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Sobre la sana doctrina (IV)

El valor de la resurrección de Jesús es tal que sin ella, nuestra fe en todo lo demás no tendría sentido alguno.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 24 DE JUNIO DE 2022 12:02 h
Imagen de [link]John Canada[/link] en Unsplash.

Como venimos apuntando en anteriores exposiciones, el Credo Apostólico recogió lo que eran las doctrinas fundamentales de la Iglesia Primitiva. Pero, también decíamos desde el principio que dichas doctrinas aparecen en lo que se conocen como “Epístolas Pastorales”. Y es de eso precisamente de lo que se trata, ya que fue el apóstol Pablo el que acuñó el calificativo -entre otros- de “sana doctrina”, al conjunto de enseñanzas fundamentales de la fe que predicaban los apóstoles del Señor. Y como alguien dijo: “La doctrina es sana porque sana; de otra forma no merece el calificativo de “sana-doctrina”



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Entonces, habiendo expuesto en el anterior artículo el valor de la muerte de Jesús a efectos de salvación, sería lógico que hablásemos de la resurrección de Jesucristo, ya que fue y es parte fundamental de lo que el apóstol de los gentiles llamaba "sana doctrina". Aquella que, en su conjunto, según el escritor del Nuevo Testamento, Judas, denominó "la fe que una vez fue dada a los santos".i Y la resurrección de Jesús de los muertos, forma parte fundamental de esa “fe”. Entonces, el valor de la resurrección de Jesús es tal que sin ella, nuestra fe en todo lo demás no tendría sentido alguno, como después enfatizaremos.



 



¿Resucitó Jesús de los muertos, en verdad?



Esa es la pregunta que hemos de contestar antes de abordar cualquier aspecto relacionado con la resurrección de Jesús: ¿Resucitó Jesús de los muertos?



En primer lugar a esa pregunta contestamos con el testimonio que nos ofrece el Nuevo Testamento. No tenemos otra fuente de información; y ella es fiable. Al respecto, tenemos el testimonio de los Evangelios y Hechos de los Apóstoles, en los cuales se afirma la resurrección de Jesús y que fueron hombres y mujeres los testigos que le vieron vivo, después de haberle visto morir en la cruz y ser sepultado.ii Luego, además de los testigos que aparecen en el relato de los evangelios, el apóstol Pablo se hace eco de ese mismo testimonio y añade además, algunos testimonios más, a los cuales les apareció Jesús.iii Dicho testimonio tan generalizado no debería desestimarse sin más.



En segundo lugar, hay que tener en cuenta que una invención de parte de los discípulos sobre el hecho de la resurrección de Jesús, no hubiera producido el cambio que produjo en ellos. Ellos estaban decepcionados y frustrados por la muerte de Jesús;iv pero también estaban llenos de temor al ver lo que había ocurrido con Jesús y que ellos también estaban en peligro de correr la misma suerte, por parte de las autoridades romanas.v Sin embargo, el haber visto a Jesús resucitado les transformó de unos miedosos cobardes en unos hombres valientes y llenos de gozo que, llegado el momento, no les importó el tener que enfrentarse y soportar la persecución e incluso la muerte.vi



En tercer lugar, en los discípulos se produjo una transformación espiritual que trascendía mucho más allá a la de haberse convertido en hombres valientes. A partir de ser testigos de la resurrección de Jesús -y con la venida del Espíritu Santo- toda la enseñanza y la obra de Jesús cobró sentido, de tal manera que todo cuanto Jesús les había enseñado y anunciado anteriormente, comenzó a realizarse en ellos de manera tan evidente como convincente para aquellos que oyeron y los que, posteriormente, también les leemos. En relación con esto, llama poderosamente la atención el hecho de la transformación de un fariseo, “celoso de las tradiciones” de sus ancestros, como era reconocido el llamado Saulo de Tarso. Éste se había convertido en el peligro público número uno de los cristianos, persiguiéndolos con odio y saña allí donde ellos estuvieran. Sin embargo, fue a partir de pasar por la experiencia de su encuentro con Jesús resucitado que fue transformado hasta lo más íntimo de su ser, convirtiéndose así, no solo en un discípulo sino en un apóstol del Señor.vii Este testimonio del apóstol Pablo, antes “Saulo de Tarso”, sería suficientemente poderoso para convencer a cualquiera de la resurrección de Jesús. Bien dijo el apóstol que toda esa experiencia que tuvo y el llamado a ser apóstol de Jesucristo fue con un propósito en la voluntad de aquel que le llamó:



