Equidad es uno de esos conceptos que, si se tuerce, provoca la parcialidad y el favoritismo, por un lado, pero por otro la ambigüedad y el error.
Las palabras se pueden agrupar según sea la raíz gramatical de donde provengan, lo que ayuda a comprender su significado. Por ejemplo, en la lengua latina hay vocablos procedentes de un mismo tronco, lo cual los convierte en parientes estrechos entre sí, como equidad y equiparar, lo que resultaría en que hay una equidad que es igualitaria. Pero hay otros vocablos que también vienen del mismo tronco y, sin embargo, su significado es muy distinto, como equívoco, lo cual significaría que hay una equidad que es confusa.
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Equidad es uno de esos conceptos que, si se tuerce, provoca la parcialidad y el favoritismo, por un lado, pero por otro la ambigüedad y el error. Vivimos en el tiempo en el que asistimos a la hegemonía de una mentalidad que nada tiene que ver con la verdadera equidad, porque los planteamientos sobre las que está basada tal mentalidad son el recorte y el ensanchamiento del concepto de equidad. Se recorta cuando se quiere que se amolde a lo instituido y se ensancha cuando se desea que concuerde con lo establecido.
Y así resulta que, dependiendo de dónde venga, la violencia será condenable o será justificable, habiéndose previamente establecido que la que venga de un lado, por definición, es un crimen, mientras que la que venga de otro lado, también por definición, es un derecho. Basándose en estas premisas, en las que la equidad ha sido la primera víctima, se preparan campañas, se organizan grupos de presión, se fabrican eslóganes y se promulgan leyes en las que el partidismo, que es enemigo de la equidad, impondrá su parcialidad. Pero al hacerlo habrá perdido la credibilidad, porque ¿en qué clase de equidad se sustenta que exista una violencia machista y no exista una violencia feminista? Si la primera esgrime la fuerza, ¿no lo hace la segunda? ¿O lo que hacen los aborteros es acariciar a las criaturas en los abortorios? Si se condena la primera violencia, habrá que condenar también la segunda. Y si una se denuncia con vigor, ¿no habrá que emplear el mismo vigor en denunciar a la otra? La equidad lo demanda, a menos que se recorte y quede convertida en privilegio para una parte.
También resulta que sólo el hombre queda bajo sospecha o condenación, por ser varón, en todo lo que respecta a la sexualidad. Ciertamente los hombres tenemos una tendencia desordenada hacia lo sexual pero, ¿nadie considera que hay mujeres cuyas maneras y atuendo, o falta del mismo, son expresiones de desorden también, no habiendo mucha diferencia con lo que pueda verse en un burdel? Si el acoso sexual existe por una parte, también existe por la otra, siendo de equidad reconocer ambos. Pero ¿cómo se puede llamar derecho a un acoso y condenar el otro acoso? ¿Cómo es posible que el desorden pretenda imponer orden al desorden? También aquí la verdadera equidad ha sido expulsada del escenario, para que la parcialidad sea la única protagonista que esgrime sus vanas razones. Y al hacerlo, de nuevo, la credibilidad sale malparada.
Pero, además de la equidad recortada, por otro lado, se impone la equidad ensanchada, que equipara el matrimonio entre hombre y mujer con el “matrimonio” entre dos del mismo sexo, poniendo al mismo nivel lo honroso con lo deshonroso. ¿Qué clase de equidad es ésta, que iguala lo verdadero con lo falso?
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La causa de la muerte de la auténtica equidad es la ideología sesgada, que busca por todos los medios justificar y sustentar sus principios, negando cualquier argumento que los cuestione o ponga en entredicho. Pero no importa cuánto ruido haga, su discurso no es más que soflama propagandística, ya que la solidez de un pensamiento no depende de la cantidad de decibelios con el que se propaga.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Entonces entenderás justicia, juicio y equidad y todo buen camino.’ (Proverbios 2:9). La palabra equidad en este pasaje, y en otros del texto bíblico, está en plural, es decir, habría que traducirla literalmente ‘equidades’, lo cual enseña que la fidedigna equidad tiene múltiples aplicaciones en la vida diaria. Aplicaciones personales y también públicas, aplicaciones gubernamentales y también legislativas, aplicaciones sociales y también judiciales. No en vano el pasaje une los conceptos de justicia, juicio y equidad, porque para que la justicia no salga torcida, precisa de la equidad, y para que el juicio, que entre otras cosas es acción de gobierno, no sea deforme, necesita de la equidad.
Tras haberle dado la espalda a quien es el origen de la verdadera equidad, no es extraño que una equidad espuria haya venido a sustituirla, aunque, a pesar de sus intentos de reivindicarse, queda en evidencia su falsedad. Por eso es preciso primero reconocer el gravísimo error cometido y desechar la fraudulenta equidad, para a continuación aprender, como párvulos, en el abecedario de la genuina equidad, porque sin equidad nada tiene credibilidad.
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