Los beneficios que se derivan de aceptar al Señor Jesucristo a través de su evangelio, son sanadores a todos los efectos.
Como veníamos diciendo, lo que el Apóstol Pablo llamó “sana doctrina” es el conjunto de doctrinas principales que fueron recogidas en el antiguo Credo Apostólico y que, todas ellas aparecen en el contexto de lo que se conocen como “Cartas Pastorales”. Así que siguiendo con el tema de “la sana doctrina”, en la pasada exposición hablamos de la existencia de Dios y la encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, como doctrinas principales de la revelación divina. Pero la encarnación del Hijo de Dios tuvo lugar para que Dios pudiera llevar a cabo su obra redentora a través de la muerte de su Hijo Jesucristo y sin la cual no hay salvación posible, según está establecido en las Escrituras.i De otra forma la encarnación del Hijo de Dios no hubiera tenido ningún sentido.
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Así que aunque en el antiguo Credo Apostólico se recogía la verdad (doctrina) respecto de Jesús, nacido de María por el poder del Espíritu Santo, luego seguía así:
“padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos...”
Lógicamente el Credo Apostólico solo recoge los grandes hechos de la revelación de Dios, pero no los desarrolla. Esto es algo que se hizo antes en las epístolas de los Apóstoles y se enseñaba en la Iglesia primitiva. Pero notemos cómo el Apóstol Pablo, dirigiéndose a su amado colaborador, Timoteo, hace referencia a lo recogido por el Credo Apostólico sobre el testimonio que Jesús “dio... de la buena profesión delante de Poncio Pilato”.ii Luego, el significado de dicho testimonio y el carácter redentor de la muerte de Jesús por crucifixión, lo encontramos en ese mismo contexto de las Epístolas Pastorales. Pablo escribió de Jesucristo, que si bien “hay un solo Dios”, también añadió que “hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. Y añadió: “el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”.iii Evidentemente, Pablo tiene en mente la muerte de Jesús, pero también tiene la idea de que su muerte se produjo no solo como una acción perversa de los hombres, sino por voluntad propia: “Se dio a sí mismo en rescate por todos”. Hecho que está en consonancia con lo dicho por Jesús y recogido en el evangelio de Juan:
“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar.” iv
Pero luego, hablando de la muerte del Señor Jesús, el apóstol Pablo añadirá algo más. La muerte de Cristo no solo tiene efectos liberadores por su carácter redentor, también tiene efectos purificadores por su carácter expiatorio. De ahí que añadiera:
“Quien se dio (Jesús) a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.v
Esa doble referencia a la muerte de Jesús la vamos a encontrar en otras partes de las epístolas.vi Sin embargo al igual que la encarnación, la doctrina de la muerte redentora de Jesús, también es negada hoy día por muchos teólogos que, por el hecho de ser expertos reconocidos en el campo de la teología y en otras disciplinas, tienen una gran influencia, y muchos llamados creyentes aceptan sus postulados.vii
En relación con este tema -como con otros de los que llamamos fundamentales del cristianismo- dichos teólogos argumentan que los escritores del Nuevo Testamento, tenían un trasfondo teológico judío y, por lo tanto, interpretaron la muerte de Jesús desde esa perspectiva teológica. Ellos estaban acostumbrados a creer en y practicar los sacrificios de animales como ofrendas propiciatorias y expiatorias, para obtener el favor de Dios en términos de perdón, limpieza por los pecados, justificación, reconciliación con Dios y paz, etc. De esa manera, no les fue difícil –dicen los teólogos aludidos- interpretar la muerte de Jesucristo en la cruz como un sacrificio vicario, donde él sería la ofrenda por el pecado, es decir, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”viii y por medio del cual obtener la Salvación, con todo cuanto eso significa:
a) Desde el punto de vista redentor, él nos libertaría del pecado, de las fuerzas satánicas del mal y del poder del mundo que, en mucho, son origen e influyen tanto en el comportamiento humano.
b) Desde el punto de vista propiciatorio, Jesús conseguiría apartar “la ira de Dios” de nosotros los pecadores, para que pudiéramos obtener su favor y ser así reconciliados con Dios.
