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El matrimonio de Schulz (8)

Al contrario de lo que el mundo piensa, la esencia del matrimonio es ese “compromiso sacrificado por el bien del otro”.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 24 DE MAYO DE 2022 09:00 h
El nombre de Lucy lo tenía solo un perro San Bernardo que regalaron a Joyce.

“Siempre nos casamos con la persona equivocada –dice la famosa frase del profesor de Ética Teológica de Duke, Stanley Hauerwas–. No sabemos con quien nos casamos, aunque nos lo parezca. Incluso cuando nos casamos con la persona adecuada, no tardará mucho tiempo en cambiar. Ya que los casados no somos la misma persona que cuando nos casamos. El problema es aprender a amar y cuidar de un extraño con el que resulta que estás casado.”



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El suegro de Schulz era hijo de un albañil que se pasó la mayor parte de su vida buscando inútilmente el amor y el éxito. Rubio y de ojos azules, Henry Halverson era hijo de padres divorciados. Abandonado por su padre alcohólico a los 17 años, entró en una empresa de una familia bautista, muy respetada en Minnesota, los Harlow Chamberlain. Allí conoció y se casó con la sobrina de los dos hermanos fundadores de la compañía, Dorothy Hammill. Ella se había quedado huérfana a causa de la enfermedad de sus padres, perdiendo también a un hermano y a una hermana. 



El matrimonio ocultaba sus defectos tras una dura capa de moralina bautista, que apenas resistió los fuertes golpes de la muerte de su hijo de 5 años, David, a causa de la polio, así como el desastre del negocio que emprendió Henry, al abandonar la seguridad de la empresa familiar. Tuvieron otro hijo, que nació muerto, antes de que en 1928 tuvieran a Joyce, la futura esposa de Schulz. Luchando contra la pobreza, creció con una única pasión: los caballos. Trabaja como oficinista desde 1948, mientras choca una y otra vez con su madre, por las que considera estrictas reglas y rígidos horarios. 



Un verano Joyce va a trabajar a limpiar cabañas en un rancho para turistas de Nuevo México, donde conoce al jinete encargado de las excursiones a caballo. Lewis era de ascendencia india, tocaba la guitarra y cantaba. Vivía al aire libre, asando pollos al fuego, pescando en el lago o buscando oro. Fascinada por la libertad que le ofrecía, vuelve a casa para anunciar su compromiso. Joyce se casa embarazada en 1948. Está con sus padres de visita, cuando su marido le llama para decirle que no vuelva, ya que aseguraba haberse equivocado al casarse con ella. Ella firma los papeles del divorcio y Lewis desaparece de su vida, para pagar solo la manutención de su hija Meredith Sue, que nace en 1950 y la familia la trata como si fuera una hija ilegítima. 



[photo_footer]Cuando Joyce se quejaba a su madre de algo, ella le contestaba con la expresión favorita para solucionar todo de "espabila".[/photo_footer]



“Ingenuo cortejo” 



Schulz había vuelto a trabajar en la academia de arte, donde estaba antes de la Segunda Guerra Mundial. Allí conoce a la única hermana que le quedaba a Joyce, Judy. Sparky –como llamaban familiarmente a Schulz– se sintió atraído por su ingenio y la invitó a un concierto de Schumann. La música clásica se había convertido en una de las grandes pasiones del autor de Carlitos y Snoopy. No tardó en volverla a invitar a patinar. En sus citas, Joyce dejaba a su hija con una “canguro”. 



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Joyce era alta, pelirroja y de ojos azules con pecas en las mejillas y grandes pechos. Llena de vitalidad, la joven madre divorciada era tan locuaz que hablaba por los dos. Sparky nunca le preguntaba por su exmarido. Como fiel miembro de la Iglesia de Dios, una denominación evangélica en la tradición de santidad, llegó virgen al matrimonio. Calificó luego su cortejo como “muy ingenuo, anticuado y romántico”. Para el grupo de jóvenes de la iglesia, su noviazgo fue una “conmoción”, dijo. Aunque le acompaña ella a los cultos, mantenía distancia de la iglesia, aunque decía creer sinceramente en “un Ser supremo”. Mientras Sparky continuaba yendo a tres cultos cada semana, así como dos o tres reuniones y una o dos actividades sociales. 



