La conflagración en Ucrania nos hace retroceder a nuestro pasado más oscuro y violento.
“Señor, la guerra es mala y bárbara; la guerra,
odiada por la madres, las almas entigrece;
mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?
¿quién segará la tierra que junio amarillece?
…
Es bárbara la guerra y torpe y regresiva;
¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha
que siega el alma y esta locura acometiva?
¿Por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha?
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Estos versos de nuestro gran poeta nacional, Antonio Machado, fueron escritos en Baeza, al comienzo de la Primera Guerra Mundial, concretamente el 10 de noviembre de 1914. Quedamos pasmados por su brutal pertinencia para la guerra que se ha desencadenado ahora, en pleno siglo XXI, contra Ucrania.
Irónicamente, aquella Primera Gran Guerra, telón de fondo de los versos machadianos, fue una contienda que se emprendió con la quimérica propaganda de que pondría fin a todas las guerras. Después de su finalización, con millones de bajas, vino la Guerra Civil Española, y la Segunda Guerra Mundial. Y, desde entonces, incontables conflictos en todas partes hasta llegar a la guerra en Ucrania, nuevamente en suelo europeo.
Estos agudos versos resumen bien los males de las guerras en un lamento que Machado dirige al Señor. Me impresiona vivamente, en primer lugar, la referencia a las madres: “ la guerra … odiada por la madres”. Sí, no hay sufrimiento como el de las madres que pierden a sus hijos. En este caso, el de las madres de tantos y tantos soldados que reciben los cuerpos muertos de sus hijos caídos en combates, si es que los reciben. Me recuerda a aquella madre, Eva, que perdió a su hijo, Abel, a manos de su hermano Caín: “Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín”, Génesis 4.25. Y es que incluso la alegría por el nacimiento de Set no puede borrar en Eva, la memoria de Abel y su trágica muerte a manos de su propio hermano.
Esta guerra en Ucrania, tan fratricida, nos hace tener presente el crimen de Abel a manos de Caín; porque rusos y ucranianos tienen tanto en común, juntos, por ejemplo, lucharon contra el agresor nazi, y, ahora, sin embargo, se despedazan entre ellos. Pero, en realidad, toda guerra es de un carácter fratricida, pues todos procedemos de un mismo y común tronco, según dijo el apóstol Pablo en el Areópago de Atenas: “Y de una sangre ha hecho (Dios) todo el linaje de los hombres” Hechos 17.26. La guerra tiene, además, otras nefastas consecuencias, entre ellas, la hambruna. Como lo expresa la impactante figura de los jinetes del Apocalipsis: “Miré, ¡y apareció un caballo amarillento! El jinete se llamaba Muerte, y el Infierno lo seguía de cerca. Y se les otorgó poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada, el hambre, las epidemias y las fieras de la tierra”, Apocalipsis 6.8. Ahora que uno de los graneros del mundo, Ucrania, no puede producir como antes y, sobre todo, no puede exportar tan fácilmente, el hambre, se cierne como sombría amenaza sobre los más vulnerables de la tierra. Así se lamenta Machado: “mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra? ¿quién segará la tierra que junio amarillece?”.
“Es bárbara la guerra y torpe y regresiva” continua Machado. Efectivamente, la conflagración en Ucrania nos hace retroceder a nuestro pasado más oscuro y violento, a los primeros días de la vida al este del Edén: a la primera contienda humana, la vil muerte de Abel, a manos de Caín. Así también nuestro poeta se pregunta: “¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha/que siega el alma y esta locura acometiva?” Si, una sangrienta racha, de la que no salimos nunca, esta espiral de violencia y guerras sin fin, que caracteriza a la humanidad; que destroza los cuerpos y envenena las almas, y que impulsa a inesperados ataques violentos. Un pasado que es nuestro presente. Y es que la realidad de la guerra es, en las Escrituras, temprana evidencia de la caída del ser humano en el pecado; la más atroz prueba, empírica y desalmada, de lo que significa alejarse de Dios: un fatal e irreparable daño infringido a nuestro prójimo.
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La sangre que destaca Machado: “¿Por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha?”, es el aspecto que igualmente resalta el texto bíblico de Génesis: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”, Génesis 4.9-11. Dios toma nota de la sangre derramada, y de aquellos que la vierten injustamente; no quedarán impunes.
Caín busca zafarse de Dios como si no fuera responsable de su hermano, pero lo es. Incluso Caín tiene conciencia ya que, incluso él, lleva la imagen de Dios. Su evasiva excusa así lo muestra. La guerra manifiesta, muy a las claras, la existencia de una conciencia delante de Dios. Michael Walzer, posiblemente el mayor experto actual sobre el fenómeno de la guerra, afirma en su ya clásico y fascinante Guerras justas e injustas que: “La verdad es que, una de las cosas que más queremos, aún en tiempos de guerra, es actuar, o parecer que actuamos moralmente. Y queremos esto, porque, sencillamente, sabemos lo que significa la moralidad … verdaderamente, todos actuamos en un mundo moral”. Incluso el agresor ruso en esta contienda, ha buscado justificar su ataque de muchas maneras, pero, sin éxito. De nuevo, Michael Walzer escribiendo recientemente para Dissent sobre la guerra en Ucrania ha comentado que: “La condena a la misma se ha basado principalmente en una lectura totalmente correcta del Derecho Internacional. La guerra es un ataque no provocado contra un vecino, un estado independiente y soberano. Es claramente ilegal. También es, y esto es más importante, injusto: es un crimen no solo legal, sino también moral. Imagine el crimen de esta manera: la invasión rusa es un acto que obliga a hombres y mujeres pacíficos y comunes a arriesgar sus vidas, a luchar y morir, por su país … Ucrania es de hecho un país; la prueba es la disposición de sus ciudadanos a luchar por ella. Forzarlos a luchar, ese es el crimen de esta guerra”.
La conciencia en las Escrituras apunta siempre a un juicio final en el que Dios mostrará finalmente todos los secretos de todo corazón humano, Romanos 2.14-16. Como dice Leo Morris: “La doctrina del juicio final destaca la responsabilidad del hombre y la seguridad de que la justicia ha de triunfar finalmente … El punto de vista cristiano del juicio significa que la Historia se mueve hacia una meta … El juicio significa que al final la voluntad de Dios se hará en forma perfecta”.
Pero la sangre de Abel, ferozmente derramada por su hermano Caín, nos lleva a considerar a Otro cuya sangre fue también violentamente vertida. Según el autor de la epístola a los Hebreos este es: “Jesús, el Mediador del nuevo pacto”, cuya “sangre rociada habla mejor que la de Abel”, Hebreos 12.24. Mientras que la sangre de Abel clamaba por justicia y retribución, la inocente vida de Cristo fue segada para que esa su sangre interceda a nuestro favor, con el fin de traernos perdón y vida eterna por la fe en El. Y esto porque al morir Cristo, asentó a la muerte su sentencia de muerte. Como pecadores culpables, podemos acogernos ahora a la sangre derramada en la cruz por el Príncipe de paz, Isaías 9.6. ¿Hablará a tu favor la sangre de Cristo? Acude a El con fe, y serás salvo. Pero su sangre derramada tiene, igualmente, una dimensión social y universal. Es precisamente por su obra de salvación que el Señor Jesús, finalmente, pondrá fin a todas las guerras para instaurar un mundo en paz. Así lo anticipó el profeta evangélico: “ y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”, Isaías 2.4. Este es el futuro glorioso y pacífico que anhelamos y que sin duda traerá el Señor Jesús.
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