Cuando las riquezas de alguien son causa del empobrecimiento de muchos, no son lícitas, son pecaminosas.
Una acusación que debería revolvernos las tripas debería ser ésta, si es que pensamos que se nos pudiera aplicar: “El despojo del pobre está en vuestras casas” (Isaías 3:14). Sería una triste y durísima acusación que nos debería hacer parar y reflexionar. A veces me pregunto si hoy, en el mundo en el que vivimos, con las dos terceras partes de la humanidad en pobreza, se podría hacer esta denuncia no solo a individuos o familias, sino a pueblos y países. Una pena que, incluso en países que tienen multitud de recursos naturales, se vean empobrecidos porque las multinacionales extranjeras y el abuso de los países ricos hacen que esos productos pasen a ellos incrementando la pobreza del mundo. Yo no sé si la Biblia en nuestros tiempos avalaría la frase “El despojo de pobre está en vuestros países”.
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Es verdad que la Biblia no se puede reducir a un tratado de sociología o economía, pero sí que practica la denuncia de forma muy clara. Bastaría con leer a los profetas y las consideraciones de Jesús mismo en el Nuevo Testamento como el último de ellos. La Biblia tiene una doctrina, una normativa, una filosofía y unos parámetros de interpretación de la realidad de nuestro mundo, desde puntos de vista de justicia social y del equilibrio en el reparto de los bienes del planeta tierra, que coincidirían con muchos de los planteamientos críticos de la realidad económica actual que se pueden hacer hoy desde diferentes puntos de vista al contemplar el mundo y sus injustos desequilibrios entre personas, pueblos y naciones.
Es por eso que planteamos el ampliar la frase de Isaías, y tratar de expandirla de forma condenatoria a los países y pueblos insolidarios que acumulan, de forma injusta, la riqueza que puede pertenecer a otros, que acumulan de forma opresora y necia empobreciendo a regiones, pueblos y países de la tierra. Vivimos en un mundo desigual, que practica el despojo y la injusticia de forma necia e inhumana, al igual que ya se denuncia en parábolas de Jesús como la del rico necio que acumulaba sin límites.
Dios le plantea al necio acumulador la posibilidad de la muerte, pues todos tenemos que morir, y nos deja una pregunta que hoy nadie se hace: “Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Es como si le dijera: “has explotado a personas, has puesto en tu casa alimentos en demasía que no te corresponden, dejando en al hambre a muchos, has puesto en tus mesas la escasez de los pobres y te has revolcado en un lujo injusto”. Por esto, la pregunta condenatoria sigue sonando: “¿Para quién será?”. El cuestionamiento parece que va hecho directamente a alguien que puede ofrecer una respuesta, y los países y pueblos, considerados como áreas geográficas, no van a poder responder, pero siempre hay alguien responsable de la humillación y el despojo de los pobres.
Esta podría ser la gran acusación de parte de la Biblia: hay Individuos, familias, pueblos y naciones que se revuelcan en el consumo usando bienes que son superfluos, y que no se necesitan y que no les pertenecen porque representan la miseria de los pobres de la tierra. Lo sabemos, pero hacemos esfuerzos por acallar nuestras conciencias hasta que éstas se endurecen como los callos de la piel, y ya no sentimos nada. Pasamos de cualquier interpelación a nuestra sensibilidad, conciencia o corazón. Pero la acusación sigue ahí. “La escasez del pobre está en vuestras casas”, en vuestras mesas, en vuestros lujos y desmedidos consumos, en vuestras insolidaridades que pueden convertirnos en ladrones o cómplices.
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Quizás la condena de la Biblia no va específicamente a los que poseen los bienes necesarios para una vida digna, sino a los que poseen y acumulan tantos y de manera tan injusta y superflua que desequilibran al mundo, que lo empobrecen, que les roban vida y dignidad, que los condenan al hambre. Hoy hay unos mil millones de hambrientos en el mundo. La acusación es necesaria pero, ¿quién hará posible que las conciencias tomen nota de la acusación, se ablanden y hagan caso a las interpelaciones bíblicas? Cuando las riquezas de alguien son causa del empobrecimiento de muchos, no son lícitas, son
pecaminosas.
Finalmente, ante la alternativa que hemos puesto, si el despojo es de parte de individuos y familias o de países y pueblos, quizás todo sea una suma ignominiosa. Los desequilibrios económicos son el gran escándalo del mundo. Se necesitaría que uno de los ayes de Isaías sonara en toda nuestra tierra como tocada por trompeta divina: “¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra?” (Isaías 5:8). Puede ser aplicado indistintamente a individuos o familias, así como a pueblos y países opresores.
En medio de toda este escándalo económico y de estas denuncias, estamos los cristianos que, en muchos casos, permanecemos como mudos, de espalda al grito de los pobres y revolcándonos de forma cómplice, en muchos casos, en los bienes de consumo que nos son innecesarios y que nos sobran, que son totalmente superfluos, mientras nuestros hermanos y prójimos en el mundo pasan hambre. La gran denuncia, la gran acusación, debe seguir sonando, mientras que así suceda. Señor, líbranos del hecho de que sobre nosotros recaiga esa gran acusación, esa triste denuncia.
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