c) Desde el punto de vista expiatorio, Dios nos limpiaría de nuestros pecados por el derramamiento de su sangre; expresión de su vida entregada y precio pagado por los pecados.ix
d) Luego, desde el punto de vista de la justicia de Dios que demandaba ser satisfecha, una vez cumplida por Cristo por su perfecta obediencia al Padre y por su “ofrenda perfecta” entregada en sacrificio por el pecado, los pecadores seríamos justificados delante de Dios. Entonces, Dios declara justo al pecador, no por méritos que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia y en base a los méritos de Jesús el Salvador.x
Entonces, no debe extrañarnos que al tratar sobre estas grandes doctrinas, el apóstol Pablo las calificara como un todo, como “la sana doctrina”. La razón es obvia: los beneficios que se derivan de aceptar al Señor Jesucristo a través de su evangelio, son sanadores a todos los efectos, en vista de que nos liberta del poder del pecado, sana las heridas habidas en nuestro interior “cambiando nuestro lamento en baile” y cubriéndonos con el “manto de alegría en lugar del espíritu angustiado”.xi También nos capacita para amar a Dios y al prójimo, así como para recibir y extender el perdón, habiendo quitado el peso de la culpa por nuestros pecados, y habiéndonos puesto en una debida relación con Dios el Padre, con el cual hemos sido reconciliados por Cristo. Y a mayor bendición que acompaña a su obra bendita, Dios nos adopta como hijos suyos, “por pura gracia”. ¡Gran regalo es ese!xii
Es por esa y otras muchas razones, que esa gran obra divina es una de sanidad que comenzó con nuestra conversión y culminará cuando, finalmente, estemos con él. Entonces habremos recibido un cuerpo nuevo “semejante al cuerpo de la gloria suya”xiii y nuestra sanidad será completa, habiéndose cumplido de forma absoluta las palabras del profeta Isaías, tocante a la obra redentora y expiatoria del Mesías que nos traería sanidad para su pueblo:
“Mas él herido fue por nuestra rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” xiv
Pero hay teólogos que no creen que eso fuese así realmente, como hemos dicho. Para ellos la muerte de Jesucristo no revistió ningún carácter teológico, como el descrito por los autores bíblicos, sino que no pasó más allá de ser ejemplar; es decir un ejemplo de vida y un ejemplo también por su muerte, puesto que al Señor le ajusticiaron –dicen ellos- por vivir una vida justa, de servicio a los demás y por denunciar a los poderosos y sus injusticias. Y si algo tenemos que aprender de Jesús –dicen ellos- es a vivir como él vivió imitando su ejemplo, pero nada más. Para ellos, toda esa concepción teológica judía de la vida y la muerte redentora, propiciatoria y expiatoria del Señor Jesucristo debe ser rechazada de plano, porque está condicionada por el propio contexto cultural y religioso de los primeros seguidores de Jesucristo.
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Sin embargo, aceptar que la obra de Jesucristo en la cruz fue ejemplar y no redentora implicaría mucho más de lo que a primera vista pareciera.
En primer lugar, estaríamos rechazando la revelación de Dios respecto de la encarnación del Hijo de Dios y su obra redentora.xv Eso implicaría una actitud de soberbia, ya que estaríamos cambiando totalmente el mensaje de salvación desde sus raíces en el Antiguo Testamento, testificado por el mismo Espíritu Santo, vez tras vez respecto de toda la tipología establecida en el antiguo Israel que apuntaba al Mesías que había de venir.xvi Testimonio que fue avalado por el mismo Señor Jesús en numerosas ocasiones.xvii
En segundo lugar, al negar el carácter redentor de la muerte de Jesús estaríamos quitando al evangelio su elemento de “locura” y “piedra de tropiezo” para el ser humano, que está convencido de que puede alcanzar la verdadera sabiduría y el favor de Dios a través de sus propios recursos humanos, sean intelectuales o de cualquier otro tipo. Pero nada de eso es cierto, porque el Cristo que fue “crucificado en debilidad” sigue siendo “locura” y “piedra de tropiezo” a los que se pierden, pero “para los llamados, así judíos como griegos, Cristo –es- poder de Dios y sabiduría de Dios.”xviii
Dicho de otra manera, desde el plano humano los hombres tratan de alcanzar el verdadero conocimiento que dé respuesta a sus preguntas; y se aplicarán a ello con todas sus fuerzas y recursos. Así ha sido siempre. Sin embargo, hoy como ayer, siguen siendo ciertas y deben sonar con toda su fuerza las palabras de nuestro Señor Jesucristo:
“Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos y la revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” xix
En esta línea, el apóstol Pablo que había pasado por la experiencia de conocer al Cristo resucitado, opone la inteligencia y la sabiduría de este mundo como pretensión para conocerle a él y sus propósitos, al mensaje del evangelio revelado en Jesucristo. Y la conclusión del testimonio bíblico es que a través de las “investigaciones” humanas no se podrá llegar al conocimiento de Dios ni sus propósitos de salvación. No será al modo humano, sino al modo divino. Y ese medio y modo es la persona y la obra de Jesucristo llevada a cabo en la cruz del Calvario. Esa es la revelación de Dios para el ser humano caído. Entonces, frente a aquellas pretensiones humanas, Dios afirmó a través del inspirado Apóstol Pablo: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu.”xx
Sin embargo un hombre crucificado, no parece un mensaje convincente de salvación; más bien es motivo para burla, de mover la cabeza en señal de desaprobación y sentir lástima por ese “mesías.”xxi Sin embargo, “ese Mesías” que “fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios” (...) “mediante la resurrección de entre los muertos”.xxii Resurrección que, entre otros propósitos vindicaría el carácter redentor y expiatorio de su muerte.