Las mujeres de la iglesia pensaban que Schulz estaba haciendo un acto de “compasión” con esta madre divorciada. La familia de Joyce no estaba tampoco entusiasmada con el enlace. Veían a los Schulz como alemanes “fríos y carentes de afecto”. Se casaron en 1951. Fue una boda pequeña con veinte invitados, la mayoría familiares, pero con la ausencia de su hermana Judy, que odiaba a Sparky. Ella vestía de negro, un escotado vestido sin mangas. Tuvieron una breve luna de miel y él adoptó a la hija del primer matrimonio de ella, legalmente. De hecho, mentían sobre el año de la boda, para dar la impresión de que él era el padre –una mentira piadosa, ¡claro!, para protegerla a ella de cualquier comentario–.



[photo_footer]Joyce dijo en 1962 que "si Sparky es Charlie Brown, supongo que yo soy Lucy, aunque no me gusta admitirlo".[/photo_footer]



¿Es Lucy, Joyce?



Joyce dijo en 1962 que si “Sparky es Charlie Brown, supongo que yo soy Lucy, ¡aunque no me gusta admitirlo!”. Lucy Van Pelt fue adquiriendo progresivamente características de Joyce. “Habla, habla, habla” y es pragmática, directa, incluso brutal, al decir lo que piensa. Sparky siempre mantenía sus ansiedades en privado. A muchos les parecía que su esposa le hacía enrojecer con sus comentarios sobre su “inseguridad”. El duro carácter de Joyce venía de una infancia difícil. Cuando se quejaba a su madre de algo, ella le contestaba con su expresión favorita: “¡Espabila!”. Así solucionaba todo. 



El personaje de Lucy es hoy tan “políticamente incorrecto”, que muchos no dudarían en calificar a Schulz de misógino y machista. Como toda obra de siglos pasados, podía llevar el letrero de que está “hecha en otra época y ahora somos mejores”. La agresividad de Lucy fomenta tales conflictos, que tiene algo de implacable, niega a todos los personajes la oportunidad de refugiarse en sí mismos. El apellido viene del único matrimonio con el que hicieron amistad, el tiempo que vivieron en Colorado Springs, pero el nombre de Lucy lo tenía sólo un perro San Bernardo que regalaron a Joyce. 



La biografía no autorizada de Schulz que hizo Michaelis incluye las observaciones de muchos que visitaban su casa. La mayoría veía a Sparky como “simpático y amable”, mientras que a Joyce la consideran “una tipa dura”. Según su compañero del ejército, Elmer, “a ella le gustaba llevar la voz cantante y ser el centro de atención, todo el tiempo”. Un “hermano de la iglesia” observa, sin embargo, que “él nunca la criticaba”. Un par de amigos cercanos la recuerdan como “excepcionalmente generosa y cariñosa”, pero no hay duda de que a la mayoría, sus modales le parecían bruscos. Está claro que era “una pareja divertida, te lo pasabas bien con ellos, pero había ocasiones en las que ella era bastante desagradable con él”. 



[photo_footer]La agresividad de Lucy fomenta tales conflictos, que tiene algo de implacable.[/photo_footer]



“Mundana”



A las mujeres de la iglesia, Joyce les parecía “mundana”. Como mujer divorciada, algunos pensaban que no era la mejor esposa para Sparky. Ella tenía continuos choques con las mujeres casadas de la congregación. Una vez fueron a ayudar a un carpintero alemán que no acababa de adaptarse al sistema americano. Una de ellas entró en el baño de su casa y dijo: “Al menos podrían tener jabón”. Ella, que había conocido la miseria, estalló: “Si hay que elegir entre la comida y el jabón, no se compra jabón”. Y las llevó a unos grandes almacenes para comprar zapatos para los niños de esta pobre familia alemana. 



Unas navidades, al terminar las actividades infantiles de la iglesia, conmocionó a la congregación contratando a alguien vestido de Santa Claus, sin decir nada a nadie, antes. En el medio evangélico, los “jo-jo-jos” del falso Papa Noel, mientras repartía caramelos a los niños, hizo que algunos de los fieles “pensaron que se morían”. Para ellos, “echó a perder el espíritu de la celebración”. Era típico de ella, no consultar con nadie, ni el pastor, ni el comité organizador. Todo lo mantenía en secreto como una sorpresa.



