Una aventura eterna

Cuando escuchamos lo que ocurrió en la vida de Nicko McBrain, Batería de Iron Maiden, sin duda tenemos que reflexionar sobre lo que el Espíritu de Dios puede hacer en cada uno de nosotros:  “Aunque mi mujer era creyente, nunca le prestaba demasiada atención a las cosas de Dios. Un día fui a la iglesia con ella, y le pedí a Dios que entrara en mi vida. Cuando estábamos cantando con todos, comencé a llorar por la pasión que Dios había puesto en mí desde ese momento. Hablar con Dios es lo más importante en mi vida”.

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Esa vida extraordinaria, que tiene que ver con ser nosotros mismos, es lo que plasma en su composición Diseño original, Kike Pavón cuando dice: “En mí pensaste antes de nacer” y cuando canta en el estribillo el deseo de “Regresar a mi diseño original (…) Con mi manera de vivir, así te quiero yo servir”. 

La Biblia dice que cuando le pedimos a Dios que llene nuestra vida, su Espíritu nos transforma por completo. Pasamos de vivir de una manera rutinaria, sin sentido, oscura y llena de desencanto, a disfrutar de lo eterno y de la belleza que permanece para siempre. El mismo Señor Jesús dijo que eso era como “nacer de nuevo”, porque nos instalamos en la Vida con mayúsculas y nuestro hogar trasciende mucho más allá de lo que nuestro cuerpo puede comprender. Tanto que el fruto de esa vida nueva comienza a verse dentro cada uno de nosotros, casi sin que nos demos cuenta, porque la Biblia nos enseña que es el mismo Espíritu de Dios el que nos llena.

Los límites temporales y espaciales comienzan a desaparecer, esperando el momento en el que todo nuestro ser (¡nuestro cuerpo incluido!) sea transformado para disfrutar de un hogar permanente y eterno. Mientras ese día llega, Dios sigue trabajando dentro de cada uno de nosotros para que nos parezcamos cada vez más al diseño que Él había trazado en nuestro interior, porque todos somos únicos ¡una obra maestra suya! El Espíritu de Dios trabaja en nuestra vida y va moldeando la imagen del Señor Jesús. Vivimos mostrando sus cualidades, pero con nuestro propio carácter. Nos hace ser quienes somos realmente, pero con unas características muy determinadas: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio…” (Gálatas 5:22-23). 

Cada una de estas cualidades nos enseñan a disfrutar de una vida abundante y eterna. Una y otra vez, el Espíritu de Dios nos llena para que nos parezcamos más al Señor Jesús honrando a nuestro Padre Celestial ¡El Dios Trino se compromete con nosotros al completo! Para decirlo de una manera que podamos comprender, seguimos siendo nosotros mismos (de hecho somos más “nosotros mismos” que nunca antes), pero al mismo tiempo tenemos dentro de nuestro ser el Espíritu de nuestro Padre. Comenzamos a sentir como Él se siente y aprendemos a vivir como Él vive.

¡Comienza una aventura que no terminará jamás!