Si una definición de pecado es no dar en el blanco, el menosprecio consiste precisamente en eso, en no dar en el blanco.
Que lo pequeño genera desprecio es algo bien sabido, porque la mentalidad humana tiende a apreciar lo grande y a desestimar lo insignificante. Pero como lo grande puede no ser más que una pantalla externa que envuelve una nadería, tantas veces ocurre que la decepción es el resultado por haber sobreestimado lo que parecía imponente. Y viceversa, la sorpresa es la inesperada consecuencia al descubrir que lo que en apariencia no valía nada, en realidad escondía un tesoro inapreciable.
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Aquel jovencito fue pasado por alto hasta por su propio padre, cuando con ocasión de la llegada del vidente fue llamando a cada de uno de sus hijos para ver cuál de ellos sería el señalado para ocupar el trono en un momento dado. Allí estaban aquellos hombres, hechos y derechos, prometedores candidatos para puesto tan importante; pero si bien el vidente se hubiera inclinado por alguno de ellos, en vista de su magnífico empaque personal, el que ve más que el vidente le avisó de que no se dejara llevar por lo que veían sus ojos, porque hay algo superior a lo externo, que es lo interno.
Aquel jovencito ni siquiera había sido convocado para tal ocasión. ¿Para qué? Se daba por descontado que él no contaba para nada; todo lo más para apacentar ovejas. Si su propio padre daba esto por sentado, ¿qué iban a pensar de él los menos allegados? Sin embargo, contra todo pronóstico, el jovencito resultó ser el elegido.
Pero eso no quiere decir que la mentalidad hacia él cambió, porque la tendencia humana no se corrige fácilmente, al estar tan arraigados los patrones de pensamiento que enseñan a menospreciar lo menor. Por eso, cuando se presentó la ocasión en la que el paladín filisteo se mostró desafiante ante el amedrentado ejército y el jovencito preguntó cómo podía estar sucediendo tal cosa, su hermano mayor lo reprendió y hasta calumnió, al atribuirle motivos malvados para venir al escenario de la batalla. Si anteriormente el jovencito no servía más que para cuidar ovejas, ahora el concepto que su hermano mayor tenía de él seguía siendo el mismo. Sin embargo, llama la atención que esta es la última vez que se hace mención del hermano mayor, cuya existencia se pierde a partir de entonces en la niebla del olvido. Todo lo contrario del jovencito, que a partir de ese día no va a hacer más que brillar y subir en el escalafón, hasta llegar a lo más alto.
Pero la mente humana, inaccesible al cambio, vuelve a hacer acto de presencia cuando el jovencito se presenta ante el rey para ofrecerse como voluntario en el desierto puesto de enfrentamiento contra el filisteo. La reacción del rey no se hizo esperar, porque ¿cómo un simple muchacho va a pretender enfrentarse contra un coloso de más de dos metros y medio de altura, equipado con toda una maquinaria de guerra? Lo minúsculo no tiene ninguna opción ante lo mayúsculo.
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Por supuesto, el propio coloso al ver al jovencito venir hacia él no daba crédito a lo que veía. Si los de su propia familia y los de su misma nación le habían tenido en poco, ¿qué iba a pensar de él aquel cíclope extranjero? Era pan comido, un bocado fácil a todas luces. Jamás aquel guerrero hubiera pensado que su contrincante sería una pieza tan fácil de abatir. Pero la realidad fue totalmente la contraria, porque el jovencito, armado con armas no convencionales, mató al que venía pertrechado con armas convencionales. Y así fue como el pequeño pudo con el grande y quedó patente quién en verdad era pequeño y quién en verdad era grande.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Peca el que menosprecia a su prójimo; mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado.’ (Proverbios 14:21). Si una definición de pecado es no dar en el blanco, el menosprecio consiste precisamente en eso, en no dar en el blanco, en no dar en el centro de la diana, diana que consiste en la estimación de la justa valía que tiene el prójimo. Como la segunda parte de este texto menciona al pobre, es factible pensar que el prójimo referido en la primera parte del texto también es el pobre, porque hay una inclinación natural a tenerlo en poco, es decir, a ignorarlo. Así pues, cuando el prójimo parece ser poca cosa y se le ignora, el que tal hace está pecando. Hay diversas maneras de ser pobre, siendo la más evidente la de estar desposeído de bienes materiales; pero no es la única, porque esta misma palabra, traducida como ‘manso’, se aplica a Moisés; también se emplea para calificar al afligido y atribulado. Por tanto, el menosprecio se puede verter sobre los desprovistos de fuerza económica, pero también sobre los que no echan mano de su fuerza natural y sobre los que están pasando por momentos difíciles.
La segunda parte del pasaje contrasta con la primera, al calificar de bienaventurado al que tiene misericordia del pobre. Tener misericordia es tener en cuenta a quien no cuenta, lo cual es un reflejo de lo que Dios mismo ha hecho, pero en manera inmensa, con cada uno de nosotros.
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