[photo_footer]Según un miembro de su iglesia,William Edes, Schulz nunca le plantó cara a su esposa en nada.[/photo_footer]



En opinión de algunos miembros de la iglesia, Joyce intentaba alejarlo de la congregación. “Y él se lo permitía”, dice uno llamado William Edes, ya que “nunca le plantó cara en nada”. Medio siglo después, Joyce seguía manteniendo que “gran parte de la iglesia estaba en contra de ella y su tía Marion”. Según ella, “por su estrechez de miras hacía los menos afortunados”. Lo cierto es que él era uno de esos maridos que se deja llevar. El problema es que Sparky ocupaba un lugar único en la congregación. 



Ninguna de las familias podía donar la cantidad de dinero que daban los Schulz con sus diezmos a la Primera Iglesia de Dios de Minneapolis. Según el periódico local, “uno podría decir que Dios tiene una participación del diez por ciento en la tira cómica” de Carlitos y Snoopy –conocida en inglés como Peanuts–. No todos en la iglesia aprobaban lo que hacía Sparky. En una ocasión le encargó un cuadro representando a Jesús a un compañero de la academia, lo que se considera una aberración en el mundo evangélico. Como él era el principal mecenas de la iglesia, lo colgaron en el local, aunque “a nadie le gustaba”, pero tampoco “nadie decía nada”. 



[photo_footer]El matrimonio nos cambia porque saca y revela aspectos que había ocultos en nuestra vida, que ni tú mismo conocías.[/photo_footer]



El matrimonio como revelación



El Premio Pulitzer Ernest Becker califica al matrimonio de “apocalíptico”. Lo que quiere decir es que nos descubre algo de nosotros mismos que no conocíamos antes. Es algo que cambia una relación profundamente. Si dicen que la convivencia antes del matrimonio produce, curiosamente, más divorcios cuando la pareja se casa, es porque el matrimonio revela tu egoísmo y tu pecado de una manera que no has percibido nunca. “El radical egocentrismo del pecaminoso corazón humano es el enemigo continuo de todo matrimonio”, dice el predicador de Nueva York Tim Keller en su magnífico libro sobre el tema. En su realista tratamiento observa cómo te lleva a “una espiral descendiente de autocompasión, ira y desesperación”.



La Biblia enseña que el matrimonio es un pacto, “los papeles”, podríamos decir. Al contrario de lo que el mundo piensa, la esencia del matrimonio es ese “compromiso sacrificado por el bien del otro”. Su amor se refleja más en actos que emociones. No se trata de lo que uno recibe, sino de lo que da. No es extraño que para una generación que lo basa en un mero sentimiento romántico, fracasa una y otra vez. La perspectiva bíblica es la del pacto o alianza. Es un vínculo legal, fundamentalmente. “Los votos de la boda no son en primer lugar, una declaración de amor en el presente, sino una promesa de amor futuro que ata mutuamente”. 



El matrimonio nos cambia. Saca y revela aspectos que había ocultos en nuestra vida, que ni tú mismo conocías. Es angustioso enfrentarse al descubrimiento de que te has casado con una persona extraña, que te confronta con una lista de todos tus graves defectos. Kierkegaard compara nuestra situación a un baile de disfraces: “¿No sabes que a la medianoche todos tienen que quitarse la máscara?”. Suena al Juicio Final, ¿verdad? Es por eso, que el matrimonio tiene algo “apocalíptico”. No es que te hace débil. Es que revela lo peor de ti. No es extraño que Efesios 5 hable de él como un reflejo del amor redentor de Dios por nosotros en Cristo, “un gran misterio”. Como dice Keller, “somos más pecadores y faltos de lo que podemos imaginar, pero más amados y aceptados en Cristo Jesús de lo que podemos esperar”… ¡Ese es el Evangelio! 


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
25/05/2022
19:33 h
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Gran artículo. Añadiría que así como Efesios 5 habla del matrimonio como un reflejo del amor redentor de Dios por nosotros en Cristo, San Pablo aclaró que en el Nuevo Testamento el matrimonio fue elevado a la categoría de imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia. La alianza es un don, no es meramente un vínculo legal , por ello la Iglesia siempre lo ha considerado sacramento, obra de Dios y no obra nuestra.
 



 
 
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