Pero para esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna” viii



Todo cuanto aconteció en la persona de Saulo de Tarso, es decir su experiencia de encuentro con Jesús resucitado, su transformación de vida y su llamado y servicio a favor de aquel a quien antes perseguía, así como su muerte por causa de aquel que le llamó al ministerio, fue consistente con el hecho de la experiencia y el poder que ejerció el Señor resucitado en su vida. Ese ejemplo ha sido eficaz hasta el día de hoy en todos cuantos hemos creído en Jesús como nuestro Señor y Salvador a todos los efectos, incluida su muerte redentora y su resurrección de los muertos.



 



El significado de la resurrección de Jesús de los muertos



Pero no es solo el hecho de la resurrección de Jesús, sino su significado. ¿Qué significa el hecho de la resurrección?



En primer lugar, la resurrección de Jesús fue el cumplimiento de las profecías que se hicieron sobre ese mismo hecho, en el A. Testamento. Dios había hablado en el pasado, “muchas veces y de muchas maneras…” y una de las cosas que anticipó era relativa a la muerte y la resurrección de Jesús. Era lógico, entonces, que lo anunciado previamente por los profetas se cumpliera, llegado el tiempo. ix



En segundo lugar, con la resurrección de Jesús, Dios reivindicó a su Hijo Jesús. Esto quiere decir que si bien Jesús fue tratado y crucificado como un malhechor, un vulgar ladrón, sin que su persona y obra tuviera significado alguno para los que le acusaron y crucificaron, Dios el Padre le resucitó de los muertos demostrando que Jesús no era el malhechor como había sido tratado, sino que era “el Santo y el Justo”, declarando así que él era el Hijo de Dios, a quien exaltó hasta lo más alto, proclamándole como “Señor y Cristo=Mesías”.x



En tercer lugar, la resurrección de Jesús posibilitó su exaltación a los cielos, asumiendo el oficio de “Sumo Sacerdote, para siempre...” y como el “solo Mediador entre Dios y los hombres...” para ministrar a favor de su pueblo, ante la misma presencia de Dios “viviendo siempre para interceder por ellos”.xi



En cuarto lugar, la resurrección de Jesús y su exaltación a los cielos también posibilitó el cumplimiento de la promesa de la venida del Espíritu Santo, tal y cómo él lo había prometido en diferentes ocasiones y que, a su vez, hizo posible el cumplimiento del Nuevo Pacto en todos los beneficiarios del mismo, capacitándoles para “la vida nueva” xii



En quinto lugar, con la resurrección de Jesús quedó garantizada nuestra propia resurrección, de tal manera que llegaremos a tener un cuerpo “semejante al cuerpo de la gloria suya”.xiii



En sexto lugar, la resurrección de Jesús nos proporciona, además, una esperanza real, viva, cierta y eterna. De ahí que en varias ocasiones se hable de Cristo como “nuestra esperanza de gloria” sin cuya resurrección dicha esperanza sería solo una ilusión, una quimera. xiv



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El argumento teológico



No podemos negar el hecho de la resurrección de Jesucristo de los muertos, sin atentar contra una de las piedras fundamentales de la fe cristiana. Sin embargo desde el principio, esta verdad se vio atacada por muchos en la Iglesia Primitiva. Al parecer en la Iglesia de Corinto -y no solo allí- había algunos creyentes que negaban el hecho de la resurrección de Jesús. Ellos, influenciados por la filosofía griega negaban el hecho tanto de la resurrección de Cristo como la de cualquier ser humano. Ellos argumentaban que, puesto que la materia era mala ni siquiera Cristo se manifestó en carne. De ahí que tanto el apóstol Pablo como el apóstol Juan escribieran en contra de dicha influencia externa en las Iglesias. xv



Pero el apóstol Pablo sale al paso, y después de argumentar sobre la base de la Escritura, del testimonio de todos aquellos hombres y mujeres que vieron a Jesús resucitado, y aún de su propia experienciaxvi pasa a ofrecer su argumento teológico:





  1. Si Cristo no resucitó vana es, entonces, la predicación del Evangelio: La de los apóstoles, y la de todo predicador a lo largo de la historia, incluida también la nuestra; pero vana es también la fe que generó –y genera- dicha predicación en los oyentes. xvii




  2. Si Cristo no resucitó, todos cuantos se presentaron como testigos de la resurrección de Cristo eran falsos, incluido el apóstol Pablo. xviii




