Los ojos de Jesús penetraban hasta lo más profundo del corazón de los hombres y podía enjuiciarlos de forma perfecta y exacta.
Hoy me salgo de la vertiente ética y social que suele seguir la línea de mis artículos y me detengo ante los ojos de Jesús. Allí me paro y contemplo, mientras que uso el relato de la ofrenda de la viuda pobre, para escudriñar esos ojos. Pues sí, la profundidad del alma humana a la que podían acceder los ojos de Jesús era infinita. Los ojos de Jesús siempre tuvieron una mirada que desvelaba todo lo que había en el corazón del hombre. Su mirada descubría todas las características del ser humano.
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Los ojos de Jesús descubrían inmediatamente tanto a los prepotentes como a los humildes, a los que lanzaban miradas de envidia o tenían miradas de humildad. Miró a todos los humanos teniendo en cuenta sus características. Miró detectando a los prepotentes y a los humildes, analizando a los enriquecidos y a los empobrecidos, escrutando a los enjoyados y vestidos con ricas telas, y a los cubiertos de harapos. Esos ojos eran capaces de analizar todo aquello que el hombre, en su finitud, no puede alcanzar.
La mirada de Jesús, los ojos del Maestro, no pudieron, en muchos casos, evitar hacer comparaciones, juicios, descripciones. Los ojos de Jesús veían a los ricos echando de lo que les sobraba, cosa que no todos los humanos podían detectar. Eran sobras insolidarias, aunque parecieran atractivos donativos echados en el arca por manos enjoyadas que deslumbraban los ojos de todos los presentes. Jesús miraba. Sus ojos jamás se deslumbraron ante las sobras de los egoístas y codiciosos. Los ojos de Jesús penetraban hasta lo más profundo del corazón de los hombres y podía enjuiciarlos de forma perfecta y exacta.
Lo que pasaba era que el Maestro no solo miraba la ostentosa ofrenda que, quizás, sus ojos la detestaban por ir impregnada de orgullo, sino que posaba también su mirada divina en el interior de las personas. Los ojos de Jesús no siempre aceptaban la vana y pretenciosa ofrenda, arañada de entre sus sobrantes, de aquellos que estaban de espaldas al dolor de los pobres y sordos al grito de los sufrientes y marginados.
Reflexionad en el relato de la viuda pobre que echó casi nada, frente a la ostentación de la que presumían los ricos. Los ojos de Jesús no se fijaron solamente sobre los ricos ofrendantes que se estiraban ostentosamente. Esos ojos también se posaron sobre lo que, quizás, ya los otros espectadores, atraídos por el brillo de las pingües ofrendas de los ricos, ya no miraban, no lo percibían. ¡Cómo otros ojos que no fueran los de Jesús iban a mirar a los pobres que, malvestidos, cubiertos probablemente con andrajos, se acercaban al arca!
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Para los ojos de la gente no tenía interés ver a los que echaban un centimillo. Ojos ciegos ante lo humilde. Ojos que daban la espalda a lo sencillo y esperaban ansiosos a ver los grandes donativos de aquellos enriquecidos, aunque dieran de lo que les sobraba. Los ojos de los que miraban, con la excepción de la mirada de Jesús, eran ojos a los que llenaba el brillo del dinero, ojos que no podían calar en los corazones de las gentes.
Los ojos de la gente del pueblo que miraba jamás harían una comparación entre el rico que hacía lucir su oro, y el pobre que, quizás maloliente y malvestido, se acercaba a echar una nadería, pues el empobrecido era algo sin importancia para el sustento del templo. Sin embargo, había otros ojos, otra persona que miraba con unas pupilas diferentes… Eran los ojos el Maestro, los ojos que detectaban y acababan descubriendo y conociendo lo que el pueblo no podía conocer con sus ojos miopes: el interior de las personas, la prepotencia de muchos, el enaltecimiento de muchos corazones que querían lavarse dando algo de lo mucho que tenían, de lo que les sobraba.
Los ojos de Jesús vieron la diferencia de los corazones entre el rico y el pobre. Esos ojos divinos se atrevieron a hacer una valoración que no abarcaba solamente una comparación general entre los ricos y los pobres, sino que se fijaron de forma comparativa entre los ricos y una mujer viuda muy pobre. Terrible mirada la de Jesús. ¿Quién podría ganar en la comparación?
Para muchos, si les hubieran propuesto hacer esa extraña comparación vista desde ojos humanos con la miopía de los deslumbrados por las riquezas, sería de risa. Nunca habrían hecho esa comparación. El oro y la prepotencia de los ricos, les cegaba. Era imposible que ni en sus ojos ni en sus mentes surgiera la posibilidad de una balanza comparativa entre las ofrendas de los ricos y la de la viuda muy pobre.
Era necesario mirar la escena con unos ojos diferentes. Los ojos de Jesús observaban, pero el Maestro no solo observó: “Levantando Los ojos vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas”; sino que, un poco más adelante, con lo que sus ojos pudieron captar, hizo la comparación entre los ricos vanagloriosos y la mujer viuda y, además, muy pobre. Los ojos de Jesús, lo observado por él, sí podía ser objeto de una comparación. Y en esa comparación, los ojos de Jesús se fijaron positivamente no en los ricos, sino en esa humilde mujer.
Ojos de Jesús que nos quieren enseñar e ilustrar sobre lo que hay en el corazón del hombre. Así, en esa comparación que los ojos de Jesús valoraban, se desprendió una gran lección para todos nosotros, para la humanidad. La mujer viuda y muy pobre salió ganando. La mirada de Jesús, lo que observaban sus ojos, también cuantificaba las ofrendas de esta manera: “(La viuda pobre) echó más que todos ellos (los ricos ostentosos), porque echó todo lo que tenía para su sustento”.
Extrema profundidad de la mirada de Jesús. Hasta ahí llegaba su mirada, hasta ahí podían observar sus ojos. La viuda lo dio todo, echó todo, compartió todo, ofrendó todo lo que tenía sin preocuparse de su sustento. De nuevo se cumple uno de los valores más claros e importantes del Reino: “Los últimos serán los primeros” … y parece que nosotros, nunca aprendemos, pues, en muchas ocasiones, nuestros ojos siguen deslumbrados por el brillo del oro del mundo.
Mirada de Jesús. Profundidad de los ojos del Maestro. Tenemos que aprender a mirar con la mirada del Hijo de Dios, aunque sabiendo que solo podremos acercarnos someramente a la fuerza de esos ojos que calaban hasta lo más profundo de los corazones de los humanos a los que él conocía en todos sus trasfondos. La mirada de Jesús nunca se quedó solamente en las apariencias. Quizás nosotros tengamos que aprender mucho todavía siguiendo a Jesús como modelo.
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