Hermosear las sombras

La sombra que lanza nuestro cuerpo desvirtúa la realidad. Según sea la hora del día, la ladea hacia donde le conviene. Sólo hay que esperar el momento oportuno de la posición del sol para observar la irrealidad que proyectamos, hasta el punto de eliminar nuestro ser verdadero.

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La sombra tiene su encanto, sus caprichos. Va delante o detrás, a un lado u otro. Si la persona es pequeña, la agranda, la estiliza, la vanidad se le hace presente. Si es grande, en un gesto de humildad, la empequeñece.

Lo mismo pasa con los hechos, ¡cuántas veces los exageramos! Mostramos sombras volubles en vez de luz. Fantasía en lugar de autenticidad. Nos gusta realzar lo positivo, o rebajar los hechos negativos. Los abultamos o adelgazamos a voluntad,  y nos convencemos de que no mentimos. Es mi manera de ver las cosas; es mi verdad; yo lo siento así; solemos comentar. Incluso nos persuadimos de que nuestras maquinaciones tienen como base el amor, aunque sean puro egoísmo.

Posicionamos la sombra ante la luz ignorando que la luz se hará presente en cualquier momento sin que sea menester pedirnos permiso. Lo correcto nos asalta, aparece por sí solo y se declara.

Sea de manera intencionada o no, mostrar sombras enturbia la visión y la misión.

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Tengo una pregunta en mente que se me repite con constancia: como cristianos, ¿exageramos el servicio que prestamos y los resultados obtenidos para dar a Dios la gloria que merece, o la que pensamos que merecemos nosotros? ¿Sirve esa mentira ante los ojos del Señor? ¿Es válida ante los ojos de las personas a quienes se les muestra lo irreal? ¿Hacemos frecuentemente uso de las fantasías? ¿A quién pretendemos engañar? porque no podemos hacer nada en contra de la verdad, sino solamente a favor de la verdad (1). Pero los que viven conforme a la verdad, se acercan a la luz para que se vea que sus acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios (2).

Notas

1. 2 Cor 13,8.

2. Jn 3,21