos en alguna publicación anterior y que, dichos calificativos cobran su mayor valor al identificarlos con “la palabra de Dios”.xxiii Ese sería un motivo suficiente para tratar de estudiar a qué se refería el apóstol Pablo con aquellas definiciones. Pero por otra parte, era –y es- el menosprecio con el cual, desde ciertos círculos “protestantes” se habla y escribe sobre la “sana doctrina”, como si no existiera tal cosa o como si los que echamos mano de esa terminología fuésemos unos ignorantes. A veces dicho desprecio va acompañado del calificativo de “sectas fundamentalistas”xxiv descalificando así a los que de esa forma pensamos. Al parecer, para ellos “no hay que creer en doctrinas, sino en una persona: Jesucristo”. También nos acusan de “creer en un libro, y no en Jesús”. Pero si vamos a creer en esa persona –Jesús- se hace necesario creer quién era esa persona y lo relacionado con su nacimiento, obras, muerte, resurrección, exaltación a los cielos, etc. El Credo de los Apóstoles se compuso, precisamente, para definir lo que se creía acerca de la persona de Jesucristo, y que no hubiera equívocos en cuanto a la confesión de fe del cristiano. No identificarse con el Credo Apostólico y así confesarlo, hubiera sido caer bajo el calificativo de “ser de otro espíritu”.xxv Y eso sería mucho peor que el ser “fundamentalista”.
Por eso, es bueno que los que tenemos la responsabilidad de enseñar y guiar a otros con la Palabra de Dios -valga decir, con “la sana doctrina”- tenemos la responsabilidad, primero, de conocerla bien; y en segundo lugar, poner a un lado aquello que, pretendiendo ser verdad, sobrepasa, tuerce o niega el testimonio apostólico. Y eso, venga de donde venga.
iNOTAS:
1Ti.6.13-16; Tito 2.13.
ii Apc.21.
iii Co.1.27; 3.4.
iv 2ªP.3.8.
v 2P.3.1-2,9.
vi Ro.14.8;
vii Ef.2.4-6; Col.3.1-4.
viii Ro.8.38-39.
ix 2ªCo.5.6-8; Flp.1.21-23
x S.Mt.25.31-46; 13.40-43; J.5.22,27-29.
xi Doctrina que enseña que al final, y dado que Dios es amor, perdonará a todos concediéndoles la salvación.
xii Hb.2.1-4; 10.26-31.
xiii Mt.23.33; Lc.13.1-5.
xiv Mt.23.33; Lc.13.1-5; Hch.10.42-43; 17.30-34; 24.24-26.
xv Ro.2.1-16.
xvi 1Co.15.13-20.
xvii Mt.16.21; 20.19: J.10.17-18.
xviii 2Ti1.10.
xix 2Ti.2.16-18.
xx Flp.3.20-21.
xxi 1ªTes.4.13-17; 1ªCo.15.20-23, 51-54.
xxii 1Ti.1.16; Tito, 1.2; 3.7.
xxiii Como ya dijimos, la designación “sana doctrina” es del apóstol Pablo y la usó en las llamadas Epístolas Pastorales. También usaba otros términos sinónimos, como: “sanas palabras del Señor Jesucristo” o: “sanas palabras” (1ªT.1.10; 2ª T.4.3; Tito 2.1; 1ªTi.1.13; 6.3); “glorioso evangelio” (1ªTi.1.11); “misterio de la fe” (1ª Ti.3.9); “palabra de verdad” (2ªTi.2.15); “buena doctrina” (1ªTi.4.6); “la verdad” (1ªTi. 4.3; 2ªTi.2.18-25; 3.7-8; 4.4; Tito 1.14); “palabras de la fe…” (1ªTi.4.6); “el buen depósito” (2ªTi.1.14); “la Palabra de Dios…”; “su palabra” o: “la palabra” (2ªTi.2.9; 4.2; Tito 1.3; 2.5)
xxiv Que las hay, no cabe la menor duda. Pero no será porque crean las doctrinas esenciales del cristianismo, sino por otras razones relacionadas con una actitud poco cristiana, a la hora de presentar y/o defender dichas doctrinas o algunos aspectos relacionados con ellas.
xxv 1J.4.1-3.
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