No soy perfecta

- Quisiera ver una puesta de sol… Dame el gusto, ordena que se ponga el sol.

- Si ordeno a un general que vuele de flor en flor como una mariposa, o que escriba una tragedia, o que se transforme en ave marina, y si el general no ejecuta la orden recibida, ¿quién , él o yo , estaría en falta?

- Vos – dijo firmemente el principito.

- Exacto, hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer – replicó el rey…

(El principito, Antoine De Saint- Exupéry)

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Este texto me abrazó hace unos días llevándome a reflexionar sobre la necesidad de modificar ciertas estructuras de pensamientos que me hacen ser demasiado crítica. Necesidad de dar la vuelta a esa enrevesada manera de interpretar la perfección que me vuelve exigente conmigo misma y por efecto rebote, también con los demás.

Cuando me confronto con la latente realidad de un mundo en continuo cambio, descubro la gran necesidad que tengo de proyectar mis pasos hacia un punto concreto. No soy perfecta, por lo tanto, lo que me circunda tampoco lo es. No puedo ni debo reclamar a los demás aquello que yo soy incapaz de hacer o dar.

El equilibrio nos hace ser ecuánimes, sensatos a la hora de pedir.

Resulta incoherente exigir la realización de ciertas labores mientras permanecemos en un estado de comodidad con respecto a la atención que debemos tener hacia el prójimo.

Abandonemos las reivindicaciones y mostrémonos un poco más dadivosos, más abiertos, menos sabios en nuestra propia opinión y más francos a la hora de oír la opinión de otros. En la medida en la que deseemos ser imitadores de Cristo, nos mostramos comprensivos ofreciendo más de lo que demandamos. Al acercarnos a la persona de Jesús vemos claramente nuestra necesidad de buscarnos en Él; único y perfecto, soberano y fiel. Él es quien nos confronta, nos pone en el lugar idóneo para que podamos observarnos sin filtros y ver la realidad de lo que somos.

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Vivir tan retocados, tan esclavizados al photoshop, hace que tengamos cierto temor a vernos desnudos, sin artificios ni máscaras, totalmente desmaquillados. Cuando nos encontramos frente a Dios, desprovistos de atuendos tras los que escondernos, Él separa lo superfluo y se centra en aquello que merece la pena. Oye nuestro corazón y nos insta a permanecer atentos a ese rítmico sonido en el que de forma casi inaudible expresamos un canto de alabanza hacia aquel que insufla aire en nuestro ser para que ese órgano siga latiendo con fuerza.