Así que a los apóstoles y cristianos en general no les importó el “ser considerados como espectáculo al mundo”, “como la escoria del mundo”xxiii por seguir a un hombre que fue crucificado y del cual decían que era el Hijo de Dios encarnado, que murió y resucitó para la salvación de la Humanidad. Tampoco les importó el que por tal razón los intelectuales de aquel tiempo (hoy también los tenemos) se burlaran de ellos y de su mensaje. Entonces al igual que hoy les acusaron de estar locos y de suicidarse intelectualmente creyendo esas cosas que hoy día se califican por los “expertos” como mitos, desde el punto de vista intelectual y “teológico” y mirándonos desde su “altura” intelectual como “esos pobrecitos”. Así que a aquellos primeros apóstoles y seguidores les tenían por unos “charlatanes” y fanáticos.xxiv
Sin embargo no se trata de que nos suicidemos intelectualmente, de lo cual se nos acusa, por creer en el carácter redentor de la muerte de Jesús y en su resurrección de entre los muertos. Se trata más bien de aceptar que, en los propósitos divinos, el Señor Jesucristo es la respuesta de Dios para el ser humano caído. Se trata de hacer un ejercicio de humildad renunciando a la soberbia, y ponernos del lado de Dios, quien, habiendo considerado de antemano que el ser humano no podía llegar hasta él por medio de su propia sabiduría y conocimiento, ofreció a su propio Hijo Jesucristo como la única y absoluta respuesta a tan gran necesidad. Se trata de que, aunque a nosotros nos parezca que el Cristo crucificado es algo absurdo, según el punto de vista de Dios es el acto más sublime de amor y de justicia que se haya hecho jamás, en el universo moral y espiritual de Dios.
Ese contraste entre lo que los hombres sabios piensan del Cristo crucificado, según el testimonio del apóstol Pablo es la respuesta divina a la necesidad del ser humano, aunque a éste le parezca “insensato” o “débil” e incluso le parezca una “locura” aceptarlo como válido:
“Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres… y a lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y a lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” xxv
En tercer lugar y para concluir, si el Señor Jesucristo vivió y murió solo como un ejemplo, nosotros mismos quedamos a merced de nuestras propias fuerzas y recursos para “imitarle”, si es que eso fuera posible. Pero si la sana doctrina lo es, es porque está vinculada a ese carácter redentor y expiatorio, en virtud de lo cual recibimos lo que Dios nos ha prometido, sanándonos de forma integral y dándonos su Espíritu Santo para poder vivir la vida a la cual hemos sido llamados. Y si alguien nos dice que “el testimonio apostólico no corresponde con el testimonio que Jesucristo dio de sí mismo”, entonces le decimos que, en tal caso, ningún testimonio acerca de Jesús es válido. Por tanto, que no nos vengan diciendo aquello de: “Nosotros nos guiamos solo por lo que dijo Jesús”. Porque lo que dijo Jesús es, en definitiva, un testimonio, no de él mismo sino de los testigos suyos; los apóstoles que él escogió para que diesen dicho testimonio, tanto de palabra como por escrito.
Después de todo lo dicho, no debería extrañarnos que, tanto el apóstol Pablo como los demás apóstoles dieran tanta importancia a la doctrina recibida de parte del Señor y que cristalizó en lo que Lucas llamó “la doctrina de los apóstoles”;xxvi según Pablo “la sana doctrina”; y/o como diría Judas: “La fe que ha sido una vez dada los santos.”xxvii Bendita fe.
Notas
i 1ªTi.1.15; 2.5-6
ii 2ªTi.6.13.
iii 1Ti.2.5-6.
iv (J.10.17.18).
v (Tito 2.14)
vi Ver, Ro.3.24-25; Ef.1.7; Col. 1.13-14; 1ªP.1.2, 18-20; Apc.1.5; 5.9
vii Afortunadamente, no todos los expertos llegan a las mismas conclusiones que ellos.
viii J.1.29,36; Ap.5.8-10
ix Ro.3.21-26; 1ªP.1.18-19; 1ªJ.4.10.
x He.10.10-14; Ro. 3.23-25; 5.1-2; Tito 3.4-5; 1ªP. 3.18; 2ªCo.5.21.
xi Sal.30.11; Is.61-3; Lc.4.18-19.
xii Ef.1.5; Gál. 3.26; 4.6.
xiii (Filp.3.21)
xiv (Is.53.3-12)
xv Si es que creemos que lo que dice la misma Biblia sobre los hechos relativos a la persona y obra de Jesús son revelación de Dios. De otra forma, da igual lo que digamos y lo que creamos.
xvi Hb. 3.7; 9.1-11;10.15
xvii Lc.24.25-27, 44-46; Mc.10.45.
xviii (1ªCo.1.18-30)
xix (Mt.11.25-27)
xx (1ªCo.2.9-10)
xxi (Mt.27.39-41)
xxii 2ªCo.13.4; Ro.1.4.
xxiii 1ªCo.4.9-13.
xxiv Hch. 17.18, 32.
xxv 1ªCo.1.18, 25-29; 2.14-15.
xxvi (Hech.2.42)
xxvii (Judas 3,17).
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