  3. Si Cristo no resucitó, todo cuanto Pablo y los demás apóstoles enseñaron acerca del perdón de los pecados era falso. Entonces, no había ni hay respuesta para nuestros pecados y nuestra salvación, ni la de aquellos que creyeron antes que nosotros y murieron. xix




  4. Si Cristo no resucitó de los muertos y nosotros creemos que sí, entonces nuestra esperanza es falsa y “somos los más dignos de lástima de todos los hombres”, porque estamos creyendo algo que es falso. xx





Sin embargo, en ese capítulo tantas veces citado, el apóstol Pablo prosigue su argumento sobre la resurrección de Cristo, afirmándola y estableciendo el orden escatológico en el cual se producirán y sucederán los hechos futuros, con los cuales culminará el plan salvífico divino. En ese “plan divino” tiene sentido nuestra vida, ya que se basa en los grandes hechos de la Revelación divina de la persona, muerte y resurrección de Jesucristo. De ahí que el apóstol Pablo recuerde a los destinatarios de su carta sobre la necesidad de “estar firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo (el saber es muy importante en relación con la fe cristiana) que vuestro –nuestro- trabajo en el Señor o es en vano”.xxi



 



Notas



i Judas 3,17.



ii Mt.28.1-10; Mr.16.1-13; Lc.24; J.20.



iii 1Co.15.1-9, y también, Hch. 1.1-3.



iv Lc.24.1-33.



v J.20.19.



vi Hch.4.19; 5.40; 12.1-5.



vii Hch.9.1-17; 26.12-28; 1Co.15.8-10; Gál.1.13-17; 1ªTi.1.12-14.



viii 1Ti.1.16; -Los énfasis, son míos-



ix Hb.1.1-2; Sal.16.9 con Hch.2.24-32; Is.53.10-11.



x Is.53.12; Hch.3.14; Ro.1.4; Hch.2.32-36; Heb.1.3,13.



xi Hb.4.14-15; 7.24-26,28; Ro.8.34; 1ªP.3.21-22; 1ªTi.2.5-6.



xii J.7.38; 16.7,13; Hch.1.4-5; 2.32-33; Ro.6.4



xiii J.14.19; Ro.8.11¸1ªCo.15.20-22; Filp.3.20-21.



xiv 1ªP.1.3-4; Col.1.27; Tito, 2.13.



xv Hch.17.31-33. Notemos en este texto que, cuando el apóstol Pablo habló de la resurrección de Jesús, ante un auditorio compuesto por filósofos de distintas escuelas, le cortaron de forma despectiva y le despacharon. Más adelante surgieron los llamados “docetas” que, con el mismo convencimiento, negaban que el Cristo se hubiera manifestado en carne. El apóstol Juan les denuncia con aquella declaración que hace referencia a la encarnación de Cristo: “Todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; este es el espíritu del anticristo...” (1ªJ.4.1-3) Y aun el mismo Evangelio de Juan, con su referencia al “Verbo –que- era Dios” y que “se hizo carne” es una declaración en contra de esa falsa doctrina atribuida a los llamados “docetas” (J.1.1,14,18).



xvi 1ªCo.15.1-9.



xvii 1Co.15.14.



xviii 1ªCo.1515.



xix 1ªCo.15.17.



xx 1Co.15.19.



xxi 1ªCo.15.58.


 

 


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COMENTARIOS

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Angel
19/07/2022
12:55 h
3
 
Los Padres de la Iglesia, en el decir de Calvino, dijeron cosas buenas, pero también dijeron cosas que no lo eran tanto. Así que no son la regla absoluta para el pueblo de Dios. Ellos miraron a la doctrina de los Apóstoles; así nosotros hemos de hacer lo mismo. Y esa doctrina está recogida en el N. Testamento. (A. Bea)
 

Angel
19/07/2022
12:53 h
2
 
Los Padres de la Iglesia, en el decir de Calvino, dijeron cosas muy buenas, pero también dijeron cosas que no lo eran tanto. Ellos, por tanto, no son norma ni regla absoluta para el pueblo de Dios; aunque podemos aprender mucho de ellos.
 

Alfredo
25/06/2022
22:35 h
1
 
Los padres de la Iglesia primitiva comparaban la encarnación del Hijo de Dios con la Eucaristía: "Este es mi cuerpo". Cuestión de fe.
 



 
 
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